miércoles, 17 de octubre de 2018

Mujeres líderes en el periodo del movimiento de Jesús de Nazaret


por Elsa Tamez

Antes de ver cada periodo por separado es importante considerar que los documentos del Nuevo Testamento: cartas, evangelios, hechos, etc. no todos fueron escritos en el momento en que acontecían las distintas épocas clasificadas arriba. Porque una cosa es el evento y otra cosa el escrito que registra el evento. Por ejemplo, en las primeras tres décadas no tenemos ningún escrito. Los evangelios que narran sobre la vida de Jesús (primer periodo) fueron escritos en el periodo sub-apostólico (tercer periodo). De hecho, a excepción de las cartas de Pablo, las auténticas, que fueron escritas en el periodo apostólico (segundo periodo), todos los documentos se produjeron en el periodo subapostólico, después del 70. Pablo escribió del 50 al 57 o al 62 aproximadamente. 

De manera que cuando leemos un libro, Los hechos de los apóstoles, por ejemplo, tenemos que tener presente que, aunque narra eventos del periodo apostólico, el contexto en el cual fue escrito es el del periodo sub-apostólico, el periodo donde acontece la fuerte tendencia de exclusión de las mujeres del liderazgo. Lo mismo debemos tener presente cuando leemos los evangelios, que narran eventos del periodo del movimiento de Jesús en Palestina.  

Nuestra fuente para estudiar este periodo son los evangelios, aunque escritos en el periodo sub-apostólico. Por eso hay que aplicar la “hermenéutica de la sospecha”.

En el tiempo de Jesús la presencia de las mujeres, como parte del movimiento de Jesús era fuerte. Pero si preguntamos por sus nombres, como mencionamos al principio, sólo el nombre de María Magdalena aparece como un gran personaje, imposible de quitarlo por la fuerza de su liderazgo. En el evangelio de Lucas (8.3), leemos de paso otros dos nombres: Susana y Juana, como seguidoras y colaboradoras a nivel económico. También leemos los nombres de Marta y María que, probablemente formaban parte del movimiento, aunque en el texto no está muy clara su participación, se queda en la ambigüedad como dos amigas que reciben al maestro en su casa, en Betania. Sin embargo, el rol de Marta, en el Ev. de Juan, es preponderante, ella hace una confesión de Jesús como el Mesías, similar a la confesión de Pedro.

El hecho de que haya pocos nombres explícitos no necesariamente indica que eran pocas las mujeres líderes en el movimiento de Jesús. Esa sería la conclusión de una lectura superficial. Pero si leemos los textos considerando el problema del lenguaje como un lenguaje androcéntrico, nos encontramos con sorpresas. Tanto en la cultura antigua como en la actual occidental -culturas patriarcales-, el lenguaje es androcéntrico, es decir, está centrado en el varón y habría que hacer el esfuerzo mental de visualizar a las mujeres junto con los varones cuando se narre algo sobre los discípulos en general o sobre los seguidores de Jesús. 

Los textos, por estar escritos en lenguaje androcéntrico, esconden la presencia de las mujeres. Por eso, además de visualizar a las mujeres cuando se hable en términos generales, hay que observar detenidamente cada vez que se menciona alguna mujer, y magnificar el hecho. Esto es porque el evento sobre dicha mujer o mujeres era tan relevante que el autor se vio obligado a incluirlo.

Veamos un ejemplo de estos dos casos: la relevancia de determinada mujer, imposible de eliminar, y la práctica el lenguaje androcéntrico que oculta la presencia de las mujeres. Esto ha sido señalado con frecuencia por varias mujeres, pero observemos con detalle el procedimiento. 

En todos los evangelios, al final, aparecen mujeres como testigos oculares de la crucifixión, sepultura, resurrección y aparición, elementos requeridos para ser considerados verdaderos apóstoles. En Marcos, el primer evangelio escrito justo después de la toma de Jerusalén por el imperio romano en el año 70, se lee:

Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé (15.40). 

Aquí encontramos tres mujeres, con nombre, testigos de la crucifixión. Estas mujeres vuelven a aparecer en los relatos de la sepultura, la resurrección y la aparición. Después que José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús para sepultarle, dos de las tres mujeres son mencionadas como testigos de la sepultura:

María Magdalena y María la de Joset se fijaban dónde era puesto (15.47). 

