lunes, 5 de noviembre de 2018

El Jesús de Mateo -John Shelby SPONG-2


La supuesta fecha de este evangelio se adscribe a aquellos acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén después de su destrucción por parte del ejército romano. Desaparecida la libertad, con Jerusalén y el templo destruidos, el pueblo judío tendió más y más a buscar consuelo y seguridad en la ley judía, la Torah, que era para ellos la única parte de su herencia religiosa que les quedaba. Observar la ley se convirtió para ellos en la única forma de recordar su identidad en este período de trastornos radicales.

Así fue como el pueblo judío, conducido por sus líderes religiosos, empezó a extender capas protectoras de autoridad literal alrededor de la ley judía. Eso condujo directamente a la sensación de que aquellos miembros de la comunidad judía que habían encontrado la verdad y el significado en el que creían era el Mesías judío, representaban una amenaza particular para la supervivencia judía. Este Jesús se había preocupado mucho más por el significado interno de la Torah que por las leyes externas. Había desafiado la tradición legalista vigente entre los judíos. Su movimiento había desestabilizado la autoridad de las Escrituras literales, que se habían visto sometidas a una tensión tolerable antes de la pérdida de su ciudad santa, su nación y su templo. Ahora, sin embargo, esa tensión constituía una amenaza para el carácter sagrado y la seguridad de la ley, lo único que les quedaba a los judíos fieles, lo único a lo que podían seguir aferrándose. 

A medida que el trauma de su historia externo obligó a los judíos tradicionalistas a volverse hacia dentro, adoptaron una actitud cada vez más defensiva y rígida. Experimentaban con intensidad la amenaza planteada por aquellos miembros de su fe que no concedían a la ley y a las tradiciones del pasado la lealtad inconmovible que, en opinión de los judíos ortodoxos, se merecían estas cosas. Este estado de ánimo se hizo cada vez más tenso y hasta colérico. Finalmente, estos sentimientos estallaron y la presencia de los cristianos judíos dentro de las estructuras del judaísmo terminó considerándose como una abominación, como un cáncer que había que extirpar. 

En el año 85 esta actitud se hizo pública y oficial cuando se volvió a formular una parte muy conocida de la liturgia de la sinagoga para incluir un curso sobre heréticos. Evidentemente, este curso iba dirigido fundamentalmente contra aquellos judíos que creían en Jesús como el Mesías, y el resultado final fue que aquellos cristianos judíos se vieron expulsados de las sinagogas. Esta acción interrumpió la conexión fundamental que había existido entre el judaísmo y los cristianos judíos, lo que tuvo a su vez el resultado de convertir a estos líderes judíos en el objetivo principal de la hostilidad de los ahora excomulgados cristianos judíos. 

El autor del evangelio de Mateo parece haber sido miembro de un grupo de estos cristianos judíos excomulgados. Era miembro judío de una comunidad cristiana en la que había tanto judíos como gentiles. Se daba cuenta de que la presencia judía en la Iglesia cristiana empezaba a declinar, en la misma medida en que aumentaba la presencia de los gentiles. Deseaba que esa emergente mayoría de gentiles no olvidara los orígenes judíos de la historia de su fe. También deseaba que sus hermanos y hermanas judíos escaparan a su estrecha comprensión de las cosas judías que tanto le violentaban, y que abrazaran todo lo que Jesús significaba para él. Jesús era todo lo que la tradición judía esperaba que fuese y, al mismo tiempo, representaba una llamada para ir más allá de la tradición, hacia la totalidad del universalismo. El objetivo de Mateo consistía en decir todo eso por escrito y de una forma poderosa. Se trataba de una tarea ambiciosa que valía la pena emprender, y eso nos ayuda a explicar por qué no consideró adecuado el evangelio de Marcos para sus propósitos. También nos ayuda a establecer el ángulo de visión del autor, lo que ilumina a su vez tanto lo que tiene que decir como por qué lo dice y la forma en que lo dijo. 

El Jesús representado en el evangelio de Mateo era hijo de David hasta la médula, la realización plena de las expectativas mesiánicas judías. Pero también era el hijo de Abraham, a través del cual había que bendecir a todas las naciones del mundo. Finalmente, y por encima de todo, Jesús era para este autor el mismo Hijo de Dios en quien lo judío y lo griego podía encontrar unicidad.- Dotado de una mano delicada y de una pluma educada. Mateo entretejió todos estos temas unificadores a través de los párrafos de su historia. Utilizó su instrucción en el midrash para recrear el drama del éxodo y del exilio. Presentó a Jesús en los términos familiares de Abraham, Sansón, Samuel, Balaam, José y Moisés. Y, sin embargo, rompió todos los prejuicios que obligaban a los judíos, para demostrar que la realización de Israel era, en último término, una bendición para el mundo. La figura del Cristo que presentó fue la que necesitaba para afirmar a la comunidad judeocristiana, de la que él formaba parte, en un momento en que sus miembros habían sido expulsados de la tradición judía. Escribió para permitir a los cristianos, tanto judíos como gentiles, el reconocer la primacía del judaísmo, aun cuando estuvieran siendo conducidos hacia el abrazo universal de la emergente Iglesia cristiana. 

Este autor, a quien por deferencia con la tradición de los tiempos llamaré Mateo, dividió conscientemente su obra en cinco libros, cada uno de los cuales terminaba con la frase: «Y sucedió que» (Mateo 7, 28; 11, 1; 13, 53; 19, 1; 26, 1). Esta obra fue diseñada deliberadamente para que fuera el Pentateuco cristiano, siguiendo el molde de la Torah.

Para introducir esos cinco libros, añadió la narración de la natividad que, no por casualidad, dividió en cinco episodios: la genealogía, la anunciación, los magos, la huida a Egipto para escapar de la masacre y el regreso de Egipto. Cada uno de estos episodios se centraba alrededor del cumplimiento de una cita bíblica. Cerró su historia con la narración de la pasión en la que, no debería sorprendernos, había cinco mini capítulos: la unción de Jesús para el entierro en la casa de Simón el fariseo; el drama de la Última Cena en el Jueves Santo; la escena de Getsemaní y el arresto; el juicio y la crucifixión, y la resurrección. Su público judeocristiano se daría cuenta y apreciaría sus símbolos y su habilidad.

Al examinar con atención la narración de la natividad en Mateo, vemos en funcionamiento los grandes temas de este evangelista. Jesús, como hijo de David, estaba implícito en la genealogía y en la revelación angélica a José, a quien se trata como hijo de David. Este tema alcanzó su momento culminante cuando José, de quien se decía que era heredero legítimo de David, aceptó y nombró a Jesús como su hijo. Estaba claro que Jesús era hijo de David.

El mensaje del hijo de Abraham se vio en la visita de los magos, en el asentamiento de la sagrada familia en Nazaret, en una provincia conocida como «Galilea de los gentiles», y encuentra ecos en diversas otras partes de la narración. Mateo se hallaba preocupado por justificar, especialmente ante sus hermanos y hermanas judíos, el gran número de gentiles que entraban a formar parte de la comunidad cristiana en particular, y de todo el movimiento cristiano en general. Así, dijo: «Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos» (Mateo 8, 11). El Jesús de Mateo también advierte a los judíos que «puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham» (Mateo 3, 9). Todas las naciones se verían bendecidas a través de Abraham. Y Jesús era el hijo de Abraham.  

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