martes, 13 de noviembre de 2018

La historia de Lucas, primera parte-John Shelby SPONG-6


Este nacimiento de mujer virgen, tal y como nos lo describe Lucas, tenía en sí mismo la connotación de un acto de creación. La imagen del Espíritu cubriendo a María con su sombra no era significativamente diferente a la que encontramos en el primer capítulo del Génesis, donde «un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» para producir la primera creación. Jesús, la nueva creación, iba a ser engendrado por el mismo Espíritu, que ahora aleteaba sobre el vientre de María. El Espíritu crearía nuevamente ex nihilo al nuevo Adán, que anunciaría la nueva era del Reino de Dios. En esta creación, al igual que en la primera, la iniciativa se hallaba únicamente en Dios. El vientre de María se convirtió así en el nuevo tabernáculo donde Dios moraría en medio de su pueblo.

También tenemos que seguirle la pista al término virgen en la tradición judía para discernir el significado que tuvo para Lucas. La palabra virgen no es desconocida en las escrituras judías. Aunque en la Biblia no hay ninguna otra historia de nacimiento virginal, a Israel se la denominó virgen en Amós (5, 2) y en Jeremías (18, 15). Estaba también la hija virgen de Sión en Isaías (37, 32), y «la hija virgen de mi pueblo» en Jeremías (14, 17). En las escrituras hebreas, la destrucción de las naciones por los extranjeros se comparaba con la violación de una virgen. No obstante, las referencias a la virgen Israel solían referirse a la nación que se encontraba en un estado de opresión o rebeldía, anhelante de encontrar amantes extranjeros e infiel a Dios. Israel era así como una hija infiel a la que se convoca para que regrese a su estatus de virgen. María, que era totalmente fiel y obediente, pudo haber sido descrita como un símbolo de aquella Israel virgen a la que los profetas llamaban su pueblo.

A diferencia de lo que sucedió en los otros evangelios. María jugó un papel único en el de Lucas. Los cambios que Lucas introdujo en la descripción que hace Marcos de María fueron realmente notables. En Marcos, la madre y los hermanos de Jesús aparecen durante la vida adulta de éste, preguntando por él. Según sugiere Marcos, querían hacerse cargo de él, pues «está fuera de sí» (Marcos 3, 21). Jesús los rechazó, y afirmó que su madre y sus hermanos eran aquellos que cumplían con la voluntad de Dios. En el evangelio de Marcos se trataba de una historia que contenía un matiz de dureza (Marcos 3, 31 y ss.). Lucas, sin embargo, modificó esa historia de una forma espectacular (Lucas 8, 19-20). Omitió la primera parte, de modo que no aparece el menor indicio de que la familia de Jesús le creyera «fuera de sí». En Lucas, la madre y los hermanos de Jesús acudieron a verle. A él le comunicaron su presencia, y respondió diciendo: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lucas 8, 19). Afirmaba con ello que su madre y sus hermanos eran discípulos. En Hechos (1, 14), Lucas informaba que la madre y los hermanos de Jesús se hallaban incluidos en la comunidad de creyentes. Así pues, María se encontraba entre quienes habían oído la Palabra de Dios y la cumplían. Este concepto configuraba la respuesta de María en la escena de la anunciación en Lucas. María oyó la palabra de Dios a través de Gabriel y respondió: «Hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). María cerraba esa escena llamándose a sí misma la «esclava del Señor». Se trataba de un término que ya había utilizado Ana al saber por Elí que iba a ser la madre de Samuel. El cántico que no tardaría en enunciar María seguía las mismas características que el que cantó Ana (1 Samuel 2). 

