viernes, 2 de noviembre de 2018

Aproximación a la historia a través del midrash -John Shelby SPONG-2


En la actualidad, las claves para comprender la acción de Dios podrían encontrarse en las narraciones antiguas. Los cristianos estaban convencidos de que Jesús era la llave que les permitiría comprender las escrituras judías. El Dios que había hablado «a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2). Así pues, revisaron los textos antiguos, a la búsqueda de indicaciones, pistas, previsiones e interpretaciones. Sólo hacía falta poseer ojos que pudieran ver. En consecuencia, volver a contar historias extraídas del pasado religioso judío para iluminar una nueva experiencia no era engañoso, falso o inducía a error. Se trataba más bien de iluminar la nueva experiencia demostrando cómo era visto el pasado y cómo se cumplía éste en el presente. Los lectores de los evangelios lo comprenderían, ya que conocían este método midrhásico de explorar las Escrituras. Esta forma de actuar, sin embargo, parecería hallarse entre la verdad literal y la mentira abierta para los miembros de una generación que viviera varios centenares de años más tarde, separada de sus raíces religiosas judías, y aferrada a una actitud mental peculiarmente occidental.

Nuestro mundo moderno, distorsionado por las afirmaciones religiosas de posesión de objetividad y literalidad, pregunta: «¿Sucedió en realidad?». En cambio, los autores bíblicos, profundamente impregnados por la tradición del midrash, trataban de contestar una pregunta muy distinta: «¿Qué significa?». Los evangelios son ejemplos de midrash cristiano en mucha mayor medida de lo que se había creído hasta ahora. En los evangelios se configura, recuenta, interpreta e incluso se cambia la antigua historia judía para arrojar así una luz adecuada sobre la persona de Jesús. No hubo nada de objetivo en la tradición evangelista. Aquí no se trataba de biografías, sino de libros diseñados para inspirar la fe. El cuarto evangelio llega incluso a sugerir abiertamente que «estas [cosas] han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vivo su nombre» (Juan 20, 31). Marcos declaró que estaba escribiendo «el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Marcos 1, 1). Lucas afirmó estar escribiendo sobre aquellas cosas «que se han verificado entre nosotros» (Lucas 1, 1). Rodear estas narraciones con la camisa de fuerza de la historicidad literal significa violar su intención, su método y su verdad. Verlas como expresiones de un género denominado midrash, dotadas de un giro cristiano, significa abordar las Escrituras de una forma nueva y quizás vital. 

¿Ascendió Jesús físicamente, o se trata aquí de un midrash cristiano que retoma la historia de Elías? ¿Descendió el Espíritu Santo con un viento literal y con lenguas de fuego, o se trata de una nueva forma de narrar la promesa de Elías de derramar su espíritu sobre el discípulo que es capaz de ver? Después de su acto de traición, ¿se ahorcó Judas Iscariote, tal como narra Mateo (Mateo 27, 3-10), o se trata de un recuento de la historia de Ajitófel, que se ahorcó después de haber traicionado a David, el rey pastor de Israel (2 Samuel 17, 23)? ¿Recibió Judas treinta monedas de plata por su acto de traición, o es eso un recuento de la historia del profeta Zacarías (Zacarías 11, 4-14)? Este profeta fue nombrado por Dios como el «pastor de Israel» pero, debido a la desgana del pueblo por seguir a su pastor, Zacarías quiso renunciar. En el momento de su renuncia, se le pagó lo que se le debía: treinta monedas de plata. Ése fue el precio que le costó al Israel antiguo librarse del pastor nombrado por Dios. ¿Se trataba de una parábola, oculta en las escrituras judías, diseñada realmente para anunciar a Jesús? Eso era cierto para la tradición del midrash, y así fue como les parecería a los autores del evangelio.

¿Alimentó Jesús a la multitud con panes y peces, o fue eso un recuento de la historia de Dios cuando alimenta al pueblo elegido con el maná, en el desierto? La resurrección del hijo de la viuda en Naín (Lucas 7, 11-17), ¿fue un acontecimiento histórico o un recuento de la historia de Elías cuando resucitó al hijo de la viuda (1 Reyes 17, 17-24)? ¿Fue ése otro indicio dejado por Elías? ¿Perpetúa el cuarto evangelio la tradición del midrash al transformar la parábola de Lucas sobre Lázaro y el hombre rico (Lucas 16) en una narración histórica en la que se afirma que Lázaro fue resucitado de entre los muertos (Juan 11)? A lo largo de los Evangelios, nos encontramos una y otra vez con el estilo propio del midrash. Sólo necesitamos tener ojos para ver, mente para comprender y la tradición para enriquecerla.

Las narraciones sobre la natividad ilustran el midrash cristiano de una forma quizás mucho más concentrada que en cualquier otra parte del Nuevo Testamento. El único hecho histórico evidente que subyace en estas narraciones es que Jesús nació. Si se es humano. nadie llega a este mundo de ninguna otra forma. Históricamente, la Iglesia ha resistido todos los esfuerzos que se han hecho para quitarle a Jesús su humanidad, aun cuando en la mentalidad popular sigue siendo considerado como un visitante celestial. 

La primera piedra en la construcción de la figura no humana de Jesús en la posterior mitología cristiana la encontramos en las narraciones de Mateo y Lucas sobre la natividad. Sin embargo, debemos considerar éstas como intentos midrhásicos por interpretar el poder y el impacto del Jesús adulto. El lugar de Belén, la concepción milagrosa, las señales celestiales, los presentes de los magos, la visita de los pastores, el asesinato de los infantes masculinos, la huida a Egipto y quizás hasta los nombres de Zacarías, Isabel, José y María son productos del midrash. Al menos, deberíamos considerar y explorar estas posibilidades. 

Él era Jesús de Nazaret, un nombre común en la sociedad hebrea. Era Yeshua, o Joshua. Con toda probabilidad, su nacimiento no llamó la atención de nadie, excepto de María y de quien la asistiera. El parto de María fue real. El nacimiento de Jesús fue tan humano como otro cualquiera. Hubo contracciones, dolor, sangre, un cordón umbilical que tuvo que cortarse, y el posparto, del que alguien tuvo que ocuparse. Tal y como expondré más adelante, pudo haber existido incluso un indicio de escándalo relacionado con este nacimiento. 

Sin embargo, ninguna de estas narraciones sobre la natividad se habría creado si la experiencia con el Jesús adulto no hubiera exigido una explicación. ¿Quién es este hombre? ¿De dónde ha venido? Las historias de la natividad tardaron años en formarse. No aparecieron en forma escrita hasta la novena década de la era cristiana. Reflejan el encanto del narrador romántico, que deseaba explicar algo que jamás podría captar la cámara o la cinta de vídeo.

Pero antes de introducirnos en ese mundo mágico de partos virginales, mensajeros angélicos, visitantes de los cielos, estrellas errantes, magos exóticos y pastores de las colinas, debemos investigar la experiencia que exigía una explicación tan elaborada. Esa experiencia, aunque conectada con Jesús, no se originó en los acontecimientos de su nacimiento, sino más bien en los de su muerte. Sólo lentamente fueron retrocediendo en la historia, hasta que alguien pudo tomar la pluma y escribir: «Érase una vez, en el pueblo de Belén...». 

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