Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
viernes, 16 de noviembre de 2018
Afrontar las implicaciones de las Escrituras -John Shelby SPONG-4
Así es como puedo decir los credos cristianos en el culto de cada semana. En la Navidad, canto los himnos y villancicos inspirados por la tradición de la natividad. (Confieso que me desconcierta el lenguaje docético y, en consecuencia, herético de una frase como «La divinidad ve, velada en la carne».) Por Navidad, decoro mi hogar con diversas versiones de la escena del nacimiento (aunque trato de mantener a los magos de Oriente alejados del pesebre). Cada año asisto por lo menos a una representación infantil navideña, con su guardarropa completo y los turbantes sobre las cabezas de los pastores. He visto representado al niño Jesús con toda clase de cosas, desde una bombilla eléctrica y un muñeco hasta una niña recién nacida. He visto a Marías de cabello rubio, y oído a magos cuya única oportunidad de cantar un solo en la vida ha sido en su estrofa: «Somos los tres reyes de Oriente».
Todo eso no son más que símbolos, hermosamente románticos y nostálgicos, de la profunda verdad de que el nacimiento de Jesús de Nazaret significa muchas cosas para la vida humana. Significa que Dios pudo ser experimentado por completo en la historia humana; que todo el orden creado proclama constantemente la realidad de Dios; que las gentes de todo el mundo continúan sintiéndose atraídas hacia ese lugar donde el cielo y la tierra parecieron encontrarse, y hacia esa vida en la que lo divino y lo humano pareció fluir junto: que por la fe percibimos en la vida, el amor y el ser de Jesús, la vida, el amor y el ser de Dios; que estamos convencidos de que la vida humana, por sí sola, no podría haber creado el poder que poseyó aquel Jesús; que podemos seguir exclamando en la actualidad los antiguos gritos de éxtasis que surgieron como consecuencia de la experiencia del Cristo. ;Jesús es el Señor! «En Cristo, Dios estaba reconciliando el mundo consigo mismo [sic]».
Acepto el significado que hay detrás del símbolo, pero fue un significado que sólo pude comprender una vez destruido el literalismo del símbolo. Al ofrecer en este libro al lector no profesional la investigación y la erudición de personas como Raymond Brown, Herman Hendrickx. Michael Goulder, Rosemary Ruether y Jane Schaberg, entre otras muchas, confío en inducir una experiencia similar en mis lectores, de modo que los símbolos rotos puedan conducirnos a un nuevo significado e incluso a una nueva y alegre experiencia de Dios, haciéndoles igualmente conscientes de que los símbolos literalizados no ofrecen sino un billete sin retorno hacia la muerte del propio cristianismo.
Pero ¿qué ocurrió realmente en la historia con la época de la concepción y el nacimiento de Jesús? Nadie puede saberlo con exactitud. Lo mejor que puedo suponer en estos momentos es que Jesús nació realmente en Nazaret, y no en Belén. Belén forma una parte demasiado evidente de la apologética interpretativa. El peso de las pruebas bíblicas también parece sugerir que en el nacimiento de Jesús hubo un importante sentido de escándalo. De otro modo, no comprendo por qué tuvo que desarrollarse la tradición del nacimiento virginal, como sucedió con la historia de que José quiso repudiar a María en secreto. Sospecho que el esposo de María, José (si es que fue ése su nombre), fue una figura mucho más importante en la vida infantil de Jesús de lo que se ha afirmado en cualquier escritura o tradición. Extendió su brazo protector sobre la que sería su esposa, vulnerable y embarazada. Dio nombre al niño, proclamándolo así como hijo suyo y, debido en parte a que este hombre hizo esas cosas, Dios se reveló a través de este Jesús como no lo hizo en ninguna otra vida que la historia haya conocido jamás.
