lunes, 5 de noviembre de 2018

El Jesús de Mateo -John Shelby SPONG-4


Ahora ya se había descrito la ascendencia de Jesús a través de la genealogía, se habían establecido en ella los grandes temas de Mateo, que giraban alrededor de Abraham y de David, y se había preparado el terreno para desarrollar el motivo del Hijo de Dios. A continuación, Mateo pasa a contar la historia del nacimiento de Jesús, que tuvo lugar de este modo, dice, antes de proceder a narrar la concepción virginal.

Primero, nos presenta a los padres de Jesús. María había estado desposada con José. En la sociedad judía el desposamiento tenía la fuerza legal del matrimonio y a menudo se llevaba a cabo a la edad de doce o trece años, e incluso antes de alcanzada la pubertad. El inicio de la vida matrimonial como esposo y esposa podía no suceder hasta varios años más tarde, quizás tras la aparición de la pubertad. Las relaciones maritales durante el período de desposamiento no eran absolutamente condenadas en Judea, pero sí tendían a ser condenadas en Galilea. En la narración de Mateo, María y José vivían en Belén y, en consecuencia, se hallaban sometidos al código de Judea, menos riguroso, que no habría prohibido de modo absoluto lo que podríamos denominar como derechos de visita de los desposados. No obstante, el intenso tono de escándalo que encontramos en la narración de Mateo encaja mucho mejor con la prohibitiva tradición galilea, y constituye otro fragmento de información que arroja dudas sobre Belén como lugar donde se produjo el nacimiento de Jesús. 

De hecho, Mateo no sugiere que el Espíritu Santo fuera el padre del niño, o que aportara el elemento masculino necesario para la concepción. Cuando Mateo escribió su evangelio era sencillamente inconcebible imaginar al Espíritu Santo como una persona inconfundible de la Trinidad. Al leer la Biblia, los cristianos modernos aportan esa imagen al texto de Mateo, configurada por siglos de desarrollo teológico. Algunas personas se toman estas narraciones tan al pie de la letra que han llegado a postular la característica un tanto absurda de una erección del Espíritu, o incluso la existencia de un esperma espiritual. Las cosas se complican mucho más si se tiene en cuenta el hecho de que, en hebreo, «Espíritu» es una palabra femenina, no masculina. Uno de los evangelios gnósticos atacó desde esta perspectiva las narraciones literalizadas de la natividad, planteando: «¿Cómo puede una mujer dar a luz a un niño concebido por otra mujer?».

En el pensamiento cristiano primitivo, el Espíritu era un aspecto de Dios, identificado con la vida y el aliento. El Espíritu era la fuerza mediante la que Dios movía a hablar a los profetas. Fue el principio animador del ministerio de Jesús. La presencia autorizadora de Dios que descendió sobre los discípulos tras la muerte de Jesús y les hizo exclamar que Jesús vivía. La manera de engendrar del Espíritu era creativa, no sexual. El Espíritu que, en los albores de la creación, se habla cernido sobre el caos para dar paso a la vida, como una gallina clueca, se cernía ahora sobre María para dar lugar en ella a la nueva creación. El Espíritu de santidad que, según Pablo, declaró que Jesús era el Hijo de Dios en la resurrección, y que, según Marcos, adoptó a Jesús como Hijo de Dios en el bautismo, estaba presente ahora para proclamar a Jesús como Hijo de Dios en la concepción.    

Quizás existiera un recuerdo anterior que apoyara la tradición de que Jesús nació demasiado pronto, después de que María y José empezaran a vivir juntos como marido y mujer. Quizás la gente contó los meses y se dio cuenta de que las cuentas no cuadraban. Una tradición del judaísmo sugiere que se examinen los orígenes de los blasfemos y los agitadores religiosos, pues, según la sabiduría popular, los hijos ilegítimos tendían a crear problemas religiosos en sus vidas adultas. Se creía que reflejaban el espíritu de aquel que había violado a la madre. Quizás las historias del nacimiento milagroso de Jesús se diseñaron para contrarrestar esta crítica. Quizás Jesús fue ilegítimo, e incluso hijo de una mujer violada, y los cristianos primitivos no pudieron suprimir esta verdad.

