Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
miércoles, 10 de octubre de 2018
Género, poder y dominación
En el último aporte habíamos dicho, casi al final de una cita de la OMS, recuérdenlo por favor: “Las diferentes funciones y comportamientos pueden generar desigualdades de género, es decir, diferencias entre los hombres y las mujeres que favorecen sistemáticamente a uno de los dos grupos”. Y es aquí que comenzamos este nuevo aporte. Para llegar a comprender eso de las “desigualdades de género”, lo que hemos llamado en su momento patriarcado, debemos entender primero algunas cosas, algunos conceptos, como el poder y la dominación.
El poder es un concepto muy complejo y en muchos de sus significados ha sido reducido a su sentido negativo de opresión. Vamos a ensanchar la posibilidad de su significado. En términos generales, y en esto seguimos a Foucault,1 el poder estaría presente en todos los aspectos de nuestra vida, en todas nuestras relaciones. Cuando nos relacionamos con otras personas, sean familiares o desconocidas, entran en juego una serie de mecanismos sociales a los que podríamos bien llamarles relaciones de poder.
Por ejemplo: supongamos un niño que desea tomar un helado. Su madre no quiere o no puede permitírselo: la hora de la comida está cerca, no tiene suficiente dinero, teme que se ensucie al comerlo o simplemente está lloviendo a cántaros y hace un frío tremendo. La voluntad del niño está en contraposición con la de la madre. Esta es ya una relación de poder. Ambos desplegarán una serie de dispositivos, de estrategias para “ganar”. Desde el no te saco más, a nunca me compras lo que quiero, hasta una tunda o una pataleta. De pronto ambos habrán olvidado de qué iba la discusión: de lo que se trata es de ganar, precedentes, autoridad, límites, etc.
Para Foucault el poder está siempre presente en las relaciones personales. Esto en sí mismo no es malo para él. El tema empieza a ponerse espinoso cuando este poder empieza a ser detentado por sólo una de las personas o grupos en cuestión. Si en una pareja heterosexual, por ejemplo, sólo el varón llega a tomar las decisiones en desmedro de la voluntad de la mujer, estamos frente a una descompensada relación de poder, estamos frente a una relación de DOMINACIÓN.
Y podemos llevar este ejemplo a dimensiones más colectivas. Cuando en nuestro país, antes de 1952, sólo un grupo varones propietarios, letrados y miembros de la oligarquía detentaban el poder político en desmedro de la mayoría indígena (los y las indígenas junto con las mujeres estaban excluidas/os de las elecciones generales, sólo por citar un dato conocido por todos y todas), ésta no era sólo una relación de poder: ésta era una relación de dominación. Piensen en el apartheid sur africano o en las tensas relaciones entre ingleses e hindúes durante la colonia hasta mediados del siglo XX. Podríamos multiplicar los ejemplos si quisiéramos.
Esto es lo negativo y censurable, lo malo realmente: que las relaciones de poder se estanquen de un lado de la balanza y se tornen en relaciones de DOMINACIÓN, perdiéndose así el equilibrio en un tira y afloje inevitable al encuentro de dos voluntades libres. Otro concepto interesante: libertad. Foucault sabe que las relaciones sin libertad son relaciones de dominación. Y sabemos que la libertad es uno de los dones más preciados que Dios le hace a su creatura humana…
Ahora bien. A una estructura social que organiza, normaliza y justifica legalmente, jurídicamente relaciones de dominación de los varones sobre las mujeres, la llamamos patriarcal. El patriarcado organiza relaciones de dominación a niveles macro, es decir, a niveles estatales, institucionales, culturales y religiosos…
Por ejemplo, la publicidad en la televisión que utiliza el cuerpo de las mujeres como objetos suntuarios o de consumo (ya sea en spots de pinturas o de muebles, de cuero o de bebidas alcohólicas, el cuerpo de las mujeres es banalizado al exhibirse sin más justificación que su presencia con poca ropa y formas estandarizadas, el famoso 90-60-90); las normas y usos laborales que hacen que los varones ganen más que las mujeres por realizar el mismo trabajo (incluso en las sociedades más igualitarias como Suecia las diferencias son ofensivas: si un varón gana 100$, una mujer ganará, por la misma labor, 85$ ); la posición subordinada que ocupan las mujeres en las religiones, en los textos sagrados (Eva y la manzana, Pablo y sus observaciones sexistas, etc.); el lenguaje popular sexista que omite la presencia femenina o la ridiculiza (cuando un insulto común es “maricón” al insinuar que un varón se parece a una mujer, alejándose de su calidad masculina, como sinónimo de cobarde, poco atrevido o traidor).
