martes, 13 de noviembre de 2018

La historia de Lucas, primera parte-John Shelby SPONG


En la narrativa de la natividad de Lucas se escuchan muchos temas. El estado de ánimo es de fiesta: se superan las barreras y la música siempre está presente. Las imágenes son misteriosas: un espíritu que lo cubre todo, un cielo iluminado y lleno de ángeles, un niño envuelto en pañales. Lucas desarrolla una narrativa paralela que sitúa a Juan el Bautista y a Jesús de Nazaret en una intensa relación. De hecho, la puerta para entrar en la historia de Lucas parece ser la clasificación y definición de estas dos figuras a medida que cada una ejerce un impacto sobre la otra.

A finales de la segunda década o principios de la tercera década de la era cristiana, parece que hubo en Palestina dos figuras que proclamaban la inminencia del reino de Dios. Las dos encontraron la muerte del mártir. Los dos tuvieron algún contacto con el otro, aunque no podemos afirmar con certeza la amplitud de ese contacto. Parece ser que la primera figura fue la de Juan, o Yohanon, un nombre bastante común en Judea y Galilea. Este líder religioso carismático inició un movimiento cuyo principal signo de identidad fue la acción del bautismo como arrepentimiento. Se le llegó a conocer así como «Juan el que bautiza», o Juan el Bautista. 

La otra figura se llamaba Jesús, Joshua o Yeshua, un nombre judío también bastante común. Todas las pruebas de que disponemos indican que este Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, así que fue miembro del movimiento baptista, al menos en algún momento. Después de su bautismo, Jesús se dirigió al desierto, reflexionando sobre las diversas posibilidades que se abrían ante él. 

Cuando Juan el Bautista fue detenido, Jesús emprendió un ministerio público, aunque con un estilo claramente distinto. Se dirigió a Galilea como libertador, sanador y salvador. Al hablar de este estilo de acción, expresó su confianza de que Juan el Bautista no «hallara escándalo» en él (Mateo 11, 6; Lucas 7, 53).1 I Cuando los dos movimientos se separaron, no se perdió por ello su origen común, pues el bautismo también se convirtió en una característica del movimiento de Jesús (Mateo 3, 13; 28, 19; 1 Corintios 1, 16), y algunos de los discípulos de Juan el Bautista se convirtieron en discípulos de Jesús (Juan 1, 35 y ss.).

En el cristianismo primitivo no hubo sentido de rivalidad entre estas dos figuras. A medida que fue creciendo el movimiento de Jesús no pareció que se hiciera esfuerzo alguno por eliminar el recuerdo de Juan el Bautista. No obstante, a medida que transcurrieron los años surgió una clara necesidad de subordinar ese movimiento a Jesús. En consecuencia, se hablaba cada vez más de Juan el Bautista como del predecesor, como la voz en el desierto que preparó el camino para Jesús. Evidentemente, se trató de una adaptación cristiana. Para los cristianos, Juan el Bautista fue alguien que preparó el camino para la llegada de la presencia de Dios, que ellos creían sólo se logró en Jesús. 

Cuando el debate cristológico en la Iglesia primitiva enfocó la atención sobre la naturaleza divina de Jesús, la obra de Juan el Bautista encajo a la perfección en este pensamiento teológico en ciernes. Algunos de estos cristianos primitivos llegaron al punto de presentar a Juan en el papel de Elías, que consistió en anunciar la llegada del mesías, a quien ahora habían identificado con Jesús. No todos aquellos cristianos se sintieron satisfechos con esta identificación de Juan el Bautista con el fundador de la profecía judía. Uno de ellos fue el autor del tercer evangelio, llamado de Lucas. No estaba muy seguro de querer asignar a Juan el papel de Elías. Una buena parte de su historia se centraba en Jesús como un Elías nuevo y más grande. Lucas llegó incluso a sugerir que Juan el Bautista jugó el papel de quien preparó el camino sin saber o comprender siquiera lo que estaba haciendo. Éste es el único evangelio donde el Bautista envía emisarios a Jesús para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?» (Lucas 7, 19). Poco más adelante, Lucas da a entender que Juan el Bautista es dichoso porque no halló escándalo en Jesús (Lucas 7. 23). Sin embargo, en algún momento de la historia los representantes de los antiguos discípulos de Juan el Bautista tuvieron que haberse vuelto hostiles para con el movimiento de Jesús, o quizás el movimiento de Juan constituyó un rival potencial en algún momento posterior de la historia cristiana, pues pareció aumentar la necesidad de asegurar una posición subordinada para Juan.

El movimiento de Juan el Bautista todavía parecía estar vivo cuando se escribió Hechos de los Apóstoles, hacia los años 90-95 de la era cristiana (Hechos 19, 3-4). Según Lucas, Jesús había dicho: «Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él» (Lucas 7. 28), es decir, cualquiera que haya nacido del Espíritu. Juan es el último del viejo designio divino, pero ni siquiera es el menor en el nuevo designio. 

Esta limitación de Juan el Bautista a un lugar subordinado se hizo todavía más fuerte en el evangelio de Juan (95-100 de la era cristiana). El prólogo del cuarto evangelio decía de Juan el Bautista: «No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz» (Juan 1, 8). Más adelante, se le hacía decir al Bautista: «Yo no soy el Cristo» (Juan 1, 20). En realidad, este evangelio dice que el Bautista llegó a negar que él fuera Elías (Juan 1, 21). 

Más adelante, el cuarto evangelio hace decir a Juan con firmeza: «Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Juan 3, 30). Cuando un movimiento tiene que describir al líder de otro movimiento en una postura similar, sometiéndose en cada detalle y destacando las virtudes del jefe del movimiento rival, podemos estar seguros de que había existido tensión, o de que estaba presente ahora. 

Al asignarle el papel de preparación para Jesús, los cristianos admitieron el hecho de que el movimiento centrado alrededor del Bautista fue el más antiguo de los dos. En Marcos, el bautismo de Jesús por parte de Juan el Bautista fue el momento en que el Espíritu descendió sobre él. Pero en el cuarto evangelio el inicio del ministerio de Jesús se había trasladado a la encarnación en el mundo de lo preexistente. Así, este cuarto evangelio hizo que Juan el Bautista preparara el camino para la encarnación (Juan 1, 6-9, 14). Tal y como sugiere Raymond Brown, «fue una cronología absurda, pero muy perceptiva desde el punto de vista de la historia de la salvación».  

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