Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
miércoles, 14 de noviembre de 2018
La historia de Lucas, segunda parte -John Shelby SPONG-5
La presentación en el templo es un episodio fascinante porque el rito de la purificación indicaba un nacimiento natural. Según se ha mencionado previamente, el nacimiento de mujer virgen no aparecía asumido en ninguna otra parte, ni en este capítulo ni en el resto de la historia que nos cuenta Lucas. El diálogo entre María y el ángel era el único lugar donde aparece escrito el nacimiento de mujer virgen en todo el texto de Lucas. Sin lugar a dudas, no se trataba de un elemento esencial en su historia.
Antes de que este drama continuara desarrollándose y alejándose, Lucas se detuvo para presentarnos a dos receptores adicionales de la revelación de Jesús: Simeón y Ana, un viejo sacerdote y una profetisa. El escenario había cambiado. Sc había dejado Belén, y se había entrado en Jerusalén. Originalmente, el rito de la purificación y el rito de la presentación fueron dos ritos claramente separados y distintos, pero Lucas los confundió por completo. El primero consistía en la consagración del niño al Señor. Se basaba en dos textos del Éxodo; el primero decía: «Habló Yahveh a Moisés, diciendo: "Conságrame todo primogénito, todo lo que abre el seno materno entre los israelitas [...] míos son todos» (Éxodo 13. 1). El segundo texto decía: «Cuando Yahveh te haya introducido en la tierra del cananeo, como lo tiene jurado a ti y a tus padres, y te la haya dado, consagrarás a Yahveh todo lo que abre el seno materno» (Éxodo 13, 11). En ese momento de la historia cristiana a nadie le preocupaban preguntas tales como saber si el seno de María se había abierto realmente, o si se había mantenido intacta su virginidad perpetua. Eso llegaría, pero todavía no.
La costumbre de dedicar al primogénito procedía de la tradición pascual de Israel. Recordemos que en el momento de la Pascua murieron todos los primogénitos de Egipto, excepto los primogénitos de la casa de Israel, que conservaron la vida (Éxodo 12, 29 y ss.). Así, la vida del primogénito había que vivirla en agradecimiento, o en eucaristía. Más tarde, los levitas se hicieron cargo del papel de primogénito dedicado a Dios, al asumir el papel de aquellos miembros del pueblo de Israel especialmente consagrados al servicio de Dios (Números 8, 15-16). Con los levitas representando el papel de los consagrados a Dios, todos los demás primogénitos judíos podían recuperar el destino sobre sus vidas, sin necesidad de entrar al servicio de Dios, por la suma de cinco shekels. Esta suma se pagaba en el santuario del templo, en una ceremonia de presentación formal. Si se pagaba, los padres no tenían obligación de presentar al niño para su redención. Ésa era la práctica litúrgica que se encontraba por detrás de lo que Lucas llamó la presentación.
El segundo acto litúrgico fue la purificación de la madre después del parto. Así lo exigía el Levítico. «Yahveh habló a Moisés y dijo: "Habla a los israelitas y diles que cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días: será impura como en el tiempo de sus reglas. Al octavo día será circuncidado el niño en la carne de su prepucio; pero ella permanecerá todavía treinta y tres días purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su purificación"» (Levítico 12, 1-4). El texto continuaba diciendo que si el primogénito era una niña, la madre sería impura durante dos semanas, y se necesitarían sesenta y seis días para su purificación. A lo largo de toda la Biblia se da un valor muy bajo a la mujer. Cuando ésta acudía para la purificación, había que ofrecer un cordero. En ausencia de posibilidades económicas, podía sustituirse por dos pichones o tórtolas. Entonces, el sacerdote haría expiación por ella y la declararía limpia.
Lucas, o su fuente, mezcló estas dos ceremonias y, al mismo tiempo, nos ofreció una indicación de la ausencia de riqueza en esta familia al mencionar el ofrecimiento de un par de tórtolas o pichones, en lugar del cordero. También omitió el pago de los cinco shekels para redimir al primogénito del servicio de Dios. Quizás eso se omitió premeditadamente como una forma de indicar que Jesús permaneció durante toda su vida al servicio de Dios.
Por detrás de esta narrativa se encontraba la historia hebrea de la presentación de Samuel. En ambas historias, el niño prometido fue presentado a un viejo sacerdote en el templo, Samuel a Elí. y Jesús a Simeón. Elí bendijo a los padres de Samuel. y Simeón a los de Jesús. La historia de Samuel hacía una referencia a las mujeres que se ofrecían en las puertas de la ciudad, y con las que los hijos de Elí se hallaban impropiamente relacionados. La historia de Jesús se refirió a Ana, una mujer que nunca abandonó el templo y que vivió en virginidad durante toda su vida. Practicaba diariamente el culto, la oración y el ayuno. La narración del nacimiento de Juan el Bautista se iniciaba con la descripción de un hombre y una mujer rectos y observantes de la ley, llamados Zacarías e Isabel. Ahora se cerraba con la narración de un hombre y una mujer rectos y observantes de la ley llamados Simeón y Ana.
