miércoles, 14 de noviembre de 2018

La historia de Lucas, segunda parte -John Shelby SPONG-4


Lo que sí sabemos es que Lucas enfocó la atención sobre Belén. María y José tuvieron que ir a Belén (Lucas 2, 4). Después de su visión celestial, los pastores dijeron: «Vayamos, pues, hasta Belén» (Lucas 2, 15). David fue el pastor que, cuando todavía era un muchacho, joven y rudo, fue llamado por Dios para ser el rey de Israel (1 Samuel 16, 10 y ss.). David abandonó sus rebaños para. responder a esta llamada de Dios. Las escrituras hebreas se refieren en dos ocasiones a algo llamado el Migdal Eder, que significa. Torre del Rebaño. En ambas ocasiones, esa torre se localizaba en o cerca de Belén (Génesis 35, 16-21; Miqueas 4, 8). En el Génesis, la Torre de Eder también se hallaba asociada con el nacimiento de un niño. Raquel, moribunda en el momento de dar a luz a Benjamín, fue enterrada en Belén, y su afligido esposo, Jacob/Israel, viajó más allá de Belén y plantó la tienda más allá de la Torre del Rebaño. Belén era crucial para la narrativa de la natividad, y la presencia de los pastores parecía ser crucial para el significado de Belén. Sin lugar a dudas, el nacimiento de Jesús en Belén fue una parte importante de la historia cristiana y se menciona incluso en el cuarto evangelio, donde los detractores de Jesús, al discutir sobre su origen, dijeron: «¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?» (Juan 7, 42). El texto hebreo que se encontraba tras la tradición de Belén se hallaba en el texto de Miqueas. Raymond Brown está convencido de que el capítulo 2 de la historia de Lucas se configuró, e incluso pudo haber sido un comentario, según Miqueas 4 y 5. Por lo tanto, debemos dedicar nuestra atención a ese pasaje.

En esa parte del Libro de Miqueas se nos presenta una Jerusalén amenazada por los ejércitos de Asiria. Muchas naciones decían que Sión había acabado. Pero, según Miqueas, no conocían los pensamiento del Señor. El sufrimiento de Sión no era, ni sería terminal. Había que compararlo más bien con los dolores del parto de una mujer, que lucha con el dolor, pero el resultado final no sería la cautividad en Asiria, sino el reseate y la redención por el Señor. Luego, el pueblo sabría que Sión sería «asentado en la cima de los montes». Jerusalén era el Migdal Eder, la Torre del Rebaño a la que el reino sería restaurado. El agente de esa restauración sería un gobernante que surgiría del lugar de origen de David, es decir, de Belén. Aquellos que preguntaron: «Y ahora, ¿por qué clamas?, ¿es que no hay rey en ti?» (Miqueas 4, 9), verían sustituido el llanto por la alegría y la afirmación de que el Rey de reyes estaba presente en Belén. Las gentes de todo el mundo acudirían a Jerusalén.

Al iniciarse la historia de Lucas, la gente se dirigía hacia Jerusalén/Belén en respuesta a la obligación de empadronamiento, lo que condujo a María y a José en particular a la ciudad de David. Más tarde, volvió a describir a la gente acudiendo a Jerusalén, en el momento de la entrada triunfal que precedió a los últimos acontecimientos en la vida de Jesús. En Miqueas se menciona en dos ocasiones a una mujer con dolores de parto (Miqueas 4, 9-10; 5, 2-3). Las palabras de los ángeles, «en este día» se convirtieron en cumplimiento de las palabras de Miqueas según las cuales Dios «los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz» (Miqueas 5, 2). «Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel», y el nuevo gobernante nacido en Belén »se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh con la majestad del nombre de Yahveh su Dios» (Miqueas 5, 3). Miqueas enfocaba la atención sobre el triunfo que ocurriría en Jerusalén/ Sión a través del gobernante nacido en Belén, mientras que Lucas desplazó toda su atención a Belén. Era a Belén a donde había que ir para ver al Señor. Para Lucas, Belén y no Jerusalén era la ciudad de David. Se trataba aquí de una poderosa conexión teológica, aunque no necesariamente histórica. 

