martes, 20 de noviembre de 2018

Supongamos que Jesús estuvo casado- John Shelby SPONG-2


De algún modo, necesitamos expandir nuestra imagen mental de la vida de Jesús y sus discípulos. El evangelio parece indicar que Jesús y los discípulos iban acompañados en sus viajes por un grupo de mujeres. No introduzco nada sugerente en estos comentarios, pero debo observar que, teniendo en cuenta las reglas que gobernaban a las mujeres de la sociedad judía durante el siglo I, un grupo de mujeres que siguiera a un grupo masculino de discípulos tenía que estar compuesto por esposas, madres o prostitutas. La referencia de Pablo parece sugerir que los discípulos, los hermanos del Señor y especialmente Pedro, iban acompañados por sus esposas. En tal caso no nos cabe sino preguntar: ¿Cuál era entonces el papel de María Magdalena? La pregunta resulta interesante en este contexto pues no cabe la menor duda de que en cada pasaje se le da una posición de prioridad. En aquella época, el estatus de las mujeres se hallaba directamente relacionado con el estatus que ocupaba el hombre en su vida. En los evangelios, a María Magdalena siempre se la cita en primer lugar, y eso parece indicar que se hallaba relacionada de algún modo con el que era claramente el foco de cada evangelio: Jesús de Nazaret.

Si asumimos esta imagen de las mujeres en el movimiento de Jesús, nos parecerá menos sorprendente la descripción que hace el evangelio sobre el papel de las mujeres en la historia de la resurrección. De algún modo, hemos llegado a pensar que la presencia de las mujeres en la narración de la resurrección surge de la nada, sin que hubiera historia previa. No cabe la menor duda de que eso es una falsa percepción. En la tradición de la resurrección, María Magdalena vuelve a ser la figura central. Los evangelios difieren en cuanto a qué mujeres acudieron al sepulcro al amanecer del primer día de la semana, pero en todos ellos se incluye en primer lugar el nombre de María Magdalena (Marcos 16, 1; Mateo 28, 1; Lucas 24, 10; Juan 20, 1). 

En el cuarto evangelio hay otros indicios que podemos explorar. Sólo en Juan se cuenta la historia de la fiesta de boda en Caná de Galilea (Juan 2, 1-11). Se trata de una historia extraña en muchos sentidos. Jesús aparece viviendo todavía en casa. Según dice el texto, él y su madre están presentes en la boda, junto con sus discípulos. Pero en este momento de la historia de Juan, los discípulos sólo son dos de los discípulos de Juan el Bautista, uno de los cuales fue Andrés, que fue y trajo a su hermano Pedro, y a Felipe, que fue a su vez y trajo a Natanael. Así pues, Jesús, sus cuatro asociados y su madre están presentes en esta boda celebrada en Galilea, cerca del pueblo de Nazaret. Cuando hay dos generaciones presentes en una boda, casi siempre se trata de un asunto familiar. Nunca he asistido a una boda junto con mi madre excepto cuando se trató de la de un pariente. Y la única vez en que mi madre y mis mejores amigos estuvieron presentes en una boda fue en la mía. 

Así, Juan nos dice que a esta boda asistieron Jesús, sus discípulos y su madre. ¿De quién era la boda? La narración no lo dice, pero sí afirma que la madre de Jesús estaba bastante preocupada al ver que se agotaban las reservas de vino. ¿Por qué habría podido constituir eso una preocupación para la madre de Jesús? ¿Acaso los invitados a una boda se preocupan por esa clase de detalles?

No, aunque ciertamente se preocuparía por ello la madre del novio, que sería la anfitriona en la ceremonia de recepción de los invitados. En esta escena, el comportamiento de María sería totalmente inapropiado si no estuviera actuando precisamente en ese papel. ¿Se trata de un eco de la tradición del matrimonio de Jesús que no llegó a ser totalmente suprimido? 