Quienes conciben esta posibilidad argumentan que Mateo no pudo haberse inventado de la nada la historia de José debatiendo la posibilidad de divorciarse de María en secreto, de acuerdo con las prescripciones de la Torah en el Deuteronomio (Deut. 22, 2327). Ese pasaje de la Torah sugiere que «una mujer desposada que fuere violada en un lugar donde nadie pudiera oír sus gritos de auxilio, no debe ser condenada a muerte». En tal caso, sería devuelta naturalmente a su familia como «cosa dañada». Si eso se hizo en secreto, la desgracia de ella sería mínima. Ése fue el plan de José hasta que, tal y como sugiere Mateo, el mensajero angélico le informó en un sueño que el niño que iba a nacer era santo, que era del Espíritu Santo. Al introducir en su genealogía de Jesús a las cuatro mujeres sexualmente manchadas, ¿estaba preparando Mateo a sus lectores para esta posibilidad'? ¿Les estaba enseñando a escuchar las claves suprimidas hasta que pudieran escuchar la Palabra existente por debajo de las palabras, una Palabra que se ocupaba de la realidad simbólicamente? Supongo que jamás podremos saberlo con certidumbre, pero resulta una especulación fascinante que surgirá una y otra vez a medida que nos vamos adentrando en las historias sobre los orígenes de Jesús. 

Lo que sí sabemos es que Mateo utilizó esta tradición de la natividad para desarrollar el personaje de José según la pauta de José, el patriarca salvador de Israel, así como para iniciar el estilo propio de Mateo, consistente en reforzar su narración con expectativas extraídas de las escrituras judías que encontraban su cumplimiento en Jesús. Se trataba de un método típico de la escritura midráhsica. José era un «hombre justo»; es decir, un judío piadoso y temeroso de Dios. Dios habló a este José en sueños, del mismo modo que lo hizo con aquel otro José, el hijo favorito de Israel/Jacob, muchos cientos de años antes. 

En las escrituras hebreas «un ángel del Señor» era una forma de describir la presencia visible de Dios entre los hombres y las mujeres. En el sueño, el ángel se dirigió a José como hijo de David y, tras asegurarle que este niño era concebido por el Espíritu Santo, declaró que había que llamarle Jesús, Yeshua o Joshua, porque el niño sería el agente de la salvación de Dios. José debía darle este nombre porque la paternidad de David, por medio de José, sería transferida por medios legales, no biológicos. Según la costumbre judía, al darle nombre al niño José lo reconocía como propio, otorgándole toda la herencia del padre judío. Una vez más se percibe aquí la alusión oculta a la ilegitimidad que, de hecho, reverbera a lo largo de todo este pasaje.

A continuación, Mateo introdujo su fórmula interpretativa: «Todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que pronunció el Señor por el profeta», citando a Isaías 7, 14. La versión de Isaías 7, 14 que cita Mateo no es segura. Sin lugar a dudas, se apoyaba en un texto griego, antes que hebreo. Se desvió en dos aspectos muy interesantes de la Septuaginta, o versión griega antigua de la Biblia. Mateo dijo que la virgen «dará a luz un niño» (hexei), mientras que la Septuaginta decía que la virgen «concebirá» (lēpsetai). Mateo dijo que «ellos» (tercera persona del plural) le llamarán Emmanuel, mientras que la Septuaginta decía «tú» (segunda persona del singular) le llamarás Emmanuel. Sin embargo, tanto Mateo como la Septuaginta difieren del texto hebreo, que decía: «Una mujer joven parirá un niño y ella [tercera persona singular] le llamará Emmanuel».

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