viernes, 12 de octubre de 2018

Discipulado de iguales


Antes de profundizar en lo que hemos denominado el poder de las palabras –en el contexto del discipulado de iguales–, queremos iniciar este paso leyendo y escuchando un relato, el cual esperamos que nos conecte con algunas experiencias nuestras y de otras mujeres: 

Permítanme presentarme como una mujer que ama mucho la iglesia, soy hija de pastores y conozco desde adentro las estructuras de iglesias, además he sido enriquecida con la tradición de tres diferentes denominaciones (pentecostal, anabautista-menonita y bautista) y aún considero el ministerio de las mujeres en la iglesia presenta muchos desafíos y hay mucho que trabajar en pro de la recuperación de espacios. 

Mi niñez y mi primera adolescencia los pasé en la iglesia Pentecostal, allí como de costumbre todos y todas pueden participar en los diferente ministerios, así que enseñaba en la Escuela Dominical, evangelizaba, y también predicaba en la iglesia. 

Cuando tenía 16 años me inscribí al instituto Bíblico de la iglesia Menonita para estudiar teología. Por tres años goce de una beca de estudio y estudie junto a mis compañeros todos varones lo necesario para ejercer un ministerio pastoral dentro de la iglesia. Cuando hice mi práctica escuché algunas preguntas acerca de mi futuro en la iglesia, por ejemplo: ¿Qué va a ser de ella cuando termine los estudios del instituto? ¿la iglesia le dejará ser pastora? ¿ser muy joven y mujer no le impedirían tomar una responsabilidad dentro de la iglesia? Seguí adelante. 

Al concluir mis estudios, con mucha sorpresa y molestia recibí un diploma de Educación Cristiana muy diferente al que recibieron mis compañeros por el mismo tiempo de estudio y exigencia académica. Las iglesias me invitaban a ayudar en la Escuela de Vacaciones para niños/as o a predicar en el grupo de mujeres. No fui designada a ninguna iglesia oficialmente (Rosas y Potente, 2000, p. 74).

El relato que leímos, seguro que resuena en nuestros corazones, es posible que haya conectado con alguna experiencia parecida, ya que en la mayoría de nuestras iglesias, aunque no queramos asumirlo, existe discriminación y sexismo. La jerarquización que se establece en nuestras iglesias en torno a la “autoridad”, es muy fuerte y por lo general son varones y mayores, imagen fuertemente internalizado en nuestra mente y en nuestro corazón, porque aún surge la figura paterna de autoridad al que hay que obedecer, y Jesús fue muy claro en sus palabras, “con ustedes no será así”. Por otra parte la primacía del sexo masculino de Jesús y la primacía de los doce discípulos, el apostolado de Pablo y otras figuras masculinas, hace que las mujeres queden al margen de algunos ministerios, a fin de seguir manteniendo una Iglesia patriarcal, a la cabeza de un Dios de rasgos masculinos y un séquito de rostros masculinos.

 Al revisar la historia inédita descubrimos los silenciamientos de lo que suponía una amenaza al orden establecido al interior de las iglesias, y de manera específica de la mujer, aunque las mujeres constituyan la población mayoritaria que sostiene las dinámicas eclesiales de acompañamiento y trabajo pastoral. Sin embargo, la Iglesia aún es representada oficialmente sólo por hombres, por ello cuando hablamos de la Iglesia, la relacionamos con figuras masculinas, obispos, pastores, sacerdotes, diáconos, todos ellos varones. Pues justo a eso se debe que las mujeres como iglesia sean invisibles no porque a alguien se le olvidó añadir en la historia nuestra participación, sino por la ley patriarcal que nos excluye de cargos y ministerios por causa de nuestro sexo, femenino.

 Sigamos con la experiencia de los ministerios femeninos: 

Por mucho tiempo continué colaborando en las diferentes iglesias en visitación, enseñanza, servicio capacitación a maestros/as en la educación cristiana y luego cuando hubo oportunidad de trabajar en un equipo pastoral comenzando una nueva iglesia me involucré de lleno en ese ministerio. 

