viernes, 2 de noviembre de 2018

Escapar del literalismo bíblico - John Shelby SPONG-4



El literalismo se enmascara bajo muchas formas, desde lo descarado, hasta lo sutil y lo inconsciente, pero cualquiera de ellas sigue siendo literalismo y en cada uno de los casos es, en último término, destructivo para la verdad. Como se supone que el poder del cristianismo institucional reside en las afirmaciones literales de un credo establecido hace cuatro siglos, resulta fácil comprender por qué los líderes eclesiásticos continúan aferrándose con tal tenacidad al literalismo bíblico, incluyendo también a aquellos académicos que enseñan a los clérigos del futuro en algunos de los seminarios modernos, y sobre todo en los seminarios de base confesional.

Un mito tomado al pie de la letra es un mito condenado, cuya verdad ya no se puede rescatar. El literalismo ni siquiera constituye una alternativa benigna para los cristianos contemporáneos. En el mundo moderno no es más que un enemigo de la fe en Jesucristo. Es un sistema de creencias basado en la ignorancia, que actúa como si Dios, el misterio infinito, pudiera definirse con palabras de cualquier ser humano o en las formas de pensamiento de cualquier época en particular. El literalismo representa afirmar que la verdad eterna de Dios ha sido o puede ser captada con los conceptos de la historia humana, limitados por el tiempo. Representa pretender que el conocimiento es finito y que, en consecuencia, ese mismo conocimiento no explota diariamente en infinitas direcciones nuevas. 

El fundamentalismo bíblico reduce las opciones religiosas a tragarse los niveles de la verdad propuesta, para llenar a la gente con una certidumbre religiosa que luego sólo puede mantenerse mediante una histeria defensiva y agresiva. Cuando esa certidumbre explota, el fundamentalismo deja al supuesto fundamentalista sin ninguna alternativa, excepto una desesperación sin Dios. Para mí ya han quedado atrás los tiempos en que, en nombre de la tolerancia a las inseguridades religiosas de los demás, estaba dispuesto a permitir que mi Dios fuera definido dentro de un literalismo mortal. 

Así pues, planteo las siguientes preguntas: ¿qué se necesita para comprender esas dimensiones míticas que llenan nuestra historia religiosa? ¿Se pueden identificar los elementos universales existentes en el mito cristiano? ¿Se les puede desgajar del pensamiento tribal de nuestras mentes limitadas hasta tocar los recovecos más profundos de la vida, las profundidades de la psique humana e incluso el centro místico de Dios? ¿Se pueden tomar en serio, pero no literalmente, las tradiciones religiosas del cristianismo? ¿Pueden liberarse los cristianos lo suficiente como para explorar las Escrituras sagradas de nuestra historia de fe, sin verse constreñidos por los prejuicios, los puntos de vista y los abismos emocionales de otra época? ¿Puede la Iglesia cristiana, en los albores del siglo XXI, salir de un literalismo del que, si no logra escapar, terminará por convertirse en la causa de su muerte? 

Creo que ha llegado el momento de que la Iglesia se lance hacia lo más profundo, para dar a sus fieles el valor de vivir con integridad y de buscar con honestidad la verdad en nuestra historia sagrada. Ha llegado el momento de que la Iglesia reconozca la certidumbre como un vicio, de que aprenda a desecharlo y abrace la incertidumbre como una virtud. Ha llegado el momento de que la Iglesia abandone su actitud neurótica de traficar con un débil sistema de seguridad religiosa tras otro, y permita a sus fieles sentir el viento vigorizador de la inseguridad, para que los cristianos puedan comprender realmente lo que significa caminar por la fe. 

¿Puede abandonar la Iglesia sus principios definitorios de una visión personalista, masculina y patriarcal? ¿Podemos escapar de los estereotipos del pasado que definen el género, la orientación sexual y la moralidad sexual de una forma que ha violado siempre a las mujeres, y que ahora se ve cada vez más como algo que nos viola a todos? ¿Puede escapar la Iglesia del hábito de controlar el comportamiento, y pasar a convocar a la gente para que sean los seres santos y completos, tal y como Dios los ha creado? 

En este volumen he elegido enfocar la atención específicamente sobre el papel de la Iglesia y de las Escrituras en la opresión de las mujeres. Para destacar ese enfoque en su forma más clara, he concentrado mi estudio en las narraciones sobre la natividad que introducen el primero y el tercer evangelios en nuestro texto bíblico estándar.

Al principio de este capítulo he expuesto mi opinión de que esas narraciones, más que ninguna otra parte de la Biblia, han ejercido una influencia negativa sobre las mujeres, al proporcionar una definición de la feminidad ideal con respecto a la cual debe compararse a toda mujer. En consecuencia, me desplazo por debajo de las palabras de esas narraciones navideñas con las que estamos tan familiarizados. Examino esos textos teniendo en cuenta otras historias similares en tradiciones muy diferentes a la nuestra. Afronto las implicaciones de mi afirmación de que la historia del nacimiento de mujer virgen no es una historia real que haya que tomarse al pie de la letra. Si no hubo nacimiento de mujer virgen, entonces José9 o cualquier otro hombre fue el padre terrenal de Jesús. Si la paternidad perteneció a otro hombre que no fuera José, debemos plantearnos la cuestión de si esa relación se efectuó con o sin el consentimiento de la madre de Jesús. Examino la posibilidad de que Jesús pudiera haber sido un hijo «ilegítimo», que ahora han planteado las académicas bíblicas feministas, y trato de comprender las implicaciones que tendría esa posibilidad para la teología cristiana. Pregunto por qué la mujer real que estuvo al lado de Jesús en la vida y en la muerte fue sustituida por una mujer irreal y sin sexo en la primitiva historia cristiana. Estoy convencido de que sólo de esta manera podemos afrontar, exponer y borrar la negatividad hacia las mujeres, creada por la Biblia literal, en general, y por las narraciones de la natividad, en particular, tomadas al pie de la letra. En ese proceso, confío en llamar la atención de la Iglesia acerca del alto precio que ha tenido que pagar por el hecho de haber abrazado el fundamentalismo. 

Como puerta nueva y prometedora a través de la cual introducirme en esta tarea, presento primero un método, un contexto y un escenario empleados por los autores originales de la Biblia, que afectan a los evangelios en general y a las historias de la natividad en particular. Al cruzar esa puerta, espero poder aportar una nueva opción, más allá de las actuales alternativas estériles que, en opinión de muchos, son las que la Iglesia actual ofrece al mundo; ¿debo ser premoderno y con prejuicios para ser cristiano? ¿O debo abandonar el cristianismo para escapar de mis prejuicios y tomarme en serio mi mundo poscristiano? 

Quizás logre abrir los ojos de mis lectores, ayudándoles a comprender que el literalismo, en todas sus formas, puede morir y que, sin embargo, Dios seguirá viviendo. Creo que ese viaje será lo bastante fructífero como para que el lector emplee su tiempo y el creyente corra su riesgo.   

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