Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
martes, 20 de noviembre de 2018
El costo del mito de la virgen - John Shelby SPONG
El acoso sexual surge a partir de dos realidades. La primera es una desigual distribución del poder, que ha situado históricamente a las mujeres en papeles dependientes y serviles. La segunda es la definición fundamental de las mujeres como objetos sexuales que existen para proporcionar placer sexual a los hombres. La historia de la fe judeocristiana ha contribuido mucho a este punto de vista peyorativo.
Esta historia de fe se inició ya al proclamar, en su narración de la creación, que sólo el hombre fue hecho a imagen de Dios. Según este mito, la mujer apareció en un segundo nivel de la creación. En realidad, fue extraída del cuerpo masculino y, específicamente, de su costilla. La historia de la creación dice que la mujer sólo fue creada después de que el hombre no lograra encontrar un amigo adecuado entre los animales. Claramente, la mente del creador perseguía con ello el propósito de crear un ser que encajara y ayudara al varón, su señor, pero que no podía compartir, y no compartía su mismo estatus.
Esta tradición de fe continuó su desarrollo sexista, con esa definición de la mujer firmemente fijada, hasta culminar en una narración en la que se presentaba a una virgen pura y suave que engendró un bebé sin violar su virginidad. Con el tiempo, esa virgen madre fue entronizada en esta tradición como la mujer «ideal», haciendo así que cualquier otra mujer fuera inmediatamente inadecuada. Como quiera que el libro que contenía estas definiciones de las mujeres fue considerado como «la Palabra de Dios». y como la tradición de fe surgida de este libro se convirtió en la religión dominante a nivel mundial, los resultados de estas definiciones, tal y como fueron experimentados en la historia, no fueron moralmente neutrales. La Biblia, en general, y las narrativas de la natividad, en particular, se convirtieron en una fuente sutil e inconsciente para la continuada opresión de las mujeres. Se extrajo la suposición cultural de que la única conducta apropiada que podía seguir una mujer moral consistía en permanecer dentro de las barreras sexualmente protectoras proporcionadas primero por el padre y luego por el marido.
Estos conceptos se aceptaron tan profundamente, tanto a nivel consciente como inconsciente, que en el siglo XX, cuando las mujeres empezaron a superar finalmente esas barreras y salieron al mercado de trabajo, los hombres supusieron que lo hacían así sólo porque ya no deseaban conservar su estatus casto y asexuado. En opinión de muchos hombres, esas mujeres estaban pidiendo atención, e incluso acoso sexual. Esta definición de las mujeres se convirtió en el origen del comportamiento político que caracterizó las relaciones de trabajo entre hombre y mujer. Puesto que el empleo de una mujer dependía en primer lugar de la voluntad del hombre por contratarla, y luego de la capacidad de la mujer por agradar a su jefe varón, no tardó en establecerse un ambiente favorecedor de la explotación sexual. Las mujeres trabajadoras eran personas impotentes.
Este estereotipo surgió en buena medida, mucho mayor de lo que hemos estado dispuestos a admitir, del mito de la virgen María, que inició su peregrinaje a través de la historia escrita a partir del momento en que fue instalada en una posición destacada en las narrativas de la natividad en Mateo y Lucas.
Hace algunos años, en los círculos religiosos apareció un libro con un sencillo título, Las ideas tienen consecuencias.Ese título ha permanecido en el fondo de mi mente a lo largo de mi estudio de las narrativas de la natividad. Me apresuro a admitir que no todas las consecuencias de esas narrativas han sido negativas, aunque siempre ha estado presente la destructividad que sólo ahora empieza a ser evidente.
En el lado positivo, por ejemplo, tenemos el hecho de que estas narrativas de la natividad contrastan con la costumbre normal en el mundo antiguo de dejar sin nombre a las esposas y madres de los personajes famosos. Aquí, María se identificaba con su nombre y eso, por sí solo, indica ya la existencia de una tendencia liberalízadora presente en los albores de la historia de la fe cristiana.
Para algunas personas, el retrato bíblico de María también ha sido un símbolo que han identificado con el sufrimiento. Teniendo en cuenta la violencia y la inseguridad que han caracterizado la historia del mundo, el destino común de mis de una madre ha sido el de llorar a su hijo muerto, ya fuera en batalla o tratando de proteger a los suyos. Puesto que ni siquiera a María se le ahorró ese destino, su vida se convirtió, en la historia humana del dolor, en una fuente de consuelo para muchos.
Douglas Edwards, un cristiano conservador que escribió a principios de este siglo tratando de justificar su literalismo, llegó hasta el punto de argumentar que sólo las narrativas de la natividad hicieron posible para el mundo griego oír y responder a la historia de la encarnación. De este modo, Edwards justificaba su llamada en favor de una aceptación no crítica de todos los símbolos incluidos en esas narrativas. Dios lo había dispuesto de ese modo, sugería de un modo bastante débil, para servir su propia agenda apologética y misionera. Concluía dicíendo que, en consecuencia, los críticos del literalismo debían abandonar su postura y aceptar el plan de Dios como algo necesario para servir a las necesidades de una época pasada. Se trataba de un argumento sencillo e intrigante que poseía un grano, pero sólo un grano de verdad. A Edwards le parecía que valía la pena pagar el precio de que la imposición de este literalismo ingenuo dificultara e incluso imposibilitara la creencia de muchos en el pasado y de otros muchos más en el presente.
Al verse enfrentados con este literalismo, otros se revolvieron valientemente, en un intento por preservar su integridad intelectual. Algunos lo hicieron tratando de estrechar el foco de atención. Argumentaron que la natividad de Jesús no fue un nacimiento de mujer virgen, sino una concepción virginal y un nacimiento normal. Apenas si se trataba de una distinción útil, aunque tanto Mateo como Lucas habrían estado de acuerdo con ella. Pero, teniendo en cuenta la marca arrolladora de la historia, hasta esta distinción se perdió en el mar del mito en rápido desarrollo. La necesidad del creyente por literalizar los mitos era mucho mayor que el compromiso por parte de la Iglesia con la verdad y la erudición. Los resultados negativos y destructivos de la tradición de la natividad, que observamos en la actualidad, han surgido a partir de este literalismo.
A medida que la negatividad presente en estas narrativas fue elevándose lentamente en la conciencia de este siglo, las teólogas feministas incrementaron sus ataques contra las tendencias literalizadoras.
Argumentaron que, definir a las mujeres en categorías biológicas, como hace la Biblia, había servido para legitimar como algo dado por Dios el estatus de segunda ocupado por las mujeres en la historia occidental. Esta clase de ideas ha hecho que muchos como yo se hayan preguntado en voz alta cómo habría sido la configuración de la teología y la historia cristianas si en los escritos de Mateo y Lucas no se hubieran incluido nunca las narrativas de la natividad. ¿Se habrían asociado tan íntimamente el sexo y la culpabilidad? ¿Se habría convertido en una regla el bautismo de los niños? ¿Se les habría permitido a las mujeres acceder más pronto al poder y a los puestos eclesiásticos? ¿Habría nacido el movimiento monástico, o llegado a alcanzar tanto poder? ¿Se habría considerado como un mal el control de la natalidad? ¿Habría sido el celibato la norma del sacerdocio? ¿Se habría promocionado y ennoblecido la parte femenina de la naturaleza de Dios? Sería demasiado argumentar aquí que todas y cada una de esas realidades surgen directamente de esas narraciones de la natividad. Sin embargo, sería demasiado poco ignorar las grandes contribuciones que han hecho las narrativas de la natividad a todas esas tradiciones cristianas claramente identificables.
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