Para obtener alguna comprensión sobre lo que José pudo haber significado exactamente para Jesús, recopilé todas las referencias de los cuatro evangelios atribuidas a Jesús en las que éste se refiere a Dios como Padre, y las analicé para ver si podía descubrir en esos textos un brillo o atisbo de pauta que pudiera revelar cómo percibía Jesús la paternidad. Si Joachim Jeremias tiene razón y el uso de la palabra aramea Abba como una referencia a Dios es el único aspecto de las enseñanzas de Jesús que no se encuentra, o al menos no se resalta en otras partes de la herencia judía, entonces eso representa por sí solo un poderoso testimonio.
Abba es una palabra profundamente familiar, una palabra de gran afecto. Si quisiéramos captar el tono emocional que transmite no la traduciríamos como «padre», sino más bien como «papá», e incluso como «querido papá». Seguramente, si ésa fue la palabra que Jesús aplicó a Dios, su significado tuvo que haber surgido de su relación con una figura paterna terrenal que fue cariñosa, amable, afirmativa y dadora de vida. Si Jesús no fue el hijo sanguíneo de José, el poder de su relación, en el caso de haber sido profundamente cariñosa, sería aún más un acto de gracia y de auto entrega.
Al comprobar las referencias a «padre» puestas por Marcos en labios de Jesús, observamos que un padre fue para Jesús una fuente de identidad (Marcos 1, 20; 15, 21); de algún modo, había que dejar al padre para seguir una vocación (Marcos 1, 20; 10, 19), o por una esposa (Marcos 10, 7). Un padre era para un niño una fuente de fortaleza, amor y protección (Marcos 5, 40; 13, 12; 14, 36); alguien a quien había que honrar y cuidar (Marcos 7, 10-12). Un hijo no debe maldecir nunca a su padre (Marcos 7, 10; 8, 38), y hasta se dice que el hijo debe ser la gloria del padre (Marcos 8, 35). Uno debe perdonar a los demás con la misma generosidad con la que perdona un padre, dijo Jesús (Marcos 11, 26-27).
Si pasamos a Mateo, encontramos afirmadas muchas de estas ideas de Marcos, pero con una intensidad añadida a la nota de que las obras del hijo deben glorificar al padre (Mateo 5, 16, 45). El deber del hijo consiste en enterrar al padre (Mateo 8. 21), y el espíritu del padre hablar a través del hijo (Mateo 10. 20). Según dijo Jesús, nadie conoce a un padre como lo conoce un hijo (Mateo 11. 27). El padre ve en secreto pero recompensa abiertamente (Mateo 6, 4), hace buenos regalos (Mateo 7, 11) y tiene que ser honrado (Mateo 19, 19). La voluntad del padre fue que nadie pereciera (Mateo 18, 14), y el honor fue regalo del padre (Mateo 20, 23).
En Lucas encontramos la nota añadida de que la paternidad no quedaba completada hasta que el hijo vivía los valores del padre (Lucas 3, 8). Un padre es compasivo, preocupado por su hijo, agradecido y cariñoso (Lucas 6, 36; 8, 51; 11, 13). En la parábola del hijo pródigo que encontramos en Lucas, el padre se sentía imbuido por un tierno amor y el anhelo por el regreso del hijo, al mismo tiempo que respondía a las exigencias del hermano mayor de no transgredir las leyes de la herencia. El hijo mayor recibiría todo lo que le era debido, pero el padre seguía llamándole a alegrarse «porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado» (Lucas 15, 32).
Al leer de nuevo esa parábola, no pude dejar de preguntarme si el hermano mayor no llevaba en sí mismo algo de la identidad de Santiago, el hermano del Señor, que presumiblemente habría sido el hijo natural mayor si Jesús no hubiera formado parte de esa familia. También me pregunté si el hijo pródigo no mostraba algo de la identidad de Jesús, de quien sus hermanos creían que había estado asociado con ladrones y rameras. Si él no era un hermano de pleno derecho, habrían quedado comprometidas sus aspiraciones económicas a las posesiones de su padre, procedentes del hecho de ser el primogénito. La envidia que despertó este hijo pródigo pudo haber aparecido también en los hermanos de Jesús. Quizás hubo algunas notas autobiográficas en esta parábola.
