Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
jueves, 15 de noviembre de 2018
Alusiones al nacimiento en Marcos y Juan -John Shelby SPONG-2
Una y otra vez, Marcos hace decir a Jesús que no hay que identificar a la familia escatológica con la familia biológica. Cuando hace describir a Jesús la familia que recibirá un discípulo por abandonarlo todo y seguirle, sigue sin aparecer el padre. Recibirán «casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones y en el mundo venidero vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos primeros» (Marcos 10, 30-31). La ausencia de padre humano, un signo de ilegitimidad, queda transformada en horfandad escatológica de aquellos cuyo verdadero padre es Dios. Ésta es la conclusión a la que llega Jane Schaberg tras examinar esta información.2 La ausencia de padre en la familia de Jesús y, más tarde, en la familia espiritual cristiana, queda ocupada por el Padre Dios. ¿Fue ésa la forma que tuvo Marcos de decir que Jesús había nacido bajo la protección válida de Dios, que extendió el Espíritu sobre María para superar el escándalo del nacimiento y para designar esta vida como una vida de Dios, producida por el Espíritu de Dios? Ese tema aparece abierto en Lucas. ¿Está encubierto aquí, en Marcos? Quizás el Jesús que había experimentado rechazo por parte de su propia familia, basado en las circunstancias de su nacimiento, había terminado por considerar, inducido por esa realidad, la pérdida de una familia natural como una característica más del Reino (Lucas 18, 28-30). El converso cristiano se hallaba injertado en una nueva serie de relaciones.
Santiago, el hermano del Señor, pareció convertirse en el poder dentro de la Iglesia de Jerusalén. Apareció en Gálatas como un rival crítico de Pablo (Gálatas 2. 12). Quizás las referencias antifamiliares que encontrarnos en Marcos fueran el producto de esa misma tensión. Debemos admitir al menos esa posibilidad. Por detrás de estos textos pueden existir ecos a los que hay que prestar atención en nuestra búsqueda de luz sobre los orígenes de Jesús. Lo que estoy diciendo es que Marcos no se mostró tan silencioso sobre este tema como a la Iglesia le gustaría creer.
Teniendo en cuenta estas posibilidades, la trama no hace sino espesarse cuando dirigimos la atención hacia el cuarto evangelio. Hay pocas dudas de que las tradiciones de la natividad ya eran ampliamente conocidas en la época en que se completó el cuarto evangelio (hacia los años 95-100 de la era cristiana). Y, sin embargo, este evangelista prefirió no incluirlas. En lugar de eso, el evangelio de Juan se iniciaba con un prólogo en el que se afirmaba la inadecuación de la concepción como el momento en que lo divino entró en lo humano.
Hagamos una breve revisión: en los escritos de Pablo, que murió en el año 64 de la era cristiana, Jesús era designado como «constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos» (Romanos 1. 4; cursivas añadidas). Cuando Marcos escribió el primer evangelio, en los años 65 a 70 de la era cristiana, el Espíritu de Dios descendió sobre Jesús en el momento del bautismo. Tanto en Mateo como en Lucas (escritos entre el año 80 y principios de la década de los noventa de la era cristiana), el Espíritu fue, de algún modo misterioso, el agente de la concepción. Esos evangelios proclamaban que Jesús fue siempre Hijo de Dios desde el momento de la concepción.
Entonces llega Juan y el Cristo se identifica con el Logos preexistente y eterno, que se había encarnado en vida humana por medio del nacimiento. «Y la Palabra [Logos] se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Juan 1, 14). No se hace la menor mención de María, de José o de la concepción. ¿Acaso era el autor consciente de que la gente había empezado a tomarse estas narrativas al pie de la letra, y las trataba como una verdad biológica? En este evangelio, Juan parece ridiculizar de vez en cuando el literalismo. Nicodemo oyó las palabras sobre nacer de nuevo y se preguntó cómo podía entrarse otra vez en el seno de la madre y volver a nacer (Juan 3, 4). No podía escapar a la necesidad o el deseo de literalizar. La mujer que estaba junto al pozo deseaba saber si ella podía sacar el agua viva de la que hablaba Jesús (Juan 4, 12). Puesto que ella pensaba en términos literales, las palabras de Jesús no tenían sentido. Cuando Jesús dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis» (Juan 4, 32), sus discípulos se preguntaron quién le había traído de comer. Cuando habló de comer su carne y beber su sangre, los discípulos, que literalizaban sus palabras, le respondieron diciendo: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» (Juan 6, 60). Más que ningún otro autor bíblico, el cuarto evangelista parece advertirnos y vituperar contra ello, mostrando lo absurda que es esa tendencia tan humana a tratar de captar el misterio divino en proposiciones tomadas al pie de la letra.