Simeón saludó al niño Jesús y expresó palabras de profecía. La futura grandeza de Jesús sería posible primero gracias a su obediencia a la ley, y segundo por el poder del Espíritu. Simeón, inspirado ahora por ese mismo Espíritu, expresó el cántico que denominamos Nunc Dimittis. Representa muy poca diferencia que Lucas obtuviera este cántico de la comunidad anawim, según afirma Raymond Brown, o que lo creara a partir de referencias hebreas, según sugiere Michael Goulder. Su propósito fundamental era bastante sencillo: explorar el significado de Jesús. El cántico contiene un eco de las palabras de Jacob en el momento de su muerte, cuando se había encontrado a su hijo José, gracias a la providencia divina (Génesis 46. 30). La paz llegó porque Dios había cumplido la palabra divina.14 El coro angélico había prometido paz a aquellos con quienes Dios estuviera complacido. Simeón fue uno de los favorecidos. En este cántico también abundan las referencias al segundo Isaías. Ver salvación en la presencia de todo el pueblo se reflejaba en Isaías 59, 10. La «luz de las gentes» es una expresión utilizada en Isaías 49, 6 y en 42, 6. «Gloria para Israel» se registraba en Isaías 40, 5 y en 46, 13. El cántico servía así para resaltar la llamada de Lucas al universalismo.
Simeón estaba expresando la comprensión del lugar que ocuparían los gentiles en el Reino, y que más tarde se asociaría con Pedro y Pablo en Hechos de los Apóstoles. Pedro hablaría de cómo Dios visitó a los gentiles para hacer de ellos un pueblo para su nombre. De ese modo se había reinterpretado a Israel, «un pueblo elegido de entre todas las naciones», para incluir a los gentiles (Hechos 15, 14 y ss.). Esta acción, proclamada por Pedro, se concluía en los versículos finales de Hechos cuando Pablo dijo: «Sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí que la oirán» (Hechos 28, 28).
El segundo oráculo de Simeón se refería a la «caída y elevación de muchos en Israel» (Lucas 2, 34), para referirse después a la imagen de una espada que atravesaría el alma de María (Lucas 2. 35). A Simeón se le concede el don de un visionario, capaz de ver por un lado las respuestas gemelas de salvación para Israel y para los gentiles por igual, y por otro lado de rechazo y catástrofe. Le dirigió a María las palabras que transmitían su visión. Más adelante, en el evangelio de Lucas. Jesús hablaría de la división que traería, de padre contra hijo, de madre contra hija (Lucas 12, 51-53).
Simeón incorporó eso al segundo oráculo. Jesús fue enviado para el propósito del juicio. Algunos se elevarían y otros caerían. Él sería para algunos como una piedra angular, y para otros como la piedra en la que tropezarían (Lucas 20, 17-18). Este tema, bastante popular en la Iglesia primitiva, encontró expresión en Romanos (9, 32), y en 1 Pedro (2, 6). Cuando fuera rechazado por los judíos. Jesús sería ofrecido y aceptado por los gentiles. El movimiento pasaría del Jerusalén de los judíos a la Roma de los gentiles. Lucas había puesto en boca de Simeón no sólo la sombra de la cruz, sino la historia que se desplegaría en Hechos de los Apóstoles. María no se libraría de la espada de dolor, pero ella decidiría positivamente y formaría parte de la comunidad del Espíritu Santo, en la que se desvanecerían las barreras lingüísticas de todas las naciones, a medida que los gentiles se acercaran a la luz.
Luego la profetisa Ana saludó al niño. El hecho de haber vivido como viuda, dedicada al culto, la oración y el ayuno, expresaba los ideales de la comunidad anawim. Esta vida la abrió al espíritu de la profecía y le permitió reconocer a Jesús. Lucas menciona a las viudas más que ningún otro evangelista. En la primera epístola a Timoteo se describía a una viuda cristiana (5, 3-16), de más de sesenta años de edad, que sólo se había casado una vez, y que continuaba rezando día y noche, alguien muy parecida a Ana. Las virtudes alabadas en la viudedad parecían importantes para el pueblo judío y, en consecuencia, también lo parecieron para los primeros cristianos. En tiempos de los apócrifos, Judit fue una viuda de la tribu de Simeón que libró a Judá del peligro. También ella se pasaba el tiempo observando la ley y ayunando. Después de librar a su pueblo, dio gracias a dios en un cántico de alabanza, y vivió hasta alcanzar los 105 años de edad. Según Raymond Brown ésa parece que fue la edad que Lucas le atribuyó a Ana en esta escena. Me atrevería a decir que, si se trata de una cifra correcta, difícilmente se trataría de una coincidencia.
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