miércoles, 14 de noviembre de 2018

La historia de Lucas, segunda parte -John Shelby SPONG


Lucas, como Mateo, se vio profundamente influido por el estilo del midrash judío. En esta tradición, las escrituras de la antigüedad podían ser falsificadas, reinterpretadas e incluso reutilizadas hasta que la revelación de Dios en el presente fuera consistente con la revelación de Dios en el pasado. Y, más importante aún, se creía que la comprensión alcanzada ayer sobre las escrituras iluminarían la experiencia de hoy y, en consecuencia, la verdad actual.

Debido a que la empresa cristiana tuvo sus comienzos en un contexto judío, los cristianos adquirieron el hábito de utilizar esta forma judía de investigar las escrituras, a la búsqueda de pistas que interpretaran los acontecimientos del presente. Quizás no hubo ninguna otra actividad que ocupara tanto a los primeros cristianos como su búsqueda persistente y concienzuda de indicadores a los que poder aferrarse para comprender, y de ese modo defender su experiencia con Jesús. Inicialmente, quizás se recopilaron y utilizaron con rapidez los pasajes clave de la Biblia judía, en una defensa polémica contra los judíos no creyentes. Fue una estratagema interesante la de hacer servir los escritos sagrados judíos para sostener un movimiento cada vez más antijudío. 

Los primeros cristianos, que de hecho también eran judíos, reclamaron las escrituras judías como su propia fuente interpretativa de autoridad. Armados con ellas, adscribieron el papel de «auténtico Mesías judío- a su Jesús judío. En esta empresa fueron cruciales algunos pasajes. Desde el principio, los favoritos de los cristianos fueron el papel del sirviente, extraído de Isaías 40-55; el salmo vigésimo segundo, que llegó a leerse únicamente en términos de la crucifixión: y el pasaje de Zacarías que estaba detrás de la celebración del Domingo de Ramos. 

Con el tiempo, estos pasajes se utilizaron no sólo para interpretar los acontecimientos recordados de la vida de Jesús, sino que llegaron a configurar incluso esos acontecimientos. Las historias sobre Jesús se doblaron y retorcieron para que encajaran en los pasajes interpretativos de la escritura que se les aplicaba. Las notas del salmo 22 sobre el reparto de las vestiduras y el sorteo de la túnica se incluyeron en la historia de la crucifixión. Las palabras de las canciones de Isaías marcaron tanto el bautizo como el juicio de Jesús. La referencia de Miqueas a Belén como el anticipado lugar de origen del esperado mesías creó, con toda probabilidad, la tradición de Belén en las narrativas de la natividad de Jesús. Lejos de «cumplir las escrituras», como habían afirmado los cristianos, éstas determinaron la forma en que contaron a la gente lo que creían recordar. Así fue como esa historia y su interpretación se mezclaron en la práctica, bastante antes de que quedaran escritas en los evangelios. 

Los fieles comunes de nuestras iglesias se hallan tan alejados de esta comprensión, que la simple sugerencia parece revolucionaria e incluso hostil a quienes se consideran como simples creyentes. Estos pensamientos les parecen increíbles y amenazadores para su fe. Un enorme vacío separa el mundo de la erudición bíblica y la comprensión de la Biblia tal y como es habitual entre los creyentes que acuden a la iglesia.

Sí, claro que hay arduos debates en los círculos de la erudición sobre el Nuevo Testamento. Los cánticos que aparecen en la narrativa de la natividad en Lucas ¿fueron originalmente canciones judías o cristianas? ¿Tienen una forma original hebrea? ¿Los creó Lucas, o los tomó de otras fuentes y los editó para que sirvieran a sus propósitos? Hay una gran divergencia de opiniones sobre tales cuestiones. Sin embargo, nadie sugiere ya que los cánticos que aparecen en Lucas representen la historia, o que los personajes del drama de la natividad en Lucas pronunciaran o cantaran realmente esos cánticos. Por decirlo con toda claridad: María no pronunció el Magnificat, Zacarías no dijo el Benedictus, Simeón no cantó el Nunc Dimittis. 

Los eruditos seguirán debatiendo sobre las fuentes a partir de las cuales Mateo creó o derivó la presencia de los hombres sabios, y Lucas la de los pastores. Tratarán de comprender si hubo dos tradiciones diferentes que lograron abrirse paso hasta la narrativa cristiana, o si Lucas, a partir de la antipatía que sentía por aquellos que creía como «magos», expresada en Hechos de los Apóstoles (8, 9 y ss.; 13, 6-8), transformó a los hombres sabios y regios de Mateo en humildes pastores. Ese debate es vigoroso. Sin embargo, ningún erudito que yo conozca afirmaría la historicidad de los magos o de los pastores. 

Hay un gran debate acerca de cómo y por qué Mateo y Lucas crearon sus historias sobre la concepción virginal. ¿Reflejaban la influencia de la mitología griega? ¿Se trataba simplemente de un intento por aplicar el texto de la «virgen» tomado de Isaías? ¿Constituían una apologética para contrarrestar la acusación judía de que Jesús era ilegítimo? ¿O se trató más bien de una combinación de todas estas cosas, unida a otros elementos demasiados complejos como para mencionarlos en el espacio disponible en este volumen?

Estos son los temas que se discuten entre los eruditos, en cuyos círculos no hay nadie, que yo sepa, dispuesto a defender la historicidad o literalidad de la historia del nacimiento de mujer virgen. La continuación de la creencia en una concepción virginal de Jesús de Nazaret, en su sentido literal y biológico, sólo se basa en un compromiso de fe o dogmático. Pero no puede basarse en la evidencia. Esa creencia ya no se defiende sobre la base de la escritura, ni siquiera por parte de los eruditos católico-romanos que, desde el punto de vista teológico, han invertido mucho más en esta posibilidad que los cristianos protestantes. 

En mi opinión, resulta escandaloso el hecho de que estas ideas sean habituales entre los eruditos bíblicos de nuestro mundo y que, sin embargo, sigan siendo desconocidas para el común de los fieles ele cualquier iglesia o sinagoga. Este estado de cosas no puede hacer sino inducir una reflexión sobre el temor de la jerarquía eclesiástica a que los fieles pierdan su fe en el caso de que esos conocimientos se difundan ampliamente. Los obispos y sacerdotes conservadores se contentan con afirmar que la erudición bíblica es una ciencia inexacta, siempre cambiante, en la que no puede confiarse para encontrar respuestas finales. En consecuencia, argumentan, debemos confiar en la autoridad docente e histórica de la Iglesia. Se trata de un argumento débil y casi patético. 

La erudición bíblica es, desde luego, cambiante e inexacta. A raíz de mi intento por leer lo que se ha escrito al respecto, como medio de preparación para escribir este volumen, yo mismo puedo atestiguar el debate, los desafíos, las críticas que se plantean unos eruditos a otros, a veces sobre los puntos más nimios. ¿Se halla relacionado Fanuel, el padre de la profetisa Ana (Lucas 2, 36 y ss.), con un lugar llamado Penuel, que aparece en Génesis 32, 31, donde Jacob dijo haber «visto a Dios cara a cara»? Sospecho que muy pocos de los fieles llegarán a enterarse alguna vez de este punto, mientras que los eruditos se encuentran muy ocupados examinando los distintos aspectos del debate.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...