martes, 20 de noviembre de 2018

Supongamos que Jesús estuvo casado- John Shelby SPONG


Nació de mujer. Era un hombre. En la historia cristiana se deshumanizó tanto a la mujer que era su madre, como al hombre que era Jesús. Una parte de esa deshumanización consistió en presentarlos como personas asexuadas. Convertir a María en una mujer asexuada también sirvió para conservar la imagen de Jesús como alguien que estaba más allá de toda clase de connotaciones sexuales humanas. Hemos visto desde esta perspectiva el retrato bíblico de María. Antes de analizar las implicaciones que tiene ese retrato para todos los seres humanos, pero especialmente para las mujeres, deseo examinar la vida de Jesús y enfocar la atención sobre su humanidad, incluyendo su naturaleza sexual y la experiencia de su vida. Solemos definir el sexo negativamente, como algo maligno y sucio, en mucha mayor medida de lo que nos damos cuenta. A pesar de ello, confío en que podamos aproximarnos al tema con una mentalidad abierta. Me parece que la mejor forma de hacerlo consiste en plantear una pregunta que a algunos les parecerá asombrosa, e incluso irreverente.

¿Estuvo Jesús casado? ¿Hubo una figura femenina fundamental en la vida terrenal del Jesús de la historia? Permítanme afirmar primero lo evidente. En el Nuevo Testamento no se hace la menor afirmación abierta sobre el estado marital de Jesús. Además, la tradición de dos mil años de historia de la Iglesia es que Jesús era un hombre soltero. Claro que los intérpretes fundamentales de este Jesús de la historia fueron los sacerdotes de la Iglesia, y durante la mayor parte de esos dos mil años la Iglesia exigió el estatus de soltero para la vocación sacerdotal. Eso, por sí solo, constituiría un gran impulso en el sentido de mantener la definición de Jesús como el modelo sacerdotal del celibato. 

Sin embargo, siempre ha existido una corriente subterránea que enlazaba a Jesús con María Magdalena de una forma romántica. Esta especulación apareció con mucha frecuencia en la literatura medieval, y ha vuelto a resurgir en la segunda mitad de este siglo. En la década de los años sesenta, este tema se llevó a los escenarios de Broadway en dos obras: Jesucristo Superstar y Godspell. En Superstar, María Magdalena le cantaba a Jesús una conmovedora balada romántica que empezaba diciendo: «¡No sé cómo amarle!». A finales de la década de los años ochenta este tema reapareció en una película que suscitó mucho debate: La última tentación de Cristo. Las escenas de Jesús con María Magdalena constituyeron los aspectos más controvertidos de esta película. 

Sin la menor intención de excitar a nadie o ser obsceno, quisiera plantear esta pregunta de una forma seria y erudita, reconociendo, ya desde el principio, el elevado nivel especulativo que contiene. Creo que, cuando estamos a punto de entrar en el siglo XXI, eso puede hacerse de una forma como no se habría podido hacer antes, gracias a que vivimos en una época de revolución en nuestra conciencia sexual. Hemos roto imágenes y estereotipos, y nos hemos visto obligados a reflexionar sobre nuevas definiciones de lo que significa ser hombre y mujer. Las eruditas bíblicas, configuradas por esta nueva conciencia, leen ahora los textos sagrados y ven cosas que los hombres, ciegos por las definiciones del pasado, nunca habían sido capaces de ver. El texto bíblico fue escrito e interpretado casi exclusivamente por hombres hasta esta misma generación. Así pues, esta nueva visión nos aporta comprensiones, preguntas y hasta posiblemente revelaciones nuevas. 

Inevitablemente, sugerir una relación entre Jesús y María Magdalena provoca una fuerte respuesta. Hay en muchos de nosotros una inmediata negatividad visceral que no desea ni siquiera contemplar esta posibilidad. Si la sugerencia es que Jesús y Magdalena fueron amantes, resulta fácil comprender la negatividad, ya que representaría un bofetón en la cara de los valores morales expuestos por la Iglesia a lo largo del tiempo, y violaría profundamente nuestra comprensión de Jesús como el Señor encarnado y sin pecado. Pero la negatividad que rodea la idea de que Jesús hubiera podido estar casado resulta cada vez más extraña en nuestro tiempo. Refleja el residuo de esa profunda negatividad cristiana con respecto a las mujeres, que todavía infecta a la Iglesia. Sugiere que el matrimonio no es apropiado para alguien a quien se define como santo, como el Dios hecho hombre. Teniendo en cuenta ese sentido de que hasta el matrimonio es un compromiso con el pecado, podemos suponer que cualquier sugerencia en el sentido de que Jesús pudo haber estado casado tendría graves dificultades para sobrevivir en la visión antifeminista de la Iglesia que trato de desafiar. Como parte de ese desafío, debemos examinar cualquier información capaz de conducirnos a la conclusión de que Jesús estuvo casado. ¿Hay en los evangelios alguna alusión en ese sentido que podamos ver ahora gracias a que está remitiendo la negatividad de la Iglesia con respecto a las mujeres? 

Volvamos a examinar el texto sagrado con ojos nuevamente abiertos. En 1 Corintios (9, 1 y ss.) Pablo defiende su afirmación de ser un discípulo de Jesús. En medio de esa defensa. afirma: «¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefás [Pedro]?». Pablo estaba diciendo que las esposas acompañaban a los líderes apostólicos, al menos en la Iglesia primitiva. ¿Se trataba de una pauta nueva? Una cuidadosa lectura de los evangelios sinópticos sugiere que esta costumbre se inició ya durante la vida terrenal de Jesús. Esos textos, sin embargo, han sido generalmente ignorados por la Iglesia. Y, sin embargo, en el mismo evangelio hay pruebas claras de que el grupo de discípulos iba acompañado por un grupo de mujeres, tanto en Galilea como en Judea. De hecho, los textos llegan a afirmar que estas mujeres mantenían a los discípulos y a Jesús con sus propios medios, un aspecto que le encanta resaltar públicamente a una de nuestras obispas. Al leer los registros que hablan de la presencia de estas mujeres, no podemos dejar de observar la preeminencia que se da en ellos a una mujer llamada Magdalena. 

«Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Jo- set, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (Marcos 15, 40).

«María Magdalena y María la de Joset se fijaban dónde era puesto» (Marcos 15, 47). 

«Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús de Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo» (Mateo 27, 55-56). 

«Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mateo 27, 61). 

Al describir la primera fase galilea del ministerio de Jesús, Lucas escribe: «Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce. y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y muchas que le servían con sus bienes» (Lucas 8, 1-3).    

«Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea» (Lucas 23, 49).

«Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo. Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto» (Lucas 23, 55-56).   

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