sábado, 3 de noviembre de 2018

El desarrollo de la tradición de la natividad -John Shelby SPONG-2


Sin embargo, asignar las narraciones de la natividad a la mitología no las descarta como inciertas. Se trata más bien de forzarnos a ver la verdad en dimensiones mucho mayores que la verdad literal, de comprender cómo el lenguaje del mito y la poesía terminó por convertirse en el lenguaje empleado por quienes trataban de describir el encuentro entre lo divino y lo humano que creían haber experimentado.

Las narraciones de la natividad de Jesús ni siquiera forman una parte original de la primera proclamación cristiana conocida, denominada kerigma. Las narraciones de que disponemos en la actualidad pueden muy bien representar dos tradiciones distintas, e incluso divergentes. Los desacuerdos entre ambas son absolutamente irreconciliables, aunque en la mentalidad del común de las gentes se ha tendido a mezclarlos en una sola narración cohesionada, una tarea realizada sólo al precio de ignorar y distorsionar los datos que no pudieron mezclarse. 

Los evangelios de Mateo y Lucas, donde encontrarnos las únicas narraciones de la natividad, encontraron su forma escrita definitiva a finales del siglo primero de la era cristiana. Todavía se debate sobre las pruebas que sugieren que Lucas conocía el evangelio de Mateo, pero tengo la impresión de que el peso de la discusión se desplaza hacia la confirmación de esa posibilidad. Ambos evangelistas parecen tener una fuente común en Marcos, quien, sin embargo, inició su historia con el bautismo, un acontecimiento que tiene lugar en la vida adulta de Jesús. En contraste, tanto Mateo como Lucas añaden una tradición del nacimiento, en respuesta a temas planteados en su tiempo, inducidos por la sensación de que la historia que nos cuenta Marcos es incompleta. Quienes siguen negando que Lucas tuviera acceso al evangelio de Mateo explican el material común a ambos postulando la existencia de una fuente común a la que se denomina Q, o Quelle, palabra alemana que significa «fuente». Se supone que la Q fue una colección primitiva de los dichos de Jesús y, de ser cierto, pudo haber constituido el primer documento escrito de la comunidad de fieles cristianos. Sin embargo, de esta fuente primitiva tampoco surge tradición alguna sobre el nacimiento.

Aparte de su material común, parece ser que cada evangelista dispuso de una fuente especial y única, llamada la fuente M para Mateo, y la fuente L para Lucas. Es esa fuente especial la que caracteriza de una forma particular la historia narrada en cada evangelio. Por lo visto, la fuente especial de cada evangelista no es un único hilo conductor de material, sino varios, algunos escritos y otros, quizás, orales, algunos de los cuales pueden representar incluso el genio creativo del propio evangelista. Muchas de nuestras más queridas parábolas, como la del buen samaritano y la del hijo pródigo, sólo han llegado hasta nosotros a través de Lucas, mientras que sólo Mateo ha conservado para nosotros la parábola del juicio final y la narración del nombramiento divino.

No obstante, lo importante para nuestra discusión es observar que el material sobre la natividad que encontrarnos en Mateo y en Lucas revela temas comunes y amplias divergencias. Los aspectos comunes sugieren una dependencia de Lucas con respecto a Mateo o, al menos, la existencia de una fuente común a ambos. Las amplias divergencias, sin embargo, sugieren que cada autor se apoyaba en una fuente única, disponible para él solo, o bien que la agenda teológica de cada autor tuvo una gran influencia configura- dora. No se sostiene la sugerencia piadosa de otros tiempos que trata de explicar las diferencias afirmando que Mateo escribió desde el punto de vista de José, y Lucas lo hizo desde el punto de vista de María. Tal explicación presupone que María no recordaría a los magos, o la huida a Egipto, mientras que José no recordaría a los pastores, el establo o el viaje a Belén para ser censados. 

En consecuencia, la primera y gran tarea interpretativa del erudito debe consistir en separar las narraciones de Mateo y Lucas sobre la natividad. Eso permitirá al lector captar el propósito de cada evangelista al incluir la narración, para ver después en qué medida cada parte de la historia de la natividad servía para otros propósitos más amplios. Al hacerlo así, vemos que las narraciones de la natividad se convierten en introducciones en miniatura a temas más importantes, que se desarrollarán en los últimos capítulos de ambos evangelistas. También sirven para revelar la comprensión única que tuvieron Mateo y Lucas del Jesús adulto. Las historias de la natividad abordan el tema de los orígenes de aquel cuyos discípulos llegaron a considerar como el Mesías y el Salvador. 

