Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
martes, 16 de octubre de 2018
Los diversos modos de sentir y nombrar a Dios
En este paso nos invitamos a conectarnos con otros modos de nombrar y sentir a Dios, porque nadie puede poseerlo, por lo tanto es imposible nombrarlo de un solo modo. Aunque en el aspecto religioso, se ha marcado una serie de jerarquías en la que “las religiones fueron divididas en grandes y “chicas”, y las grandes son pocas y sólo a estas pocas se les ha reconocido el derecho de hablar. Las demás son consideradas sólo religiosidad, mitos, sincretismo y nada más” (Op cit., p. 21), que determinará un solo modo de nombrar a Dios.
Para invitarnos a profundizar en esa ricas experiencias, es importante reconocer que “en la perspectiva de género irrumpen nuevos lenguajes, nuevas perspectivas, porque irrumpen nuevos sujetos y nuevas problemáticas ecuménicas. Con estupor descubrimos juicios y cosmovisiones que “piden la palabra” en la historia fragmentaria y dualista de la religión, y reclaman cambiar el lenguaje, dejando hablar no sólo a la racionalidad obediente y sometida a la fe, sino también la desnudez de aquella fe que acalla los discursos de los sabios y de los inteligentes” (Idid.).
Desde la invitación de asumir los nuevos lenguajes y experiencias inéditas que salen a luz, nos conectamos con el Poema de Analía Bernardo, que presenta diversos modos de sentir la presencia de la Divinidad, desde otras cosmovisiones y espiritualidades.
Soy Muchas y Soy Una. Soy la Pachamama.
Yo soy Sedna, la Diosa del mar, la creadora de los inuit del Ártico y entre los navajos soy la Mujer Cambiante, Diosa araña de la creación, madre del Cielo y la Tierra. Soy la Bisabuela Wakan de los sioux, la Mujer Bisonte Blanco de los lakotas y la Mujer del Peyote de los huicholes.
Soy Ixchel, la Diosa luna de los mayas y Tonacayohua, la Diosa cielo de los totonacas. Los mejicas me llamaban Señora de la Falda de Jade y Señora de la Falda de Serpientes porque producía la vida, la muerte cíclica y la regeneración.
En Centroamérica, me han celebrado bajo el nombre de Flor Emplumada, la Estrella que humea en el bosque, patrona del amor, la sexualidad, los códices y las artes.
En Colombia soy Bauche, la Diosa serpiente creadora en la laguna de Iguapé y en las selvas soy Nunguí, la fértil Diosa que danza en los campos de yuca plantados por las mujeres jíbaros. Los incas me llamaban Pachamama y me reconocían en mis hijas: Saramama, Cocamama, Axomama, Coyamama y Sañumama.
Soy la Mujer Jaguar de los Andes y la Jaguar Negra del Amazonas. En las costas del Brasil y del Uruguay me llaman Iemanjá, la Diosa luna que emerge del mar. Y para los tobas del Chaco paraguayo y argentino soy Aquehua, la diosa sol que bajó a la tierra para engendrar a los primeros seres humanos y regresó al cielo para nutrir la vida.
Soy la Sirena del Paraná y la Doncella de la Yerba Mate. Entre los pampas soy la Llorona, la Luz Mala de los huesos y la Vieja vestida de Novia. También he sido la Telesita y la Difunta Correa.
Entre los araucanos soy el Espíritu del Pehuén, la Diosa Madre de los mapuches. Danzo, canto, profetizo y curo con las machis, únicas sacerdotisas activas de esas tierras. Y con máscaras sagradas estuve danzando con las onas y yaganes de la austral Tierra del fuego. (publicado en agenda mujer, 2001, s/n).
Por mucho tiempo la experiencia religiosa de los otros pueblos en los contextos en los que llegó el cristianismo fueron “satanizados”, y se las juzgo como no válidas, a su vez, es importante reconocer que la preeminencia de la hegemonía y la masculinidad del lenguaje teológico y litúrgico sobre Dios no es un accidente cultural o lingüístico, sino un acto de dominación en y a través de la proclamación y oración. Como el lenguaje androcéntrico y las estructuras intelectuales hacen de la dominación patriarcal algo evidente, perteneciente al “sentido común”, el lenguaje masculino referente a Dios en la liturgia y en la teología proclama esa dominación como “ordenada de Dios”.
