viernes, 16 de noviembre de 2018

Afrontar las implicaciones de las Escrituras -John Shelby SPONG-2


Hace algunos años me enzarcé en un debate de café con Carroll E. Simcox, un sacerdote estadounidense y periodista religioso. Con el tiempo, el doctor Simcox abandonaría la Iglesia episcopaliana para unirse a un grupo conservador escindido, afirmando que la Iglesia le había abandonado, y no al revés. Pero en aquella época, a principios de la década de 1970, ni a él ni a otros muchos les pareció que su posición imposibilitara su permanencia en el seno del amplio hogar de la fe anglicana. En aquel encuentro memorable afirmó que, para poder considerarse como un verdadero cristiano, había que tomar como una cuestión de historia literal y real todas y cada una de las frases contenidas en los credos históricos de la Iglesia. 

Al principio, pensé que debía de estar bromeando, de tan extraña como me pareció esa conclusión para la visión de la realidad del siglo XX. No obstante, a medida que se desarrolló nuestra conversación descubrí que hablaba muy en serio.

—Vamos. Carroll —le dije un tanto burlonamente, ¿qué me dices entonces de la frase «y está sentado en la diestra de Dios»? ¿Hasta qué punto tenemos que tomarnos eso al pie de la letra? 

Mi propia imagen sobre esa frase quedó matizada para siempre por la historia del muchacho que acudía a la escuela dominical y le dijo a su madre que Dios era maravilloso. Aunque aceptó la conclusión de su hijo, y le alabó por su sabiduría teológica, la madre le presionó para enterarse de cuáles eran los detalles que había tras la afirmación del muchacho. 

—Bueno —respondió éste— Dios creó el mundo entero con una sola mano. —¿Y quién te ha dicho eso? —le preguntó su madre. —Hoy me han dicho en la escuela dominical que Dios sólo pudo utilizar la mano izquierda porque Jesús estaba sentado sobre la derecha. 

Bajo la presión de esa pregunta, el doctor Simcox tuvo que admitir que esa frase era una figura discursiva que no había que tomar al pie de la letra, pero ésa fue su única concesión y el único compromiso que estuvo dispuesto a admitir en su credo literalizado. 

Le repliqué diciendo que en los credos históricos de la Iglesia sólo había existido un hecho histórico literal, que se encontraba en la frase: «Sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue enterrado». 

Ésa es la única frase que ata el cristianismo a la historia. Todo lo demás que existe en los credos no constituye sino un intento por poner en palabras una experiencia de Dios que estaba más allá de la historia, y por explicar teológicamente quién fue el que sufrió y murió, por qué tuvo importancia y por qué tuvo su vida un significado que va mucho más allá de sus límites históricos y finitos. 

Los credos son también una afirmación de fe expresada desde una visión premoderna del mundo, de un universo en tres planos, que apenas si tiene sentido para una generación de la era espacial. Ese credo contiene tantas ascensiones y descensos que casi podríamos imaginar un ascensor gigante uniendo los tres pisos del universo. ¡Las palabras del credo no son una verdad literal! Y, sin embargo, esas palabras nos señalan una verdad profunda. Mis argumentos no impresionaron a Carroll Simcox, pero la historia revela que, con su punto de vista, no le pareció posible seguir viviendo dentro de los límites de la Iglesia episcopaliana y por eso se marchó. 

No se me ocurriría tratar de definir a la Iglesia de una forma tan estridente como para tener que hacer esfuerzos por purgar de entre sus filas a personas como Carroll Simcox. El tiempo se ocupa por sí solo de situar en su lugar esos puntos de vista, como podemos ver con facilidad mediante la simple lectura de cualquier libro de texto teológico de veinticinco a cien años de antigüedad. La Iglesia siempre ha tolerado a sus tradicionalistas, sin que importara lo anticuadas que pudieran ser sus palabras, pero también ha atacado, y en ocasiones matado, a quienes tratan de encontrar el camino hacia una nueva verdad.    

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