martes, 13 de noviembre de 2018

La historia de Lucas, primera parte-John Shelby SPONG-3


Tanto Lucas como Daniel calificaron la aparición de Gabriel como una visión. El verbo utilizado para ello fue ōphthē. Este verbo sería utilizado más tarde por Lucas para describir la manifestación del Espíritu en Pentecostés como una lengua de fuego, así como para describir la visión de Jesús por parte de Pablo en el camino de Damasco (Hechos 9, 1 y ss.). Sólo el padre de Juan vio a Gabriel. La gente esperaba en el exterior del templo (Lucas 1, 10). En cuanto a Daniel, sólo él vio la visión. Los hombres que le acompañaban no la vieron (Daniel 10, 7). Gabriel se apareció tanto a Daniel como a Zacarías en un momento de oración litúrgica y como portador de un mensaje de Dios. A esa liturgia colectiva tanto Daniel como Zacarías habían añadido sus propias oraciones personales, surgidas de sus aflicciones humanas. Finalmente, en ambas narrativas se le decía al receptor de la visita que no tuviera miedo, a pesar de lo cual, y tras oír la profecía, los dos se quedaban mudos. Todos estos plintos de conexión son demasiado consistentes como para ser accidentales.

En esta escena también se indican por primera vez otros temas que Lucas emplearía más tarde en el desarrollo de su historia. El ángel dijo que Juan sería grande. Según Lucas, Jesús lo confirmó así en sus vidas adultas, al decir: «No hay ninguno mayor que Juan» (Lucas 7, 28). El ángel dijo que Juan no bebería vino ni licor, una frase que, en las mentes judías, relacionaba este nacimiento con el de Sansón, en el Libro de Jueces, donde se expresa una promesa similar. Una vez más, este motivo encontró una corroboración posterior en el evangelio de Lucas, cuando Jesús dijo: «Porque ha venido Juan el Bautista que no comía pan ni bebía vino, y decís: "Demonio tiene"» (Lucas 7, 33). El ángel dijo que Juan estaría «lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre» (Lucas 1, 15). En la narrativa de Lucas, eso se consiguió cuando Isabel quedó llena de Espíritu Santo (Lucas 1, 41), como consecuencia de la visita de María, que va había concebido al mesías. Sin embargo, en Hechos (19, 3-4) se presentaba a los discípulos de Juan el Bautista diciendo que no habían oído hablar del Espíritu Santo, y en el evangelio de Lucas, Juan dijo de sí mismo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y [...] él os bautizará con Espíritu Santo» (Lucas 3, 16). Juan fue receptor del Espíritu Santo a través de su madre, como consecuencia de la visita de María. Sin embargo, no era un canal para el Espíritu Santo. Esa función estaba reservada para Jesús. Desde la concepción hasta la edad adulta, Juan se nos describe de todas las formas concebibles como subordinado a Jesús.

Este tema se puso en evidencia una vez más cuando la escena se desplazó bruscamente desde Zacarías a María y se inició la segunda historia de anunciación, evidentemente más poderosa. Lucas establece de nuevo el escenario al informarnos sobre el tiempo, el lugar y los personajes. Era seis meses más tarde. El lugar era Nazaret, una ciudad situada en Galilea. Los personajes incluían a una persona llamada María, identificada por dos veces como virgen, desposada con un hombre llamado José, pero que todavía no había sido tomada en la casa del esposo. A José se le describía como alguien que descendía de la casa de David. El ángel Gabriel, ya introducido con anterioridad, fue enviado de nuevo por Dios, completando así el elenco de actores en esta fase del drama. 

El saludo del ángel: «Alégrate, oh, favorecida», es Kecharitomenē en griego, lo que traduce virtualmente el significado hebreo del nombre Ana, que es «favorecida». La frase «llena de gracia», tan popular en muchas tradiciones de la Iglesia, no estuvo presente, de hecho, en la historia de la anunciación. El único lugar del Nuevo Testamento donde encontramos la expresión «lleno de gracia» es en Hechos de los Apóstoles, donde Lucas describe a Esteban, el mártir. Dudo mucho, sin embargo, que eso ejerza algún efecto sobre los que rezan el rosario.

Del mismo modo que la historia de Daniel parece hallarse tras la anunciación a Zacarías, la historia de Ana proporcionó el telón de fondo para la narración de la anunciación a María. Ana fue la mujer estéril de quien nació el niño Samuel, gracias a la promesa y la intervención de Dios. De nuevo se incorporan aquí las características regulares de las historias bíblicas de anunciación. María se mostró temerosa. El mensajero divino superó ese temor. María expuso obstáculos. El mensajero divino también los superó. En Lucas, es en este único episodio, y sólo aquí, donde surgió la idea del nacimiento de mujer virgen o concepción virginal.

¿Por qué surgió la tradición del nacimiento de mujer virgen, o por qué se la tomó Lucas en serio? Desde luego, no era un elemento esencial para su historia. En los textos de Lucas, y dejando aparte la narrativa de la natividad, no hay nada que supusiera un nacimiento milagroso de Jesús. Si dejamos de lado la narrativa de la natividad, el evangelio de Lucas se nos presenta como una narración poderosa, convincente, intacta y conjuntada. Si Lucas hubiera empezado a narrar su historia en el capítulo 3, tal y como afirman algunos eruditos, la tradición de la natividad no habría sido esencial. Pero ¿por qué surgió, creció, adquirió poder y llegó a dominar finalmente el pensamiento cristiano? 

Raymond Brown ha argumentado que la concepción de Jesús por el Espíritu Santo constituyó el adelantamiento de un paso en un paralelismo consciente entre Juan el Bautista y Jesús.El nacimiento de Juan el Bautista se logró haciendo que una mujer de edad avanzada y sin hijos se convirtiera en una madre expectante. El nacimiento de Jesús tenía que superar eso. Ambos fueron hechos de Dios, pero la concepción virginal es un milagro mucho mayor que la terminación de una esterilidad. De este modo, y de una forma consistente con otros detalles de la narración, se proclamaba la superioridad de Jesús sobre Juan. Aunque, desde mi punto de vista, el profesor Brown es la máxima autoridad mundial en cuestiones del Nuevo Testamento, no extrae la ineludible conclusión exigida por su erudición de que el nacimiento de mujer virgen no es más que un invento teológico de Lucas. Como católico-romano que es, debe disciplinar constantemente su erudición, al servicio de la enseñanza y el dogma oficiales de su tradición. Eso hace que le resulte difícil seguir lo que le dicta su erudición cuando eso le conduce a conclusiones eclesiásticamente inaceptables, o a plantear cuestiones críticas que parezcan apuntar en una dirección contraria. Pero el terreno del que dependen las doctrinas de su Iglesia se ha visto erosionado, a pesar de todo, por las exigencias de su propia erudición. Indudablemente, Brown debe saberlo, y si no lo sabe hay otros eruditos encantados de señalárselo, como Jane Schaberg y Michael Goulder.  

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