viernes, 2 de noviembre de 2018

Del escándalo de la cruz al escándalo de la cuna -John Shelby SPONG


Pablo escribió aproximadamente desde el año 47 hasta el 64 de la era cristiana. Sus primeras epístolas estuvieron a medio camino entre la vida de Jesús y el primer evangelio. Sus últimas epístolas estuvieron a medio camino entre la vida de Jesús y el cuarto evangelio. A medida que transcurrieron estos años entre la vida terrenal de Jesús y la tradición evangelista que trataba de explicarlo, se produjo un proceso teológico fascinante. Ese proceso avanzó, siguiendo una pauta consistente, desde el Jesús de la historia al Cristo de la fe. Se inició con una vida humana específica, hecha de carne y sangre reales. Tuvo un nombre particular y procedió de un pueblo concreto. Se le conocía como Jesús de Nazaret (Marcos 1, 24; Mateo 26, 71; Lucas 4, 34; Juan 1, 45), o bien como el Nazareno, e incluso como el Galileo.

Jesús formó parte de una familia concreta. Su madre, hermanos y hermanas fueron identificables para las gentes de Nazaret (Marcos 6, 3), quienes le conocían como un carpintero (Marcos 6, 3), aunque Mateo, que escribió entre quince y veinte años más tarde, cambió la referencia de Marcos y en lugar de ser un carpintero lo hizo ser hijo de un carpintero (Mateo 13, 55). Resulta interesante observar que, al margen de la narración de la natividad, ese versículo fue la única referencia que hace Mateo al padre terrenal de Jesús. En los escritos sagrados de los cristianos, se presentó al esposo de María como una figura en la sombra, casi como una no presencia en la vida adulta de Jesús. 

En cualquier caso, no cabe la menor duda de que, en su vida adulta, este Jesús ejerció un impacto sobre los pueblos de Galilea y de Judea. Organizó a un grupo de discípulos, algo que, en sí mismo, no resultaba tan insólito en un maestro itinerante, pero los discípulos de este Jesús no parecieron tener más que muy poca o ninguna influencia social o política. Se les identificó fundamentalmente con lo que podríamos denominar como la chusma de la sociedad: pescadores, un recaudador de impuestos, un zelote1 y otros a los que no se describe con tanta claridad. Sin embargo, alrededor de este Jesús fueron surgiendo historias de poder. Se oyeron contar historias sobre curaciones, exorcismos, milagros naturales y hasta resurrecciones de los muertos. 

Poseía el don para enseñar. Las ilustraciones que ofrecía eran gráficas, las historias y parábolas que contaba eran memorables, entresacadas del mismo tejido del que está hecha la vida real. Habló de un padre que consintió a su hijo y vivió para lamentarlo (Lucas 15, 11-32), de una viuda que perdió una moneda y la buscó con diligencia hasta encontrarla (Lucas 15, 8-10), de un hombre que edificó su casa sobre arena en lugar de hacerlo sobre roca firme (Mateo 7, 24-27) y de un juez que separaba a las ovejas de las cabras en el día del juicio (Mateo 25, 31-46). 

Pero los maestros, incluso los famosos por su elocuencia, no eran nada insólito en la tradición judía. Eso, por sí solo no habría bastado para elevar a este Jesús hasta sacarlo de la oscuridad de la historia. Tampoco eran desconocidos los milagreros o curanderos, aunque no todos ellos fueran artistas de tres al cuarto o vendedores ambulantes de aceite de serpiente. Por debajo de esas historias, normalmente exageradas, solía haber un cierto núcleo de legitimidad, una circunstancia que despertaba maravilla o extrañeza ante un acontecimiento, un resultado mensurable que iba creciendo a medida que la historia pasaba de boca en boca. Pero los curanderos aparecían y desaparecían. Desde luego, no solían inspirar leyendas, ni inducían normalmente a la gente a hacerse preguntas sobre sus orígenes con objeto de explicarse su poder. 

De algún modo, este Jesús era diferente y, al examinarse la historia de su vida, esa diferencia pareció encontrarse en los acontecimientos que ocurrieron durante sus últimos días en la tierra. Esta clave interpretativa se vio en todos los evangelios que se escribieron sobre él. Todos los evangelistas enfocaron la atención sobre esa última semana final, dedicándole del veinticinco al cuarenta por ciento de toda su narración. 

