Las teorías éticas de talante feminista ponen en duda la pretendida neutralidad de la filosofía, criticando el hecho de que la naturaleza y capacidades de las mujeres fueron definidas por una comunidad de la cual ellas estaban excluidas. Esto es más grave aun cuando develamos que el discurso moral no es sólo descriptivo ―como debe ser―, sino también prescriptivo-el deber ser―. Esta ausencia de mujeres en la construcción de la ética ha hecho que el discurso filosófico produzca una “verdad” que pretende pasar por neutral cuando en sí es interesada.
La epistemología feminista nos provee de innumerables trabajos en los que es posible identificar una serie de concepciones sobre el conocimiento, la razón, la naturaleza humana, el yo y la sexualidad, que configuran un mundo preponderantemente androcéntrico, asistidas por grandes teorías.
Victoria Camps (1997), señala que el discurso de la ética debe poner de relieve dos asuntos
básicos:
1. El descubrimiento de las dominaciones y subordinaciones que no han sido denunciadas con eficacia y mantienen, por lo tanto, a sectores de la humanidad discriminados.
2. El descubrimiento de los valores no suficientemente “valorados”, si se me permite la redundancia.
Puesto que criticamos un pensamiento unilateral o unidimensional por su procedencia masculina, no es de extrañar que el discurso desarrollado adolezca de faltas y olvidos que no son en absoluto despreciables desde un punto de vista ético. (pp. 69-70)
Dignas de consideración estas ideas de Camps, no hay que olvidar que la ética, en tanto
disciplina filosófica reflexiva y argumentativa, sirve de fundamento al derecho y a la política,
por lo tanto no es inocente para el pensamiento feminista hacer un cuestionamiento a las
éticas formalistas, dadas las complicadísimas consecuencias sociales, políticas, y morales que
esta teoría ética aparentemente neutral, ha tenido para las minorías, específicamente hacia las mujeres.
La publicación de los trabajos In a Different Voice de Carol Gilligan (1977; 1982/2003) producto de la revisión que hiciera de los trabajos de Lawrence Kohlberg sobre el desarrollo moral,descrito en seis etapas evolutivas, ha representado una fuerte influencia en la deconstrucción de las teorías morales, el punto de arranque para las militancias feministas en la obtención de la llamada mayoría de edad en la construcción de nuevos sentidos y significados en las ciencias. Conviene destacar además otros aportes valiosísimos como los de Nancy Chodorow (1978), Genevieve Lloyd (1984), Evelyn Fox Keller (1985), Seyla Benhabib (1990) y Jessica Benjamin (1997), entre muchas otras, que han hecho tambalear los paradigmas hegemónicos establecidos.
Gilligan (1982/2003) cuestionó el método –el test del dilema de Heinz– empleado para la investigación psicológica del desarrollo moral y los supuestos que conducen hasta una ética de la justicia.
La autora puso en duda que el modelo de desarrollo del juicio moral presentado por
Kohlberg (1964/1974) pudiera reclamar para sí la universalidad que decía tener. A su parecer,este modelo presentaba dificultades cuando tenía que dar cuenta de los juicios y del sentido de identidad que tienen las mujeres. La situación conflictiva presentada en el dilema de Heinz, conducía inevitablemente a un sesgo. Gilligan evidenció que en la circunstancia problemática representada en el dilema, la presencia e intercambio verbal de dos hombres: el esposo de la mujer enferma de cáncer y el farmaceuta, más la destacada presencia pasiva de dicha mujer, no permitía evaluar equitativamente el desarrollo moral de hombres y mujeres. La investigación de Kohlberg no solo patentiza los roles tradicionales del varón y de la mujer en donde el hombre es presentado como alguien activo en la toma de decisiones racionales y en la resolución de problemas, mientras la acción de la mujer acción aparece débil e invisible―, sino que también configura un conflicto moral que impide una resolución no violenta del mismo.
La investigación de Gilligan consta de tres estudios sistemáticos, que exploraron dimensiones distintas de la identidad y el desarrollo moral, para ello involucró muestras distintas en cada estudio. En el primero de ellos, se propuso indagar la visión del yo y el pensamiento acerca de la moral; seleccionó a veinticinco estudiantes, entre hombres y mujeres, que seguían un curso sobre moral y elección política. Los estudiantes fueron entrevistados durante el segundo año de universidad y luego cinco años después de graduarse. En el segundo estudio consideró la relación entre experiencia y pensamiento y el papel del conflicto en el desarrollo. En esta ocasión seleccionó a veintinueve mujeres de quince a treinta años de distintas clases sociales y antecedentes étnicos, que tenían la intención de abortar. Fueron entrevistadas en el primer trimestre de su embarazo y luego un año después de haber tomado su decisión. Por último, en el tercer estudio quiso ampliar la comprensión del desarrollo humano, abordando la relación derechos y responsabilidades.
De los tres estudios, Gilligan obtuvo datos significativos sobre identidad, creencias morales,
De los tres estudios, Gilligan obtuvo datos significativos sobre identidad, creencias morales,
experiencias de conflicto moral, elección y juicios sobre dilemas morales hipotéticos. Con esta
investigación, Gilligan obtuvo una visión más clara del desarrollo moral de las mujeres. Así
mismo observó que la desviación sistemática en las repuestas femeninas, obedece a que ellas
tienen una idea diferente de lo ético, describen los problemas morales prácticos más en términos de relaciones interpersonales y de responsabilidad que de derechos y reglas. Las mujeres relativizan el contexto normativo con sus cánones, privilegiando la compasión, el cuidado, la responsabilidad y la culpabilidad frente al otro concreto. El desarrollo de la conciencia moral de las mujeres no es deficiente; por el contrario, ellas tienen otra manera de ver, sentir y expresar la vida moral, cuya experiencia está directamente relacionada con la intimidad, el cuidado y el placer de estar con otro. La moralidad femenina se corresponde mejor con la preocupación y la responsabilidad por los demás. Gilligan (1982/2003) concluyó que para entender realmente cómo reacciona la mujer ante el tipo de dilema ético como el de Heinz, habría que cambiar de modelo dilemático, en el que ella tiene una posición activa en la situación, escuchando lo que dice la otra voz diferente.
En últimas, lo que Gilligan (1982/2003) propuso fue describir dos modelos alternativos
de evolución moral, diferenciándolos sin jerarquizarlos ni valorizarlos. Pero el hecho de que
Kohlberg (1978) haya realizado exclusivamente sus observaciones en varones y que Gilligan
haya involucrado mujeres en sus estudios y haya sistematizado la desviación peculiar en las
respuestas femeninas, ha inspirado conclusiones radicales en algunas autoras feministas,
quienes han enfatizado que la ética de la diferencia es exclusivamente femenina. No obstante
los radicalismos, es preciso reconocer que los estudios de Gilligan revelan una íntima relación
entre moral femenina y cuidado. A este tipo de razonamiento moral que privilegia el vínculo
con el otro, la compasión y la preocupación por los demás, se le denomina ética del cuidado,
para diferenciarla de la ética de la justicia.
Victoria Camps (1997), señala que el discurso de la ética debe poner de relieve dos asuntos
básicos:
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