En el evento de la resurrección las tres mujeres, testigos de la crucifixión, vuelven a ser mencionadas. Marcos les dedica un buen trozo de su texto a este hecho. Ellas compraron aromas para embalsamarle, fueron al sepulcro, se preocuparon por quién les quitaría la piedra, vieron a un joven sentado vestido de blanco. Este joven, imagen del resucitado, les indica que el crucificado había resucitado y que debían decirle a los discípulos y a Pedro que él los esperaba en Galilea (16.1-8).

María Magdalena, sola, vuelve a ser mencionada más tarde como testigo de una aparición del resucitado. 

Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos (16.9-10)

Es curioso, al final del evangelio de Marcos, el protagonismo de las mujeres, especialmente el de María Magdalena, es indudable, sin embargo, ellas no son mencionadas en todo el evangelio como seguidoras. ¿Por qué? ¿Se incorporaron al final del ministerio de Jesús? No. Ellas estuvieron siempre presentes; fueron seguidoras de Jesús en Galilea y lo acompañaron, como los demás discípulos, a Jerusalén, donde fue arrestado. El mismo Marcos lo dice, pero no antes sino cuando está concluyendo su evangelio, en 15.40-45: María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé y muchas más, eran mujeres 

“que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén”.

Después de leer esta aclaración del evangelista, caemos en la cuenta que en el movimiento de Jesús había muchas mujeres seguidoras -seguidoras en el sentido de ser discípulas-, pero no leemos nada de ellas antes, porque están ocultas por el lenguaje. Por esa razón hay que releer de nuevo el evangelio y visualizar mujeres cada vez que Jesús se reúne con sus discípulos, enseña, discute algún asunto, hace un milagro, los reprende; incluso hay que visualizar su presencia en la última cena del Señor.

En cuanto al evangelio de Mateo, escrito en los años 80 del primer siglo, éste retoma la misma información de Marcos, su fuente principal. Ellas están presentes en la crucifixión, sepultura, resurrección y aparición. Pero ya no dice “unas mujeres estaban mirando de lejos”, sino dice “muchas mujeres”, y agrega, como Marcos, que ellas eran las que le habían seguido desde Galilea, también menciona el nombre de las más importantes. En 27.55-56 leemos.

Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

El evangelista Lucas (del año 85 más o menos) es el único que menciona algo sobre las mujeres seguidoras y colaboradoras del movimiento de Jesús durante el ministerio de Jesús, y no solo hasta el final del evangelio. Lucas visualiza a las mujeres en 8.1-3 cuando dice que lo acompañaban a Jesús los doce y otras mujeres, como María Magdalena. Desgraciadamente muchas veces esta mención pasa desapercibida a nuestra vista porque el lenguaje genérico androcéntrico en todo el evangelio es imponente. En 8.1-3 escribe: intenso

Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Para un lector atento del Ev. de Lucas, entonces, no le extrañaría que en 24.55 el autor hablara de las mujeres que seguían a Jesús en Galilea (“Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo)”. 

En el evangelio de Juan las mujeres líderes aparecen con más fuerza. A María Magdalena, a Marta, a la mujer de Samaria se les dedica no pocos versículos y éstos de contenidos teológicos profundos. El evangelio de Juan se escribió hacia el final del siglo primero, cuando comenzaba a institucionalizarse la iglesia y a desatarse una fuerte discusión sobre el liderazgo de las mujeres. El Ev. de Juan sería la contraparte de la Primera carta de Timoteo. 

Encontramos, pues, que en el movimiento de Jesús en Palestina había muchas mujeres discípulas, y aunque escondidas por el lenguaje, un lenguaje genérico masculinizado, los vestigios observados con la hermenéutica de la sospecha permiten visualizarlas. Cada vez que leamos el evangelio tenemos que imaginar a Jesús y su movimiento compuesto no solo por hombres, sino también por mujeres. 

Por otro lado, en cuanto a la actitud misma de Jesús, es innegable el trato sorprendente que él tiene para con las mujeres en una cultura que las margina. Mujeres como la mujer del flujo de sangre crónico, la encorvada, la sirofenicia y otras, jamás olvidarán, no solo cómo fueron escuchadas y restauradas en su sociedad, sino la ternura con la cual fueron tratadas por Jesús. Estas actitudes de Jesús en los evangelios, podrían ser tal vez lineamientos para la creación de una nueva interrelación entre hombres y mujeres, en un momento histórico en el cual algunas posiciones duras al interior de la iglesia de los orígenes tendían a excluirlas. Recordemos que los cuatro evangelios fueron escritos en el periodo de exclusión de las mujeres.

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