En última instancia el patriarcado es la organización social extendida a lo largo del mundo2 que privilegia las características del género masculino sobre las del género femenino, organizando a partir de esta evidencia todos los aspectos de la vida humana.
Por supuesto, siempre podemos complejizar más estos conceptos. La teóloga Elisabeth Schussler evidenciaba que no todos los varones oprimen, discriminan o explotan a todas las mujeres, puesto que hay mujeres que también, de acuerdo a su posición social y de clase
están sobre muchos varones. Para explicar este fenómeno obvio ella creó un concepto: Kyriarcado. Es posible que ante la evidencia de toparnos con una mujer que ejerza un liderazgo en cualquier rama, ya sea laboral o profesional o en nuestras mismas Iglesias, tengamos la falsa impresión de que el patriarcado no existe o está en franco retroceso. El kyriarcado nos explica que algunas mujeres ocupan espacios privilegiados pero siempre subordinadas por algunos varones, siempre más poderosos que ellas. El kyriarcado no desmiente la realidad de la dominación masculina, sólo la precisa para no caer en errores de apreciación: recuerden que la realidad siempre es más compleja que nuestra “primera vista”.
Para terminar este aporte: decimos que las características de género pueden encarnar desigualdades de género, y que éstas pueden devenir en relaciones de dominación, tanto para las mujeres como para las diversidades sexuales, y que todo esto es llamado Patriarcado/ kyriarcado como una forma de organización social, política, cultural y religiosa… Precisemos: toda esta descripción de nuestra realidad nos hace pensar que las personas, la gran mayoría de las personas estamos viviendo nuestras vidas de forma constreñida, limitada, hasta condicionada. Varones y mujeres que no pueden desplegar sus potencialidades, que no pueden realizarse como seres humanos, como creaturas de Dios. La felicidad está cada vez más lejana o más difícil de conseguir. Mujeres que se ven sometidas a discriminación y acoso, varones que no pueden manifestar sus emociones o vivir abiertamente su condición sexual. Transexuales que deben habitar los márgenes para sobrevivir por el rechazo de su familia y su comunidad. Niñas en las áreas rurales que no irán a la escuela porque es mejor para sus familias hacer estudiar a su hermanito. Travestis en el Asia que tienen que mendigar porque nadie los contrataría para ningún trabajo. Lesbianas en EE.UU. que recurren al suicidio porque la interpretación de la Biblia que les da su pastor sólo le habla de condena y odio y rechazo.
Y todo esto hay que transversalizarlo, hay que pensarlo también desde la perspectiva de la clase social: ricos y pobres y su antagonismo estructural. No es lo mismo ser una mujer en Nueva York que una esposa de minero en Oruro. Una afro-descendiente en Uganda y una indígena en la selva lacandona. Un travesti en Tailandia que un gay del partido liberal en Francia. Imaginen un momento la homosexualidad en una comunidad guaraní. O la misma condición en Suecia. La pobreza, la limitación de recursos, son determinantes para que estas condiciones que hemos descrito se exacerben o mitiguen. De todas formas la recomendación es también a la inversa. No se pueden pensar sólo relaciones de clase sin tener en cuenta la perspectiva de género. La realidad no es fragmentaria, parcelada o estacionaria: la realidad es cada instante que respiramos desde la totalidad, desde la globalidad de los fenómenos sociales y económicos y políticos y culturales y religiosos…
En los siguientes pasos vamos a desentrañar con algo más de minuciosidad algunas características de lo que llamamos femenino y masculino. A partir de estas elaboraciones podremos generar propuestas de superación de esta dicotomía y construir una base sólida teórica reflexiva para abordar el tema propiamente teológico en los siguientes aportes.
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