Las palabras, como las personas, tienen una historia, y, a veces, como las personas, precisan
de quijotes que luchen por mantener su identidad originaria. El término cuidado es polisémico, por tanto entraña una cierta complejidad. Etimológicamente la palabra cuidado proviene de la voz latina cogitare, que a su vez significa pensar, y en sus diversos sentidos contemporáneos significa asistir, proteger, preocupación, solicitud, custodiar, sentir responsabilidad, hacerse cargo de, sentir con, etc. En la Edad Media, cuidar significaba siempre pensar, juzgar, expresión que permanecerá hasta el siglo XVI. Pensar en algo o en alguien era cuidar, dedicarse, preocuparse (Coromines, 1989).
Según Cancian y Oliker (2000) “El cuidado incluye sentimientos de preocupación, responsabilidad y afecto, así como el trabajo de atender las necesidades de una persona”
(p. 39). Esta definición incluye, por un lado, los afectos y pensamientos que lo motivan y dirigen, y por otro, la propia acción. Como vemos, el cuidado se ubica en tres dimensiones del acontecer humano: afectividad, razón y acción, lo cual implica pensar el cuidado como una noción dinámica sin anclajes absolutos en ninguno de estos tres aspectos, pero sí integrándolos. Esto supone superar las tradicionales dicotomías del pensamiento occidental y asumir la comprensión del cuidado en toda su grandeza y complejidad.
Como cuestión filosófica el cuidado ha sido estudiado desde diferentes perspectivas, par-
tiendo de la fábula-mito del cuidado, conservada por Hyginus (siglo I a. de C.), bibliotecario de César Augusto, hasta interpretaciones religiosas y definiciones de las ciencias de la salud y las ciencias sociales. Cuenta el mito (citado en Boff, 2002) que:
Cierto día, al atravesar un río, Cuidado encontró un trozo de barro. Cogió un trozo de barro.
Y entonces tuvo una idea inspirada. Cogió un poco del barro y empezó a darle forma. Mientras contemplaba lo que había hecho, apareció Júpiter.
Cuidado le pidió que le soplara su espíritu. Y Júpiter lo hizo de buen grado.
Sin embargo, cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura que había modelado, Júpiter se lo prohibió. Exigió que se le impusiera su nombre.
Mientras Júpiter y Cuidado discutían, surgió, de repente, la Tierra. Y también ella le quiso dar su nombre a la criatura, ya que había sido hecha de barro, material del cuerpo de la Tierra. Empezó entonces una fuerte discusión.
De común acuerdo, pidieron a Saturno que actuase como árbitro. Éste tomó la siguiente decisión, que pareció justa:
«Tú, Júpiter, le diste el espíritu; entonces, cuando muera esa criatura, se te devolverá ese espíritu.
Tú, Tierra, le diste el cuerpo; por lo tanto, también se te devolverá el cuerpo cuando muera esa criatura.
Pero como tú, Cuidado, fuiste el primero, el que modelaste a la criatura, la tendrás bajo tus cuidados mientras viva.
Y ya que entre vosotros hay una acalorada discusión en cuanto al nombre, decido yo: esta criatura se llamará Hombre, es decir, hecha de humus, que significa tierra fértil». (p. 38)
En el mito el cuidado es anterior al espíritu infundido por Júpiter y anterior al cuerpo prestado por la Tierra. Lo originario en la condición humana es el cuidado, su a priori ontológico.
Cuidado pensó (cogitare) y modeló al humano, aquello que permitió su emergencia –el cuidado –, estará presente con el humano mientras viva. No hace distinción de sexos e implica una relación de interdependencia entre alguien que cuida y otro que es protegido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario