viernes, 2 de noviembre de 2018

Aproximación a la historia a través del midrash -John Shelby SPONG


En la actualidad, para leer la Biblia con inteligencia, necesitamos aumentar nuestros conocimientos sobre cómo llegó a ser escrita. Si soy capaz de ofrecer ese conocimiento, entonces quizás pueda ofrecer también seguridad suficiente para que los fundamentalistas escuchen, y esperanza suficiente para que quienes han abandonado el cristianismo como una tontería premoderna vuelvan a considerarlo. En tal caso, quizás los componentes de ambos grupos puedan comprender que en el cristianismo hay mucho más que ese literalismo limitador al que se aferran los unos, y que rechazan los otros.

De hecho, existe un ámbito gigantesco, todavía por explorar, entre esos dos campos estériles de creérselo todo al pie de la letra, y rechazarlo todo. Sin embargo, para entrar en ese ámbito necesitamos una puerta. También cabe esperar que al otro lado de esa puerta, exista un territorio que vale la pena explorar y que promete un nuevo significado. 

Hace algún tiempo, mientras me hallaba de visita en una iglesia de mi diócesis orientada sobre todo hacia el cristianismo literal, intenté abordar estos temas a un nivel muy elemental durante un almuerzo en la sacristía de la casa del párroco. El resultado fue muy revelador, por no decir otra cosa. Enfoqué la conversación sobre el evangelio de Lucas. Hablé sobre la visión del mundo que tenía Lucas, el público al que se dirigía, los temas candentes en la Iglesia acerca de los cuales escribió y su forma de abordarlos. 

Lo ilustré bosquejando brevemente el impacto que tuvo la figura de Elías sobre la forma en que Lucas construyó la historia de la vida de Jesús. Sugerí que Lucas, el único evangelista que nos ofrece una narración de la ascensión de Jesús y de la experiencia de Pentecostés, desarrolló ambas narraciones siguiendo la línea argumental de Elías en 2 Reyes. En las escrituras hebreas. Elías había ascendido físicamente a los cielos por medio de un carro de fuego, tirado por caballos de fuego (2 Reyes 2, 11). También había prometido otorgar a Eliseo, su único discípulo, una «porción doble» de su enorme espíritu, todavía humano. La prueba para Eliseo sería si vería o no la verdadera ascensión de su maestro Elías. La narración afirma que alcanzó esta «visión», y que Eliseo se alejó del lugar con el espíritu y el poder de Elías, algo que afirmaron incluso los hijos de los profetas, pues cuando Eliseo regresó ante ellos, proclamaron que «el espíritu de Elías reposa sobre Eliseo» (2 Reyes 2, 15).

Elías era conocido por su poder para hacer descender fuego de los cielos. Así lo había hecho en su enfrentamiento con los profetas de Baal en el monte Carmelo (1 Reyes 18, 20-39). También había consumido con fuego a «un capitán de cincuenta hombres con sus cincuenta», y a un segundo capitán de cincuenta hombres enviado para averiguar qué había pasado con el primer grupo (2 Reyes 1, 9-12). En el folklore de Israel, este poder ardiente sólo pertenecía a Elías.

Lucas, consciente de esta leyenda hebrea, hizo que Jesús iniciara, a la manera de Elías, un viaje con sus discípulos hacia su destino final. Como parte de este último viaje, Jesús envía por delante a sus discípulos, para preparar el camino. Cuando los pueblos samaritanos no recibieron apropiadamente a los discípulos, éstos regresaron enojados ante Jesús y le pidieron que hiciera llover fuego del cielo para devorar a aquellos samaritanos (Lucas 9, 54). Los lectores judíos, familiarizados con estas tradiciones, reconocerían eso como una petición para que se usara el poder de Elías. Jesús, sin embargo, no sólo rechazó la petición sino que reprendió a sus discípulos (Lucas 9, 55). 

No cabe la menor duda de que la figura de Elías aparece en el fondo de esta narración. Por ello, no debería sorprender a nadie que Lucas, que trata de presentar a Jesús como un Elías nuevo y más grande, sugiriera que, puesto que Elías había ascendido a los cielos en el momento culminante de su vida, Jesús hiciera lo mismo (Hechos 1, 1-11). Pero veamos el contraste entre ambas situaciones. 

Elías necesitó de un carro. Jesús, en cambio, pareció haber ascendido por su propio poder. Lucas dijo que los discípulos de Jesús, al igual que Eliseo, habían sido testigos de la ascensión, por lo que eran elegibles para recibir el espíritu de su maestro. Elías otorgó a Eliseo, su único discípulo, una doble porción de su enorme espíritu, todavía humano. Jesús, el nuevo y más grande Elías, derramó el poder infinito del Espíritu Santo de Dios sobre toda la comunidad cristiana reunida (Hechos 2, 1 y ss.). Eso se produjo en forma de un viento poderoso e impetuoso, porque la palabra hebrea para designar espíritu, ruach, también es la que se usa para designar «viento», que, según se creía, no era otra cosa que el aliento de Dios. También descendió en forma de una lengua de fuego que se encendió sobre las cabezas de los discípulos, aunque sin hacerles daño ni destruirlos. Fue el mismo fuego de Elías, pero elevado aquí a una nueva dimensión, no de destrucción, sino de refinamiento, por parte del nuevo y más grande Elías. 

Mientras trataba de explicar este trasfondo bíblico, mis amigos presentes en la sacristía me miraban con expresiones cada vez más incrédulas. 

—¿Quiere decir que esas cosas quizás no ocurrieron? —preguntó una de las asistentes. 
—No —contesté—. Lo que encontramos en los evangelios no es más que una narración interpretativa basada en una parte anterior de la tradición y diseñada para permitir que el lector comprendiera la realidad de Dios en Jesús, y se viera atraído por esa realidad hacia la fe,
 —Eso significa que, según usted, Lucas miente —siguió diciendo mi interlocutora—. Que dijo todas esas cosas, dándolas por ciertas cuando sabía que no lo eran.   

Desesperado, pensé que el almuerzo no duraría el tiempo suficiente para abordar todos estos temas. Aquella mujer creía que los evangelios eran como una especie de documental televisivo, o como una biografía investigada. No sabía nada sobre el estilo de escritura que se hallaba en boga en el mundo judío cuando se escribieron los evangelios. No lograba captar el hecho de que Jesús vivió en un mundo en el que no existían los medios de comunicación electrónicos o impresos. 

Fue inevitable que los primeros cristianos, que eran gentes judías, interpretaran a Jesús, organizaran su recuerdo y configuraran su vida religiosa basándose en su herencia religiosa judía, que era la única tradición que conocían. En efecto, el propio Lucas lo afirma así en su narración sobre la resurrección cuando sugiere que Jesús «interpretó las Escrituras» a Cleofás y a su amigo en la historia del camino de Emaús (Lucas 24, 27), así como más tarde, cuando hace decir a Jesús: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí"» (Lucas 24, 44). 

La forma en que la tradición judía vio y trató las Escrituras fue muy clara. Ese método produjo lo que se denominó midrash. El midrash representa los esfuerzos realizados por parte de los rabinos para demostrar, escudriñar y diseccionar la historia sagrada, a la búsqueda de significados ocultos, con la intención de llenar los huecos y buscar las claves que condujeran a la verdad todavía por revelar. Los rabinos que desarrollaron el midrash partieron del supuesto de que el texto sagrado era intemporal, que fue cierto en el pasado, lo era en el presente y seguiría siéndolo en el futuro.   

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