Para introducirnos en este estudio debemos identificar antes el material común a ambos evangelistas. Tanto en Mateo como en Lucas se cita a los padres de Jesús por los nombres de José y María, que se hallan desposados, pero que todavía no han empezado a vivir en unión sexual matrimonial (Mateo 1, 18; Lucas 1, 27, 34). En ambos evangelistas, José es de descendencia davídica (Mateo 1, 16, 20; Lucas 1, 27, 32; 2, 4). Aunque los detalles difieren gráficamente, ambos contienen un anuncio angélico sobre el niño que ha de venir (Mateo 1, 20-23; Lucas 1, 30-35). Ambos afirman que la concepción de este niño no se produjo por relación sexual con el esposo de María (Mateo 1, 20, 23, 25; Lucas 1, 34), sino que se consiguió más bien mediante una acción que implica de algún modo la intervención del Espíritu Santo (Mateo 1, 18. 20; Lucas 1, 35). En ambos evangelios se encuentra un decreto evangélico de que el nombre del niño debe ser Jesús, aunque ese decreto se dirija en cada caso a una persona diferente (Mateo 1, 21; Lucas 1, 31). Aparece en ambos una afirmación angélica de que Jesús ha de ser el salvador (Mateo 1, 21; Lucas 2, 11). Ambos están de acuerdo en que el nacimiento de Jesús ocurre después de que sus padres han empezado a vivir juntos (Mateo L 24-25; Lucas 2, 5-6), y que se halla relacionado cronológicamente con el reinado de Herodes el Grande (Mateo 2, 1; Lucas 1, 5). Finalmente, ambos coinciden en que Jesus pasó su juventud en Nazaret (Mateo 2, 33; Lucas 2, 51). Todo eso puede parecer un acuerdo sustancial, quizás lo suficiente como para postular que detrás de ambos exista una tradición basada en hechos. Sin embargo, la lista de aspectos diferentes e incluso contradictorios que separan ambas tradiciones resulta más larga y hasta más impresionante.
Las genealogías incluidas en los dos evangelios no sólo son diferentes, sino incompatibles. Lucas empieza con Adán (Lucas 3, 38); Mateo empieza con Abraham (Mateo 1, 2), y sigue la pista del linaje a través de la línea real de la casa de David (Mateo 1. 16 y ss.); Lucas pasa de David a Natán (Lucas 3, 31), sin citar a Salomón, e ignora la línea real. Lucas cita como abuelo de Jesús a un hombre llamado Eli (Lucas 3, 23), mientras que Mateo afirma que el abuelo de Jesús fue Jacob (Mateo 1, 16). 

Eusebio de Cesarea, un historiador cristiano del siglo IV, realizó grandes esfuerzos por reconciliar a estos dos abuelos en una sola persona, pero su argumentación fue tan poco convincente como ingeniosa. Sugirió que Jacob y Eli eran hermanos y que uno de ellos murió sin dejar heredero masculino, de modo que el hermano se llevó a la viuda a su casa y engendró con ella un niño, del que se pensó que era tanto su hijo como el hijo de su hermano, lo que explicaba la discrepancia que aparece en la historia bíblica.6 En la actualidad, nadie defiende ya la tesis de Eusebio.

Las contradicciones se multiplican al seguir las genealogías. Lucas relaciona la historia del nacimiento con Zacarías-Isabel-Juan el Bautista (Lucas 1, 5-25), y utiliza un empadronamiento para hacer que María y José se encuentren en Belén (Lucas 2, 12), mientras que Mateo supone que vivían en Belén, en un lugar específico y conocido sobre el que puede detenerse una estrella (Mateo 2, 9). Mateo no parece saber nada sobre el establo, el coro de ángeles y los pastores de las colinas que acuden al pesebre; Lucas, por su parte, no parece saber nada sobre la estrella que viene de Oriente, los exóticos magos que acuden a traer presentes, y un malévolo rey Herodes que ordena la matanza de los niños de Belén. En Lucas, la historia de la Navidad está llena de poesía que todavía cantamos en la actualidad en forma de cánticos en la iglesia, el Benedictus, el Magnificat, el Nunc Dimitis y las semillas del Gloria in Excelsis, ninguna de las cuales fue conocida por Mateo. Éste, por su parte, pareció recopilar textos probatorios sacados de las escrituras hebreas para reforzar su narración de la natividad de Jesús, con una técnica y estilo raramente empleadas por Lucas.

Sólo en Mateo aparece la historia de la huida a Egipto y, debido a que asumió que el hogar de la sagrada familia se hallaba en Belén, contó una historia para explicar el traslado a Nazaret de Galilea (Mateo 2, 21-23). Mientras que Mateo narra esta especie de película de viajes, Lucas hizo que la sagrada familia realizara con toda calma y sin amenaza alguna los actos rituales de la circuncisión en el octavo día en Belén, y la presentación en el templo en el catorceavo día en Jerusalén (Lucas 2, 21 y ss.), lo que habría sido imposible si hubieran huido a Egipto. Lucas hace que el regreso a Nazaret sea bastante pausado, pues supone que era aquí donde se hallaba el hogar de José y Marta (Lucas 2, 39- 40). José predomina en la historia de Mateo, mientras que María lo hace en la historia de Lucas. Dos narradores pertenecientes al mismo momento histórico podrían crear variaciones de detalle, pero nunca producirían versiones diametralmente diferentes, y hasta contradictorias, de los acontecimientos que rodearon a un mismo nacimiento. La conclusión mínima que cabe extraer de ello es que ninguna de las dos versiones puede ser históricamente exacta. La conclusión máxima es que ninguna de las dos es histórica. Esta última es la que ha encontrado un consenso abrumador entre los eruditos bíblicos actuales. De hecho, se trata de una conclusión casi incuestionada, y a ella me remito. 

Para reforzarla, me introduzco en ese período de la historia tan excitante y revelador que media entre la muerte de nuestro Señor y las primeras palabras escritas que se han conservado. Ahí es donde busco indicios, claves, temores, amenazas, mitos, leyendas, suposiciones y puntos de vista sobre el mundo capaces de iluminar el proceso que producirá finalmente una explicación escrita plenamente florecida sobre los orígenes de Jesús. Explorar ese terreno resulta casi tan excitante como tratar de resolver un misterio propio de Sherlock Holmes.  

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