lunes, 5 de noviembre de 2018

El Jesús de Mateo -John Shelby SPONG-3


En la narración de la natividad, Mateo tomó los temas bíblicos del hijo de David y el hijo de Abraham, y entretejió con ellos su tercer tema: Jesús era Emmanuel. En él, Dios estaba con nosotros. Jesús era el hijo de Dios.

El capítulo primero de la historia de Mateo se inicia con la genealogía de Jesús. Se trata de una genealogía claramente dividida en tres secciones, cada una de las cuales incluye catorce generaciones. La primera sección va desde Abraham hasta David. Aquí, Mateo reveló el proceso de selección divina. Isaac fue elegido por encima de Ismael, Jacob por encima de Esaú, Judá por encima de Benjamín, y con Judá se seleccionó a la casa de David, pues David el judío fue el rey que suplantó a Saúl, el benjamita.

La segunda sección se extiende desde David hasta el exilio, deteniéndose en esa experiencia divisoria de la historia hebrea. La sección final nos lleva desde el exilio hasta Jesús, donde culmina porque, para Mateo, la historia había alcanzado su objetivo final en Jesús. 

La genealogía, sin embargo, revela muchas debilidades si lo que andamos buscando es la verdad literal o la exactitud histórica. 

A veces, Mateo forzó tanto su pauta generacional de catorce-catorce-catorce que se ha llegado a dudar incluso de su capacidad para contar. En la actualidad, las mejores estimaciones de los académicos sugieren que entre Abraham y David transcurrieron unos 750 años. El período transcurrido entre David y el exilio fue de unos 400 años, y entre el exilio y Jesús pasaron unos 600 años. Estas cifras son demasiado grandes para encajar la pauta de catorce generaciones adoptada por Mateo en su genealogía. Aparte de eso, en su primera sección de catorce generaciones, Mateo sólo presentó trece nombres. En la segunda sección de catorce generaciones dejó fuera cuatro generaciones y seis reyes que reinaron realmente en Jerusalén. Eso sería suficiente para desestabilizar gravemente su pauta. En la tercera sección vuelve a citar sólo a trece generaciones. En la genealogía de Lucas (capítulo 3), entre Abraham y Jesús hay cincuenta y seis generaciones, mientras que Mateo sólo cita a cuarenta y una. Seguramente, la infalibilidad es una virtud que sólo adscriben a la Biblia aquellos que no se han tomado la molestia de leer grandes partes de las Sagradas Escrituras. 

En la genealogía encontramos otro tema fascinante. Mateo ha incluido los nombres de cinco mujeres, entre ellas María, a la que se identifica como la esposa de José, «de la que nació Jesús, (Mateo 1, 16). En primer lugar, resultaba insólito en aquel tiempo mencionar a las mujeres en cualquier genealogía; pero, apare de eso, estas mujeres en particular presentan un problema especial. Todas se vieron afectadas por algún tipo de impropiedad sexual. 

Además de María, la genealogía presenta a Tamar, que representó el papel de la prostituta para seducir a su suegro, Judá (Génesis 38, 1 y ss.); a Rajab, otra prostituta que ayudó a los espías en Jericó (Josué 2, 1 y ss.); a Rut, la mujer mabita que, al dormir en la cama de Booz cuando éste estaba ebrio, le obligó a ejercer su responsabilidad filial de casarse con ella (Rut 3, 6 y ss.); y a Betsabé, a la que se identificaba en esta genealogía no por su nombre, sino como esposa de Urías. David la había violado y dispuso la muerte de Urías en combate, después de dejarse seducir por los encantos de Betsabé, tras verla bañarse desde el terrado de palacio (2 Samuel 11, 2 y ss.). La inclusión de estas mujeres en la genealogía ha intrigado y frustrado a los intérpretes de todos los tiempos.

Jerónimo, uno de los primeros Padres de la Iglesia, sugirió que, puesto que todas las mujeres eran pecadoras, pronosticaban a Jesús como el salvador de los hombres. Esta clase de lógica era típica de Jerónimo, quien no estaba totalmente seguro de que las mujeres fueran del todo humanas. Lo cierto, sin embargo, es que en la piedad judía de la época de Jesús estas mujeres eran muy estimadas y que los lectores de Mateo no las habrían concebido como pecadoras, por lo que la argumentación de Jerónimo vacila por otros motivos. 

Parece ser que fue Lutero el primero en sugerir que todas estas mujeres eran extranjeras, y que fueron incluidas por Mateo para demostrar que el Mesías judío se hallaba relacionado con los gentiles a través de sus antepasados. Tamar y Rajab eran canaanitas; Rut era moabita y Betsabé era probablemente una hitita. Ese argumento puede tener cierta validez, sobre todo teniendo en cuenta el deseo de Mateo de destacar el universalismo. María, sin embargo, no encaja en ese esquema. En ninguna parte aparece el menor indicio de que María no fuera judía. Una de las dificultades que plantea ese argumento es que, en los tiempos de Mateo, la tradición judía no consideraba a estas mujeres como extranjeras, sino como prosélitas judías, y ese estatus de prosélitas no era precisamente el propuesto para los gentiles cristianos que formaban el público al que se dirigía Mateo. Así pues, la interpretación de Lutero también contiene serias debilidades, aunque no deja de tener mérito. 

Los eruditos más modernos, incluyendo a Herman Hendrickx, se han atrevido a ver en la inclusión de estas cuatro mujeres un anuncio del estatus sexual comprometido de María. Hay algo muy irregular en la unión de cada una de ellas con su compañero sexual o esposo. De hecho, cada una de ellas representaría algo así como un escándalo para quienes definen la moralidad pública. Y, sin embargo, cada una aparece en un momento crítico en la vida de la comunidad de la alianza y, al emprender las acciones que realizaron, permitieron que no se frustrara la promesa de Dios. La línea del Cristo llegó a través de la violación de Tamar, la prostitución de Rajab, el adulterio de Betsabé y el injerto del hijo semimoabita de Rut en la historia sagrada del pueblo judío. En consecuencia, esta parte de la genealogía resulta asombrosa, y raras veces se la observa, lee o predica, aunque fue provocativamente incluida por Mateo como un preludio de su historia de María, una mujer embarazada antes del matrimonio por parte de una fuente desconocida, que tuvo como resultado el deseo de su prometido de rechazarla secretamente como «cosa dañadas». Para Mateo, estas cuatro mujeres se convierten en claros ejemplos de cómo podía Dios conseguir el propósito divino a pesar de la violación de las normas morales. 

Cuando se observa el impacto de la tradición del midrash en la narración de la natividad en Mateo, esa conclusión anterior todavía se fortalece más. En el midrash estas cuatro mujeres no sólo mantuvieron viva la línea real y, en consecuencia, la esperanza mesiánica, sino que se dijo que cada una de ellas lo había hecho así por sumisión al Espíritu Santo . En el midrash, la clave que enlaza a estas mujeres con María, en la mente de Mateo, aparece con claridad y hasta de una forma evidente. La actividad sexual irregular iniciada por la acción del Espíritu ha permitido en el pasado el que pudiera seguir adelante el cumplimiento de la promesa hecha a lsrael. Al incluirlas, Mateo estaba admitiendo que el embarazo de María conllevaba algo de escándalo que tenía que ser comprendido. Más adelante volveré sobre este aspecto intrigante.   

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