Un erudito bíblico moderno ha sugerido que estas partes culminantes de los evangelios encontraron su primera forma escrita para satisfacer necesidades litúrgicas.Los judíos que se habían convertido en cristianos estaban acostumbrados a la lectura de las Escrituras, que acompañaba la observancia de la pascua judía. Con el tiempo, estos primeros cristianos desarrollaron el servicio de vigilia de la Pascua en la que, al estilo de la pascua judía, leían y representaban la narración de la pasión de su Señor mientras observaban la noche y se preparaban para la celebración de la resurrección, al amanecer.

Este mismo erudito también ha sugerido que, con el tiempo, el resto del año litúrgico judío también se reinterpretó de forma similar junto con las narraciones cristianas sobre Jesús, o con las palabras recordadas del propio Jesús formando el contenido bíblico. Según argumenta, Marcos, Mateo y Lucas llegaron a escribir por motivos fundamentalmente litúrgicos. En apoyo de su argumentación, correlaciona los evangelios con los escritos judíos en observancia del Año Nuevo judío, el Día de la Expiación, la Fiesta de los Tabernáculos y el Pentecostés judío. 

Sin embargo, este servicio de vigilia sólo se creo debido a la experiencia de la Pascua. Esa experiencia, por sí sola, indujo a los apóstoles a constituirse en una comunidad de fe. En el momento de la detención de Jesús, los discípulos huyeron para salvar sus vidas. Tuvo que haber algo que volviera a reunirlos. Lo que fuera ese algo y el contexto en el que se produjo, formó el centro crucial interpretativo del mensaje cristiano que ahora conocemos como la narración de la pasión. No es nada extraño que la primera celebración litúrgica cristiana se creara alrededor de la experiencia que informó ese recuerdo. El propósito principal de la liturgia siempre ha sido el de recordar y celebrar momentos de salvación. Así, el núcleo de la historia cristiana se encuentra en el recuento de los acontecimientos de los últimos días de Jesús, cuyo momento culminante fue la Pascua que cambió la vida. 

La importancia de ese momento también se vio reflejada en la forma en que la comunidad cristiana estructuró su vida. Como quiera que esa comunidad se veía a sí misma como la nueva Israel, era importante conservar el número de doce en cuestiones destacadas. Las doce tribus de Israel constituían el principio organizador del pueblo de la primera alianza, de modo que los cristianos sintieron la necesidad de conservar la estructura del grupo apostólico en número de doce como principio organizador de la nueva alianza. No obstante, con Judas Iscariote se produjo una deserción en las filas que redujo el número a once, lo que exigía alguna acción para restaurarlo. El libro de los Hechos nos habla de la elección de Matías para ocupar el puesto de Judas. En esa narración, el único criterio que se utilizó para la selección de este nuevo miembro de los doce fue que tuvo que haber sido testigo del momento catalítico que cambió la historia.   

Como quiera que ese momento también se asoció con el primer día de la semana, lo que no es precisamente un período santo en la tradición judía, ese día no tardó en aumentar su importancia en la dramatización cristiana, y se convirtió así en el nuevo día santo de los cristianos. Se le llamó el día del Señor o el día de la resurrección. La experiencia de la Pascua que permitió la aparición de esta nueva comunidad de fe, empezó a construir un nuevo contenido a medida que los seres humanos se esforzaron por plasmar esa experiencia con palabras.

Había que localizar el significado de Jesús en los acontecimientos de ese día que fueron el momento culminante de esa semana crucial. Ésa fue la afirmación de cada uno de los evangelios canónicos. Ocurrió algo que dio a su vida un nuevo significado, un poder asombroso. Ocurrió algo que dio un nuevo ímpetu a las preguntas humanas que se hicieron de vez en cuando durante su vida: ¿Quién es éste?, ¿cuál es el significado de su vida?, ¿de dónde procede? Primero, experimentaron su poder. Segundo, trataron de comprender su poder. Tercero, intentaron explicar el origen de su poder. Se trata de un proceso familiar en las divagaciones mentales propias del ser humano, pero no se produce a menos que exista una experiencia poderosa que exija una explicación.  

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