Por lo tanto, me parece perfectamente concebible que Juan, ofendido por el literalismo que se había apoderado de la tradición de la natividad, lo sustituyera en su prólogo por una comprensión teológica capaz de resistir el literalismo. Irónicamente, el resultado que logró a lo largo de la historia fue precisamente el opuesto. El prólogo de Juan se incluyó en la tradición de la natividad de Mateo y Lucas, de tal modo que pronto se convirtió en la Palabra encarnada y el Señor preexistente, nacido de la virgen María mediante impregnación del Espíritu Santo. En realidad, esa increíble capacidad de mezcla que ha caracterizado siempre la vida del creyente típico se encargó de mezclar tradiciones mutuamente excluyentes y antitéticas. El resultado de este proceso fue que cada vez se debilitó más el concepto de la propia humanidad del Cristo de la Iglesia. Con el transcurso del tiempo, esta tradición también alimentó la gradual deshumanización de María, cuya virginidad se convirtió en la trinchera tras la que se defendía la naturaleza divina de Jesús. A lo largo de la historia, María pasó del nacimiento virginal, a la virgen perpetua, a la virgen incluso en el parto, a su propia e inmaculada concepción como Madre de Dios (theotokos), hasta la ascensión física para llegar, finalmente, a ocupar un lugar en la Trinidad ampliada. Todo eso no puede atribuirse al cuarto evangelio, pero este autor contribuyó poderosamente al desarrollo de ese proceso, en mi opinión no sólo sin quererlo, sino que estoy convencido de que intentó conseguir exactamente lo contrario.
No obstante, si aislamos y leemos por separado el evangelio de Juan, también surgen otros datos. Este evangelio hace hincapié en que el nacimiento físico y el espiritual eran dos realidades separadas que no había que confundir. De hecho, Juan afirmaba que el primero no tenía nada que ver con el segundo. Juan argumentaba que nadie podría ver el Reino de Dios a menos que se hubiera «nacido de lo alto» (Juan 3, 3). Cuando Nicodemo lo puso en duda. Jesús contestó que ese nacimiento sería «de agua y de Espíritu» (Juan 3, 5). «Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (3, 6). Esta paradoja del cuarto evangelio parecería argumentar que se podía nacer tanto del Espíritu de Dios como a través de la concepción humana normal, sin que los dos fueran contradictorios. De hecho, lo uno parecía plantear a lo otro si la paradoja de Jesús era consistente.
En el cuarto evangelio, la madre de Jesús hace su entrada en la historia de la boda de Cana, en Galilea. En esa narrativa no se la cita en ningún momento por su nombre. Al plantearle a Jesús el problema de la escasez de vino, éste respondió: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Juan 2. 4). A pesar de este rechazo, ella ordenó a los sirvientes que hicieran lo que él les dijera y a continuación desapareció de la escena y, de hecho, del evangelio, a excepción de una aparición al pie de la cruz, desde donde Jesús se la encomendó al cuidado del discípulo a quien amaba (Juan 19, 26-27). Los hermanos de Jesús sólo aparecen una vez en el evangelio de Juan, y no se les cita por sus nombres (Juan 7, 3). Se trata de una referencia burlona, que concluye con la afirmación: «Es que ni siquiera sus hermanos creían en él» (Juan 7, 5).
La separación de Jesús con respecto a su familia parece verse reflejada en este evangelio, así como en el de Marcos.
Pero, en mi opinión, el texto crucial del cuarto evangelio se encuentra en el capítulo 8, donde entre Jesús y los fariseos se entabla un debate sobre los orígenes y el significado de la verdadera filiación. Se trata de un debate asombroso, al que mis ojos no se abrieron hasta que no empecé a estudiar las narrativas de la natividad, y hasta que Jane Schaberg me planteó la posibilidad de que, si uno estaba dispuesto a mirar, todavía podía descubrirse en las Sagradas Escrituras una tradición no muy bien suprimida sobre la ilegitimidad de Jesús.
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