El cuarto evangelio se apoyaba en la autoridad de Juan Zebedeo, aunque no fue escrito por él sino, en opinión de la mayoría de eruditos, por un discípulo de Juan Zebedeo quien, como tal, tuvo acceso a la información suministrada por un testigo presencial. Sobre la base de esta fuente de autoridad, el evangelio contrarresta a los otros evangelios en algunos detalles específicos sobre la vida de Jesús, como el tiempo que duró su ministerio público (tres años, dijo Juan; un año, dijeron Mateo, Marcos y Lucas), o si la Última Cena fue una comida de Pascua (no, dijo Juan; sí, dijeron los otros). Estos detalles específicos y algo íntimos en los que el cuarto evangelio parece corregir a los otros, otorgan a ese evangelio un cierto sentido de autenticidad. ¿Se haya registrado en esta obra el recuerdo del apóstol, de quien la Iglesia pareció reconocer que había vivido hasta una edad muy avanzada? (Juan 21, 20-23). ¿Acaso no falta este recuerdo auténtico en los otros evangelios, de ninguno de los cuales se cree que fueran escritos por testigos presenciales? 

Del texto de Juan pueden extraerse también algunos otros indicios. Natanael llama a Jesús «Rabbí» (Juan 1, 49). Es posible que ése no fuera un nombre histórico exacto para Jesús, pero debemos observar que en la vida judía del siglo I, una de las exigencias que debía cumplir un rabbi era que estuviera casado. 

No obstante, el pasaje más espectacular de este evangelio es aquel en el que se describe a María Magdalena ante el sepulcro de Jesús. En este evangelio acude a la tumba ella sola (Juan 20, 1 y ss.), la encuentra vacía, informa de ello a Pedro y al discípulo amado, ante quienes parece ocupar un puesto de honor e importancia. Pedro y el discípulo amado, movidos por su mensaje, acuden a investigar. Pedro entra el primero en la tumba, seguido por el discípulo amado. Ven las vendas y el sudario en el suelo, perfectamente dobladas. Luego se marchan. María Magdalena regresa entonces junto al sepulcro. Está llorando. Se inclina y mira hacia la tumba a través de las lágrimas. Entonces ve a dos ángeles que le preguntan cuál es la causa de sus lágrimas, a lo que ella responde: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». 

La expresión «mi Señor» es bastante notable. Este episodio ocurre en Juan antes de la resurrección. El sepulcro vacío no significa para María una resurrección, sino sólo que alguien ha robado el cuerpo. Y, sin embargo, de este Jesús muerto María utiliza la expresión «mi Señor». ¿Significa eso que María Magdalena se dio cuenta de que «Jesús es el Señor», antes de la resurrección? ¿Estaba haciendo en este primer momento lo que más tarde se convertiría en la afirmación del credo de la Iglesia? En tal caso, es la única a la que se le atribuye tal confesión de fe en el Señor todavía no resucitado. ¿O acaso esta frase, puesta en labios de María, y en este contexto, sólo significa «mi señor», del mismo modo a como una mujer judía del siglo I se referiría a su esposo? Una vez más, se trata aquí de una especulación interesante, basada en información existente en el texto, pero que durante siglos ha estado oculta a los ojos ciegos. 

La narrativa de Juan no se detiene en eso. María Magdalena se vuelve y, a través de las lágrimas, ve otra figura en la penumbra del amanecer, que ella toma por el encargado del huerto. Esta pregunta repite la pregunta angélica: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿A quién buscas?» (Juan 20, 15), a lo que María responde: «Señor, si tú lo has llevado dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré» (Juan 20, 15). Obsérvense las palabras. María está reclamando el derecho a disponer del cuerpo. En la sociedad judía de aquella época sería totalmente inapropiado reclamar el cuerpo de un hombre difunto, sobre todo por parte de una mujer. a menos que se fuera un pariente de lo más cercano. María Magdalena es la figura femenina fundamental en la narrativa del evangelio. Ella es la más afligida, se refiere a Jesús como «mi señor», y es la única que reclama el cuerpo de éste. Desde luego, todos estos datos plantean preguntas en cuanto a sus relaciones con Jesús. 

La historia de Juan continúa. En este texto. Jesús dice: «María». Ella se vuelve, le reconoce y dice: «Rabbuní». Esta palabra es una forma hebrea familiar para designar al maestro. Quienes utilizan las formas familiares expresan una relación de intimidad. Tratemos de imaginar lo que sucede a continuación. Jesús dice, simplemente: «No me toques», o bien: «No te cuelgues de mi,, Claramente, María abrazó a esta figura. Y, en la sociedad judía, las mujeres no abrazaban o tocaban a los hombres a menos que estuvieran casadas con ellos, y aun así lo harían en la intimidad del propio hogar. Leer estos textos con una nueva conciencia hace que en la imaginación surjan nuevas posibilidades.   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...