El trabajo de comenzar un grupo nuevo es difícil, requiere de mucha paciencia y lleva tiempo, pero allí estuvimos viendo nacer, crecer y madurar en la fe a nuevos hermanos y hermanas. Un día especial cuando el grupo estaba listo para ser bautizado, justamente con un pastor entramos a las aguas y me sentí muy feliz de celebrar por primera vez bautismos y luego la cena del Señor. En la iglesia local no había diferencias los comentarios llovieron de afuera, pero tenía el respaldo de la comunidad. 

Sentí el deseo de seguir preparándome a nivel de bachillerato en teología y luego licenciatura, y cuando solicité la ordenación pastoral fue como una bomba, hubo una serie de consultas a líderes a miembros/as de las diferentes comunidades, revisión de estatutos y reglamentos de la iglesia, también utilizaron argumentos bíblicos en contra y a favor del ministerio de mujeres. En fin había toda clase de argumentaciones en pro y contra (antes habían dicho que era muy joven, soltera y con poca experiencia), en ese momento era casada con un pastor y ya ejercía ministerio (no reconocido oficialmente), en una iglesia Bautista fuera de mi país.

 La decisión de la iglesia después de consultas y revisiones fue, sí a la ordenación pastoral como un reconocimiento al llamado de Dios y a la vocación demostrada en el servicio de la iglesia. En una celebración muy significativa renové ante Dios y la comunidad de fe allí representada mi vocación al ministerio pastoral y me comprometí a seguir siendo instrumento en las manos de Dios para la construcción de su Reino aquí y ahora.

 El testimonio de la Pastora, refleja la persistencia de las mujeres para acceder a los ministerios al interior de las iglesias, que no fue, ni es fácil cuando se encuentra muchas piedras en el camino. Por lo que nos preguntamos, si el mensaje de Jesús de Nazaret fue una Buena Noticia para sus seguidoras/es, estamos llamadas/os a procurar que realmente sea así. En ese desafío asumimos la propuesta de Elisabeth Shüssler Fiorenza, el discipulado de iguales, como “igualdad en el espíritu”, como “igualdad desde abajo”, o como ekklesia, la asamblea democrática de iguales que toma decisiones, que hace frente a las estructuras de dominación y exclusión que permanecen hasta hoy y se sostienen bajo el poder que domina y excluye, pero Jesús dijo, “con ustedes no será así”. 

Se trata de un llamado apostólico, que vincula a mujeres y varones en la lucha para la transformación de la iglesia patriarcal en la comunidad del discipulado de iguales, que se gesta no sólo al interior de las iglesias, sino en el sentido en el que cada creyente se sienta no sólo miembro sino iglesia, de modo que el reconocimiento de la autoridad ministerial no depende del sexo sino de sus dones. 

El silencio y la invisibilidad de las mujeres y de otros/as que son diferentes, son generados por las estructuras patriarcales en la iglesia y sustentados por una teología androcéntrica construida desde figuras masculinas de Dios, y sentidos hegemónicos, como si se tuviera un único modo de sentir y comprender a la Divinidad. 

En ese sentido el discipulado de iguales tiene el desafío de replantear nuestros modos de hacer teología, ya que el hecho de tener la posibilidad de ordenación para las mujeres, no resuelve el problema de la patriarcalización de los ministerios y de los espacios sagrados, porque aún se mantiene el sistema establecido que de algún modo obliga a seguir el modo de organización y a usar los mismos símbolos, ritos y palabras, de la tradición masculina. Pues el hecho de que más mujeres estén en el ministerio consagrado o en el liderazgo institucional no necesariamente garantiza un aporte teológico que proponga una dimensión nueva en el modo de presentar a Dios y otros modos de relaciones que se establecen al interior de las iglesias.

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