Ahora, el drama puso juntas las dos historias de anunciación. María había quedado embarazada, aunque Lucas no documentaba el momento en que eso se produjo. La señal verificadora que se le había dado a María era el embarazo de Isabel, su pariente, cuyo propio embarazo posmenopáusico todavía no era conocido por nadie, excepto por Zacarías, pues Isabel se había ocultado. El conocimiento de María era secreto, revelado por medios divinos. María se levantó viajó desde la Nazaret de Galilea hasta la zona montañosa de Judá para visitar a Zacarías y a Isabel. Los saludó y el niño saltó de gozo en el seno de Isabel, quien «quedó llena de Espíritu Santo» y exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lucas 1, 4245). María respondió con el Magnificat. Isabel, en presencia del todavía no nacido Jesús «quedó llena de Espíritu Santo» y, desde su seno, Juan el Bautista saltó de gozo para saludar la llegada de la era mesiánica. Difícilmente puede considerarse eso como una historia literal. 

Tanto Isabel como María entonaron cánticos de alabanza por lo que había hecho Dios para María en la concepción del Mesías. Cuando finalmente comprendí esta escena recordé mi primera toma de conciencia, ocurrida muchos años antes, de que las narraciones de la natividad no eran historia, y no tenían la intención de que se las tomara al pie de la letra. Aquí estaban dos madres judías expectantes, y las dos alababan solamente a uno de los hijos aún por nacer. Ninguna madre judía que haya conocido jamás reconocería, antes del nacimiento de su hijo, que éste sería subordinado ante algún otro. 

El cántico de Isabel encontró un eco en el canto de Débora «¡Bendita entre las mujeres. Yael!» (Jueces 5, 24), y en la mujer de la multitud que gritó: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lucas 11. 27). La acción de Juan en el seno materno reveló a Isabel que María era la madre de su Señor. Era la primera oportunidad que tenía Juan de preparar el camino del Señor. 

¿Empezó María a cantar entonces el Magnificat? Difícilmente. Lucas incorporó los cánticos, convirtiéndolos en mensajes de sus personajes. Se debate sobre si Lucas fue o no el autor de cualquiera de los cánticos que adornan las narrativas de la natividad. Si no lo fue, no cabe la menor duda de que, al menos, fue su adaptador. Ya he indicado anteriormente mi opinión de que estos cánticos no formaron parte de la representación original. Y, sin embargo, son muy judíos. Resaltan a Israel, a David y a «nuestro Padre». Sirvieron para dar voz a los personajes que antes habían actuado en pantomima, o mediante la lectura de un narrador. En el encuentro de las dos madres, el texto dijo que María saludó a Isabel, pero no se ofrecen las palabras que pronunció. Más tarde, se nos dice que Zacarías terminó su mudez hablando, pero tampoco se indican las palabras que pronunció. Más adelante, se nos dice que Simeón, el sacerdote, bendijo a María, pero tampoco aquí se indican las palabras de la bendición. En cada uno de estos casos, las palabras se vieron suplidas por los cánticos: el Magnificat, el Benedictus y el Nunc Dimittis. De ese modo, una pantomima se había transformado en una opereta. 

Según hemos observado ya, hay muchas formas indicativas de que estos cánticos no encajaban en el contexto al que habían sido asignados. Ya hemos visto cómo las palabras del Magnificat planteaban preguntas sobre María, pero veamos ahora las preguntas que planteaban sobre Jesús. ¿Cómo «dispersó [Jesús] a los que son soberbios» y «derribó a los potentados», por ejemplo? El nacimiento de Juan el Bautista no constituía salvación «de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban» (Lucas 1, 71). En estos cánticos, ninguna palabra o concepto exigía absolutamente un contexto cristiano, sino que enfocaban más bien un concepto de salvación judía. Muchos eruditos, incluyendo a Raymond Brown, creen que estos cánticos fueron originalmente un producto de la comunidad judeocristiana de Qumran, conocida como los anawim, que Lucas tomó prestados para rellenar su historia de la natividad. Los anawim eran gentes que resaltaban la idea del resto. Se concebían a sí mismos como personas pobres e indefensas, necesitadas de la protección de Dios. Compartían todos sus bienes materiales. Es posible que fueran los anawim judeocristianos los que proporcionaron a Lucas su imagen de la comunidad cristiana primitiva descrita más tarde en Hechos (2. 43-47; 4. 32-37), y en la historia de Ananías y Safira (Hechos 5, 1-11). Según sugiere Raymond Brown, Lucas conoció estos himnos, que adaptó a sus propósitos e insertó en su narrativa.16 Esta idea fue resueltamente rechazada por Michael Goulder. 17 Sin embargo, ambos están de acuerdo en que el material de los cánticos procede de fuentes hebreas. El Magnificat se basa en la canción de Ana (1 Samuel 2, 1-10), y el Benedictus en la canción de David (1 Reyes 1, 48 y ss.), aunque está claro que, tras un cuidadoso examen, también pueden descubrirse otras referencias en cada cántico. 