Al interior de nuestras iglesias, ya sea por fundamentalismos ideológicos, o por los fundamentalismos acríticos, cuesta reconocer la revelación de Dios fuera de la Biblia y desde los diversos contextos y espacios culturales. En ese sentido, por ejemplo, las teologías feministas y los avances teóricos de las mujeres a este respecto, han quedado marginales y sin mayor influencia, o puestos en el banquillo de los acusados y vistos con mucha sospecha. Si bien se ha avanzado, no se ha podido impactar aún lo suficiente.
Son tan importantes las interpretaciones desde cada sujeto histórico preciso. En nuestra época, se precisa que las mujeres contribuyamos desde nuestras experiencia y situaciones históricas, a una hermenéutica de género que elabore aspectos nuevos y desafiantes en el ámbito teológico. Partiendo de la ética cristiana del amor al prójimo, que construya relaciones de cuidado y de justicia que gestan una sociedad donde todas las personas y los seres tengan cabida, como bien lo dicen las palabras profundas neo-zapatistas: abogamos por “un mundo donde quepan muchos mundos”.
Y uno de los desafíos que procure el grito de la diversidad, será asumir los nuevos nombres, imágenes y metáforas de la Divinidad. Para la búsqueda de esos otros modos de sentir a Dios, es preciso partir de las experiencias propias que reflejen las múltiples maneras de nombrar a Dios, lo sagrado, que supera la violencia que generan ciertos modos de comprender a Dios. Para ello me parece importante mencionar dos aportes importantes, de Dorothee Sölle e Ivone Gebara:
La relativización de un símbolo de Dios empleado absolutamente, como ocurre con el “padre”, representa en este contexto una exigencia mínima.
Cabe aplicar a Dios otros símbolos: sin abandonar el vocabulario de la familia, podemos llamarla madre o hermana. Sin embargo, yo considero menos ambiguos los símbolos naturales porque no evocan la idea de autoridad. Un lenguaje teológico sin resonancias de dominación podrá encarar con la tradición mística.
‘Hontanar de todos los bienes… viento vivificante’, ‘agua de la vida’ y ‘luz’ son símbolos que no evocan el poder ni la autoridad, ni tienen resonancias patrioteras. En la espiritualidad mística no hay lugar para el reconocimiento de un ‘poder superior’, la adoración de la soberanía o la negación de la propia capacidad. La relación señor-esclavo, criticada a menudo explícitamente, fue superada mediante la creatividad lingüística. En la mística la religión es sensación de estar unida/o con todo, vinculación espiritual, no sumisión. Las personas no veneran a Dios por su dominio, sino que se ‘sumergen’ en su amor que es ‘abismo’, ‘profundidad’, ‘mar’. Los símbolos tomados de la madre y de la naturaleza gozan de preferencia donde la relación con Dios no implica obediencia, sino unión, donde no hay una ‘respectividad’ distante que exige la inmolación y la renuncia personal, sino que la armonía y la unión con el Dios vivo constituye el tema de la religión. Así, la virtud más importante no será la obediencia, sino la solidaridad. (Citada en Ute Seibert, 2014, p. 81).
Son aportes importantes que nos llevan a asumir una experiencia que supera la religión y se vincula a la espiritualidad que propicia el vínculo. Ivone Gebara lo plantea como siguiente:
A pesar de la ambigüedad cultural de la palabra Dios, ella es aun válida por el simple hecho de que su contenido hoy está marcado por la imprecisión. Y esa imprecisión es necesaria para expresar la sorpresa, la admiración y la confianza ante esa realidad maravillosa, misteriosa y paradojal en la cual vivimos. La imprecisión es aquí bendición y libertad. Decir Dios es no absolutizar ningún camino, ni siquiera los caminos de la justicia, la verdad, la solidaridad. Decir Dios es decir el sí o el no, lo negativo o lo positivo, la vida y la muerte como cara de un mismo rostro. Decir Dios es decir el Todo con límites u el Todo sin límites, el Todo a partir de las figuraciones humanas y fuera de ellas. Dios es esta realidad siempre mayor, la esperanza siempre más grande que todas nuestras expectativas. Decir Dios es afirmar la posibilidad de caminos abiertos, es apostar a lo imprevisible aun cuando lo que esperábamos ya no tenga condiciones de realizarse. (Citada en Ute Seibert, 2014, p. 91).
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