La historia de Lucas sobre la anunciación de los ángeles a los pastores seguía un perfil modificado de todas las historias bíblicas de anunciación. Los ángeles aparecían, los pastores se mostraban temerosos, los ángeles les decían que no tuvieran miedo y les comunicaban el anuncio del nacimiento. Ese anuncio se modelaba según Isaías 9, 5-6: «Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado». En Isaías, ese niño era heredero de David, por lo que seguían títulos regios, ya que al niño se le llamaría «Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz». En lugar de estas palabras regias, Lucas las sustituyó por los títulos que se usaron en la proclamación cristiana primitiva: «Salvador, Mesías, Señor» (Lucas 2, 11). Nadie preguntó: «¿Cómo será esto'?», tal y como era habitual en las narrativas de anunciación. Pero esta no era una anunciación habitual. No se trataba de algo que aún tenía que suceder, sino de algo que ya había ocurrido. Se había dado una señal. «Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2, 12). Luego, los cielos se iluminaron con los espíritus de quienes moraban en presencia de Dios y lo alababan. Éste es el único episodio bíblico en el que el cántico de alabanza no lo hace el receptor de la revelación. El cántico angélico llevaba incorporado un claro eco de Isaías 52, 7, donde se anuncia la paz, las buenas nuevas y se proclama el Reino de Dios.

En este momento revelador, la gloria divina brilló alrededor de los pastores. Era la misma gloria que iluminó a la persona de Moisés tras su encuentro cara a cara con Dios. La misma gloria que caracterizó la sombra de Dios en la historia de la transfiguración.

«Paz en el cielo y gloria en las alturas», palabras que nos recuerdan la canción de los ángeles, fueron las palabras que saludaron a Jesús en el primer Domingo de Ramos, en la historia de Lucas (19, 37- 38). Pero en esta narrativa, Mateo trasladó el momento de la revelación desde la resurrección al nacimiento de Jesús, sugiriendo así que los ángeles de Dios reconocieron en el momento de nacer lo que los discípulos llegaron a ver sólo tras la muerte de Jesús, El que era Rey, Salvador y Mesías había llegado en el nombre del Señor. 

Los pastores, al igual que María y José hicieran antes, acudieron entonces a Belén. Mediante un simple desplazamiento sobre el escenario, las dos escenas del drama se conjuntaron. María lo envolvió en pañales y lo dejó en el pesebre. Los pastores acudieron a encontrar al que yacía envuelto en pañales en un pesebre. Israel acudía por fin a conocer el pesebre del Señor (Isaías 1, 3). La respuesta de todos aquellos que escucharon la historia de los pastores fue de maravilla y asombro. En el corazón de María la canción angélica encontró raíces en el fértil terreno de la creencia. 

Para Lucas, sólo María interpretaría correctamente estos signos después de que Jesús fuera exaltado al lugar celestial, pues Lucas la describiría como formando parte de la comunidad reunida, el segundo cuerpo, sobre el que descendería el Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2). En esa comunidad, oiría glorificar a Jesús como Señor, Salvador, Mesías (Hechos 2, 36; 5, 31). Finalmente, el mensaje de los ángeles a los pastores, de los pastores a María, se convertiría en el mensaje al mundo. 

Esta escena se cerraba con la partida de los pastores, glorificando y alabando a Dios. Ahora, la narración pasó al episodio de la circuncisión y nombramiento de este niño. En esta escena no se mencionaba a los padres. Esta parte del evangelio de Lucas utilizaba la frase «Cuando se cumplieron» [los días], para indicar así un esquema cuidadosamente planificado, un proceso casi inexorable. «Se cumplió el tiempo» para que María diera a luz, para la circuncisión, el nombramiento y la presentación en el templo. Los actos rituales, realizados en obediencia a la ley, fueron tal y como estaban mandados, lo mismo que el propio proceso del nacimiento. Jesús, Yeshua, Joshua, fue obediente en todo detalle a la ley del pueblo judío.  

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