sábado, 3 de noviembre de 2018

El desarrollo de la tradición de la natividad -John Shelby SPONG-3

El nacimiento del cristianismo fue un acontecimiento de la Pascua, no de la Navidad. El cristianismo nació durante la Pascua. Antes de la Pascua, fuera la que fuese, no se habló de la divinidad de Jesús, de conceptos sobre la encarnación, o de fórmulas trinitarias. Jesús era un judío de quien, tras su muerte, se creyó de algún modo que había sido incluido en la misma vida de Dios. A la forma mitológica de decir eso se le denominó exaltación. Dios había exaltado a Jesús situándolo a su derecha. Fue esta comprensión de Jesús lo que produjo la historia de la exaltación. El grito extasiado «Jesús es el Señor», inducido por la experiencia de la Pascua, se convirtió en el primer credo de la Iglesia cristiana. Si se acepta la primacía del material Q como primera parte escrita de la tradición evangélica, parece claro que el significado original de la Pascua fue la exaltación del judío Jesús, antes que la posterior explicación que llegó a llamarse resurrección. Edward Schillebeeckx, erudito holandés y católico-romano del Nuevo Testamento, deja bien claro este punto en su libro Jesús.



En apoyo de la primacía de la exaltación como explicación original de la Pascua encontramos también en la epístola a los filipenses las palabras de alabanza sobre el Dios que se autovierte, y que muchos eruditos consideran como un himno cristiano anterior que Pablo incorporó a su texto, en lugar de crearlo. Ese himno ofrece pruebas que atestiguan la existencia de un kerigma anterior, pues el único concepto de resurrección que menciona es la exaltación: «y reducido a la condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual también Dios le ensalzó sobre todas las cosas, y le dio nombre superior a todo nombre».

Obsérvese primero que la fuente de la acción es Dios, no Jesús. En segundo lugar, no se hace la menor referencia a la resurrección, tal y como hemos llegado a concebirla. El movimiento es desde la muerte hacia la exaltación al cielo. El justo judío Jesús, condenado a muerte por las autoridades, había sido reivindicado por Dios, que lo exaltaba para colocarlo en un lugar de honor, a su diestra. La imagen real es operativa. Esta adopción de Jesús y todo lo que él significa en Dios, fue la primera forma original en que los fieles cristianos proclamaron la filiación divina de Jesús. Eso es cristianismo primitivo. 

«Adopción» es una palabra interesante. Habitualmente, se halla asociada con la infancia, no con el estado adulto. La implicación de la adopción de Dios es que Jesús se convierte en Hijo de Dios cuando se produce la adopción o exaltación. La filiación divina que se le adscribe a Jesús parece que estuvo originalmente vinculada con la Pascua como el momento de la exaltación, antes que con el nacimiento de Jesús y, desde luego, no lo estuvo con su concepción. 

Cuando Pablo utilizó la palabra «resurrección» se estaba refiriendo a la acción de Dios, afirmando que el significado de la vida de Jesús era el significado de Dios. Para Pablo, la resurrección nunca fue un regreso a la vida aquí y ahora. El mensaje de Pablo es que la Pascua significó el momento en que Jesús fue designado Hijo de Dios en el poder, de acuerdo con el Espíritu. Para Pablo, el Espíritu hizo a Jesús Hijo de Dios, y eso no ocurrió en la concepción, sino en la Pascua (Romanos 1, 4). 

En un sermón atribuido a Pablo y registrado en Hechos 13, que también puede reflejar una tradición anterior, se describía de nuevo la resurrección en términos simbólicos en el momento de la entronización de Jesús a la diestra de Dios. A este acontecimiento de la resurrección/ascensión se aplicó el salmo de la coronación davídica. Pero las palabras fueron las propias de un nacimiento: «Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy» (Hechos 13, 33). Ese mismo orden teológico se conservó en una contestación al Sumo Sacerdote atribuida a Pedro y registrada en el quinto capítulo de los Hechos: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole en un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador» (Hechos 5, 30-31). Obsérvese una vez más que el movimiento es desde la muerte hasta la ascensión a Dios, que se definía fundamentalmente como una exaltación al cielo, antes que como una resurrección a la vida. 

En el lenguaje original de la exaltación propio de la Pascua, Dios era el poder activo y Jesús el receptor pasivo de ese poder. Dios elevó al Jesús crucificado a un lugar celestial. «Dios elevó a Jesús de entre los muertos» fue el lenguaje original de la exaltación, no de la resurrección. La elevación de Jesús fue una demostración del poder de Dios, no de Jesús. El tiempo pasivo es claramente original. Dios lo elevó. Eso significa que, al principio, la resurrección/ascensión fue un acontecimiento singular cuya esencia se captaba mejor con la palabra «exaltación». Esta comprensión constituyó la primera capa del proceso racional del pensamiento teológico sobre Jesús, el Cristo. Se hallaba ya a un paso de distancia de la intensidad de lo que podríamos denominar como la experiencia pascual del Cristo. 

Sin embargo, a medida que se fue contando una y otra vez la historia de la exaltación, la acción de Dios elevando a Jesús empezó a expresarse en los términos activos de Jesús levantándose a sí mismo del sepulcro. Luego, casi de una forma inevitable, la exaltación tuvo que dividirse en dos acontecimientos. Jesús levantándose de entre los muertos, en un sentido activo, se transformó en la resurrección, mientras que Dios exaltando a Jesús a los cielos, en un tiempo pasivo, se transformó en la ascensión. Lo que antes había sido una sola proclamación se transformó con el tiempo en dos narraciones distintas.    

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