Una vez que se entra en la tradición del midrash, la imaginación queda libre para deambular y especular. Tratar de investigar en los evangelios las referencias que se hacen al «padre» para discernir lo que pudo haber significado para Jesús un padre terrenal, es una forma fascinante de permitir el juego de la imaginación especulativa.
Juan añade unas pocas notas a este peregrinaje por la palabra padre. Un hijo sólo podía hacer lo que veía hacer al padre (Juan 5, 19). Un padre que amara al hijo le mostraría todo lo que estuviera haciendo (Juan 5, 20). ¿Es ésta una referencia nacida de un taller de carpintero? El padre transfería su poder al hijo, de modo que hijo y padre fueran honrados juntos (Juan 8, 44; 14, 13). ¿Es ésta la forma en que José incorporó al niño ilegítimo? Cuando Jesús dijo que vivía gracias al padre (Juan 5, 26), o que hablaba tal y como le había enseñado el padre (Juan 8, 28), ¿estaba hablando al mismo tiempo a un nivel terrenal y eterno? ¿Pudo haber hablado Jesús de la unicidad que poseía con su padre celestial (Juan 17, 11) si no hubiera conocido nunca un sentido de la unicidad con su padre terrenal, José?
No pretendo llevar demasiado lejos esta línea de pensamiento, pero desde la posición ventajosa de una generación psicológicamente sensible, creo que debemos estudiar la posibilidad de que José, fueran cuales fuesen sus lazos físicos con su hijo Jesús, le ofreció de hecho una relación de tal sustancia y belleza que configuró su misma comprensión de Dios.
Quizás la Iglesia ha menospreciado a José al relegarlo casi a la oscuridad, al minimizar su contribución, y al sugerir que tuvo que haber muerto cuando Jesús era todavía bastante joven. Si Jesús sólo tuvo a José hasta los primeros años de su pubertad, la relación pudo haber sido, a pesar de eso, lo bastante sostenida y enriquecedora.
Quizás el conocimiento y la presencia de José hizo incómodas las excesivas preguntas de la gente sobre el origen de Jesús, por lo que su figura fue eliminada del recuerdo de la Iglesia cristiana. Ese mismo destino cayó sin duda sobre María Magdalena, como no tardaremos en ver. Desde luego, también habría podido caer sobre José. Sin embargo, este monumento a la influencia de José continúa siendo masivo y poderoso en el mismo uso de la palabra Abba como la forma que tenía Jesús de pensar sobre Dios, algo que sería todavía mucho más poderoso si Jesús hubiera sido, de hecho, el hijo de la desposada violada de José, una mujer que llegó a ser conocida como María, la «virgen» de Nazaret. Pero esa posibilidad no podrá ser nunca más que una especulación.
¿Son éstos pensamientos escandalosos? Pudieron haberlo sido alguna vez para mí, pero ya no lo son. Un Dios que puede ser visto en la forma fláccida de un criminal convicto que muere solo en una cruz, en el Calvario, también podrá ser visto en un niño ilegítimo nacido por medio de un acto agresivo y egoísta de un hombre que violara sexualmente a una joven casi adolescente. Un Dios que puede llamar a Amos para que deje de cuidar los sicómoros de Técoa, que puede enseñar a Oseas el significado de la calidad infinita del amor divino en la experiencia humana de una esposa infiel, un Dios que puede transformar a un pescador inseguro como Pedro en un valeroso discípulo, ese Dios también puede transformar la posibilidad de la ilegitimidad y la realidad de la ejecución pública de un criminal convicto en los medios a través de los cuales poder experimentar el amor infinito de ese mismo Dios y por el que la salvación se convierte en el divino regalo al mundo. Tomar conciencia de esa posibilidad es más que suficiente para hacerme cantar: «¡Oh, venid todos vosotros, fieles, venid a adorarle!».
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