martes, 9 de octubre de 2018

Género y mundos indígenas


Cabe preguntarse ahora, ¿qué significa género para los mundos indígenas de los cuales formamos parte de uno u otro modo? ¿Es relevante un concepto como éste para acercarse a la realidad indígena? Existen algunas posturas que afirman que es imposible comprender el mundo indígena con herramientas occidentales como el género. Esto hace del mundo indígena un universo excluyente, ajeno a nosotros y a nosotras, tan diferente que pareciera salido de otro planeta. Nos parece que esto no es cierto. Ya vimos en el anterior apartado que los seres humanos indígenas compartimos características con los seres humanos de otras latitudes, como era de esperarse. Además, si como indígena comprendemos sólo las últimas comunidades pérdidas en el rincón de la selva o en lo más hirsuto de la cordillera, estamos frente a una categoría en vías de extinción . En cambio pensamos que lo indígena existe en nuestros cotidianos, está presente en nuestras vidas y en las formas culturales que tenemos como comunidad. Somos la más clara evidencia de esto. 

Pero el género debe entenderse de forma particular en nuestros países . Un colectivo de activistas (feministas decoloniales que trabajan en México y Centro América principalmente) hace un llamado a redefinir algunas categorías. Vamos a citar algunos elementos, algunas ideas para marcar un mapa tentativo de por dónde asomarnos.

Un dato: cuando los conquistadores llegaron a América encontraron, entre muchísimas otras cosas, a varones vestidos de mujeres entre los pueblos que contactaban. Personas que siendo del sexo masculino actuaban en su cotidiano como mujeres. La cristiandad censuraba la sodomía y el castigo por este “pecado” fue arrojar a estas personas a los perros hambrientos para ser devoradas. Además se usó este hecho para justificar la violencia de la conquista. 

Otro dato: durante la sublevación general, de Tupaj Katari y Tupaj Amaru, entre 1781- 1782, pocos historiadores nos hablan de la importancia trascendente que tuvieron sus compañeras, Bartolina Sisa y Micaela Bastidas, respectivamente. En el caso de Bartolina, esta fue incluso generala de la mitad del ejército indígena en armas durante el cerco a la ciudad de La Paz. Muchas investigadoras dicen incluso que fue ella la estratega de todo el levantamiento en este territorio. 

¿Pero, qué nos dicen estas “anécdotas”? Simplemente que la forma de convivencia entre varones y mujeres en los mundos indígenas era diferente de las de occidente. Pero no sólo eso (ya lo habríamos dicho antes, en el paso anterior). Si bien el patriarcado/kyriarcado es un fenómeno también presente en América, tiene sus propios matices, debido en parte a las resistencias de las mujeres aquí, pero también a sus propias cosmovisiones. Hay una relación de género aquí: varones que son varones en su genitalidad, pero que por su hacer, por sus ocupaciones y su vestimenta, son “mujeres”. Al igual que en occidente, existe una diferenciación entre sexo y género (aunque no se nombren así). Lo interesante es que este movimiento entre uno y otro género (masculino-femenino) es castigado con la hoguera en Europa y en América más bien forma parte de la “naturaleza”. ¿Qué provoca esta valoración diferente para un casi mismo fenómeno? 

Creemos que es por cómo se concibe la identidad genérica en uno y otro lugar. En América la identidad es parte de un vaivén vital, de una suerte de “posibilidad”, eso que algunos llaman la lógica del tercero incluido. En contraposición, en cierta filosofía europea existe algo que es llamado el principio identidad. Ambas concepciones son antagónicas. Mientras que en Europa A=A y B=B, por tanto A no es igual a B, en América existe una tercera opción entre ser A y ser B: simplemente C. Es una pequeña diferencia que les permite a los seres humanos ser lo uno y ser también lo otro a la vez. Esto es también llamado lo indefinido, no en una suerte de no saber qué se es, sino más bien en términos de complejidad, de pluralidad.

Un ejemplo contemporáneo. Cuando las travestis  empezaron a bailar en la entrada folklórica del Gran Poder, a finales de los años 60, crearon un personaje para la morenada: la China Morena. En cuanto esta entrada llegó a invadir el centro de la ciudad de La Paz, el gobierno de Bánzer prohibió por decreto la participación de varones vestidos de mujeres en las fraternidades. La reacción de las travestis es nuestro ejemplo: simplemente se fueron a bailar a las entradas del área rural de La Paz, Oruro y Potosí, donde los grupos de baile de las comunidades indígenas se peleaban entre sí por tener alguna de estas bailarinas en sus fraternidades. Es que la tradición indígena del altiplano prescribe que en todo baile festivo/ritual exista un varón vestido de mujer para simbolizar el “equilibrio” del chacha-warmi. A este tipo de fenómeno, que podemos decir de género, las feministas decoloniales, desde la mirada indígena le llaman “sólo una posibilidad de los múltiples arreglos duales y fluidos del pluriverso indígena”. Ser varón y ser mujer forma parte del transcurso de la vida y por eso entre los indígenas eran más tolerantes con realidades que en Europa eran castigados con la muerte. 

Por último, la apertura indígena para ciertos aspectos de la vida humana como vimos antes, también conlleva ciertas otras características. Feministas importantes como Julieta Paredes en Bolivia o Lorena Cabnal en Guatemala, ambas reivindicando su origen indígena, afirman que si no reconocemos que las sociedades indias ya habían desarrollado relaciones de patriarcado/kyriarcado antes de la llegada de los españoles, corremos el riesgo de ocultar las relaciones de dominación entre varones y mujeres hoy: el chacha warmi implica que si alguien de la comunidad se queda soltera o soltero, no está completa/o, es decir, que no puede ser elegido/a autoridad, ni pasar “cargo”, ni ser parte de la toma de decisiones de la comunidad. Implica que si alguna mujer no tiene hijos/as, es una mujer “que no sirve”. Implica que en las asambleas comunales los varones conversen en círculo y las mujeres se mantengan alrededor sin poder participar de la toma de decisiones de forma directa. 

Los varones que no van al cuartel a probar su hombría no pueden casarse. Por ende tampoco participar de la vida en común: otra vez, no pueden ser elegidos autoridades para pasar “cargo”, ni ser parte plena de la comunidad. De igual forma todo lo que se vive en las ciudades de forma sincrética afecta a estas relaciones. Desde el feminismo comunitario le llaman entronque patriarcal, es decir, el resultado del encuentro entre el patriarcado occidental y el patriarcado originario, el que había antes de la llegada de los españoles.

Trabajos fundamentales como los de Francesca Cargallo, Lorena Cabnal, Julieta Paredes, Oscar González, Sylvia Marcos, Guiomar Rovira, inician investigaciones que nos permiten re-leer el género, entre otros, en los pueblos indígenas. 

Lo indígena es lo “otro”, lo diferente de occidente. Pero es también parte de nuestra vida, de nuestras identidades. Por eso está vivo, siempre nuevo, siempre re-actualizándose en nosotras, en nosotros. Por tanto es indispensable pensar temas como el género desde esa perspectiva, en un abordaje consciente de eso particular: debemos generar conocimiento propio para encaminar procesos de construcción del Reino de Dios, de la loma Santa, de la Suma Qhamaña que sean honestos, que funcionen, que le digan algo a la gente, que nos diga algo a nosotros mismos a nosotras mismas…

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