lunes, 29 de octubre de 2018

La Mente Patriarcal - Claudio Naranjo-4


¿Qué ocurre con la compasión en el ámbito del patriarcado?


Cabe afirmar que ocurren varias cosas a la vez. La primera es que la historia de la civilización ha sido, a grandes rasgos, la historia de una brutalidad enmascarada tras la idealización del heroísmo. Si imaginamos a un habitante de Marte observando los acontecimientos que tienen lugar en la Tierra a través del paso de los siglos, no nos extrañaría que llegara a la opinión de que los humanos, en su conjunto, son despiadados: gente de muy poca compasión.
Por más que haya sido determinante la empatía femenina en la génesis de la sociedad tribal, es evidente que posteriormente la agresión de los machos de nuestra especie ha militado contra una cultura más tierna ( lo mismo se puede decir respecto al desequilibrio patriarcal entre la creciente competitividad y el cada vez menor espíritu de colaboración). Podemos pensar que nuestra actividad bélica surgió de la caza, que en su origen fue vivida como un acto de simple supervivencia y protección hacia los familiares; pero así como la caza llegó a tornarse sádica, la guerra se tornó en una particular pasión y en fuente de un nuevo placer. 
Pero esto no es todo, puesto que también es cierto que, no obstante la atmósfera agresiva del mundo patriarcal, lo femenino es en ella algo muy preciado, como lo es el agua en el desierto, donde escasea. La feminidad es una cosa muy dulce en tiempos difíciles , y justamente cuando menudea su presencia, la compasión se convierte en un acariciado ideal. Pero está claro que enarbolar el ideal de la compasión no es lo mismo que ser compasivo: más bien contribuyen nuestros ideales a que, sintiéndonos virtuosos por sólo adorarlos, descuidemos serles fieles con nuestros actos. Sirva de ejemplo cómo el acto de rezar a María--encarnación simbólica de la misericordia divina—en nada disminuyó la brutalidad de los Cruzados. Así, el ideal cristiano de amor, defendido como bandera de la civilización cristiana, no ha proyectado sino un pálido reflejo sobre el corazón crecientemente endurecido de la misma.
Pero no sólo es el amor apreciado en tanto ideal que estamos lejos de alcanzar, sino también como algo que nos conviene, porque, en su generosidad, se deja explotar. Cuando existe conflicto entre dos personas, es seguramente la más cariñosa quien cede. Quien sea capaz de mayor empatía respecto a las necesidades del otro acaba dando más de sí, y por ello no es de extrañar que una cultura explotadora acoja la bondad a pesar de que no consiga alimentarla. 
Podemos profundizar en nuestro análisis del amor en la condición patriarcal si tomamos también en cuenta que nuestro potencial no realizado se vuelve contra nosotros, y que, del vacío que deja nuestra insuficiencia amorosa, surgen formas de la necesidad amorosa que, no constituyendo propiamente formas del amor, son derivados suyos que, muy a menudo, confundimos con éste y que interfieren con su expresión. 
Pensemos, para entrar en materia, en que aquello a lo que rendimos culto frecuentemente no es de este mundo, pues se alza mucho más allá de la pequeñez propia del mundo humano ordinario. Podemos caracterizarlo como “arquetípico”, o como “ideal” ( una realidad aparte, que tal vez identifiquemos con la esfera de lo divino). Tanto es así, que cuando encontramos lo ideal encarnado en ciertas personas, decimos no sólo que las idealizamos sino que las divinizamos. Tanto los héroes, como seguramente nuestros padres durante la infancia, ciertos amigos y buenos gobernantes se constituyen en autoridades que percibimos como mediadores cuasi-divinos de una autoridad o, por lo menos, de una influencia espiritual. 
Nietzsche seguramente exageró al pensar que sólo miramos hacia el cielo por desprecio a la tierra, y que sólo nos entusiasmamos con lo ideal por incapacidad de amar lo real. Pero seguramente fue acertada su observación respecto a cómo el rechazo de lo instintivo alimenta nuestra sed de quimeras. Aunque no dudo de que la capacidad de reverencia hacia los vivos y los muertos, hacia la vida misma y aún hacia el universo sea la más humana de las capacidades de los humanos (y me parece que el amor más completo es aquel en que los amantes pueden intuir lo divino en el otro, de modo que no sólo se desean y quieren bien, sino que se adoran), tampoco dudo de que un exceso de adoración a menudo acompaña y compensa una inhibición del deseo, o una falta de caridad. En otros términos, puede darse algo así como un trasvase de la energía psíquica, de modo que el vacío creado por la inhibición de alguna de nuestras capacidades amorosas busque una satisfacción alternativa, aunque imposible. Y así, es posible que el desprecio por el placer, y hasta de la vida misma, característico de los guerreros entregados plenamente a su deber patrio solidario se torne en ese éxtasis furioso frenético que tan característicamente acompaña al ideal heroico. 
Si pensamos en la forma de amor que mueve a Aquiles y a los demás héroes homéricos, que tanto exaltaban la gloria de morir en la batalla, diremos sin duda que se trata de amor admirativo, pero no se trata ya tanto de esa capacidad amorosa que se expresa en el reconocimiento del valor del otro y que implica una capacidad de devoción, sino de una sed de reconocimiento, y el correspondiente afán de sacrificarlo todo a la fama. Aquiles es, en otras palabras, un monstruo de narcisismo: con el prestigio de héroe incomparable y, a la vez, con la sed de triunfo competitivo personal que le arrastran a actos de suprema inhumanidad.   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...