Según dice la narración, María permaneció tres meses con Isabel, o hasta que ésta dio a luz, momento en el que María regresó a su casa. Su viaje proporcionó la transición necesaria para informar al público de que estaba a punto de iniciarse un nuevo episodio. 

La siguiente escena ofrece los detalles del nacimiento de Juan, el darle un nombre, y la profecía de Zacarías, su padre. Se inicia con un semitismo casi intraducible. Literalmente, las palabras dicen: «Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz». Se trata de palabras similares a las utilizadas en el Génesis para describir el parto de Rebeca (Génesis 25, 24). Esas mismas palabras se repetirían al completarse la historia de María. Ahora, las dos historias de la anunciación se completarían con el paralelismo de las dos historias sobre el nacimiento. 

El nacimiento de Juan se vio acompañado por maravillas que despertaron el respeto de todos los vecinos. Isabel, por ejemplo, eligió el nombre de Juan, dado por el ángel a Zacarías, pero que éste no le había comunicado a su esposa, puesto que estaba mudo. Por primera vez, Zacarías confirmó este nombre por escrito. En Isaías 8 al profeta se le ordena escribir sobre una placa grande el nombre del niño que va a nacer. La tradición del midrash seguía funcionando. Entonces, de repente, se le suelta la lengua a Zacarías, que pudo volver a hablar, y bendijo a Dios. Todos estos sucesos crearon temor y maravilla, y les hicieron preguntar: «¿Qué será este niño?» (Lucas 1, 66). En respuesta a esta pregunta, Zacarías cantó las palabras de la profecía que liemos dado en llamar Benedictus: «Profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos», contestó Zacarías. En el esquema de Lucas, sólo alguien que estuviera lleno con el Espíritu Santo podía discernir ese papel futuro. Zacarías había entrado, por previsión, en el Reino. La razón principal para alabar a Dios se encontró en el hecho de que, en Jesús, Dios había visitado y redimido a su pueblo. El cántico concluía con la nota de la «luz de la altura a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas». Estas palabras encontrarían más adelante un eco en otro cántico llamado el Nunc Dimittis. Según decía el Benedictus, Juan sería un profeta de lo más alto. Más tarde, Jesús diría de él: «¡,Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta» (Lucas 7, 26). La descripción del Juan el Bautista adulto quedaba señalada una y otra vez en la historia de su nacimiento. 

No, no era una narración histórica. Nunca tuvo la intención de serlo y, por lo tanto, no podía tomarse al pie de la letra. Está tan repleta de inconsistencias literales como para ser disparatada. Trata de rumores, acusaciones, murmuraciones, insinuaciones y de las respuestas de los cristianos que buscaron claves en los textos sagrados del pueblo judío. Pero esta narración dirige inevitablemente al lector hacia aquello que se creía como real y cierto. Creo que, en un principio, su contenido fue una representación interpretativa que encantó al público mucho antes de que se escribiera el evangelio de Lucas, creada a partir de los recuerdos sobre el poder adulto tanto de Juan como de Jesús, para servir a la necesidad cristiana de subordinar el primero al segundo. Lucas la convirtió en una narrativa que introdujo el corpus de su obra. Ese corpus describía a Juan el Bautista preparando el camino para Jesús, como adulto. Encontraremos más adelante a esta figura un tanto misteriosa, investida por Lucas con el sentido de un profeta que surge del desierto para llamar a Israel al arrepentimiento y preparar el camino para el Cristo. 

El telón ha caído sobre el primer acto del drama de la natividad. Ahora esperamos el nacimiento de aquel para quien Juan no fue más que un predecesor.   

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