martes, 6 de noviembre de 2018

La historia que contó Mateo- John Shelby SPONG


La parte con que se inicia la narrativa de la natividad en Mateo está constituida por una estimulante genealogía y por la historia de una virgen con niño. Pero eso no sería más que el principio. A partir de ahí, Mateo procedió a entretejer una historia que enfocaba la atención sobre una estrella que apareció en el Oriente, y sobre unos magos que viajaron a la búsqueda de aquel cuyo nacimiento anunciaba la estrella. En esta narración introdujo a un rey malvado (Herodes), regalos de oro, incienso y mirra, otro sueño mágico, una huida a Egipto y, finalmente, en el momento adecuado, un regreso no a Belén, sino a Nazaret. Cada uno de estos episodios jugó su papel en el contexto de su historia más amplia.

¿De dónde obtuvo Mateo estas imágenes tan intensas? Los literalistas actuales insisten en afirmar que este evangelista se limitó a contar la historia tal y como ocurrió. Suponen que estos detalles fueron transmitidos oralmente, con una precisión exacta, por parte de quienes se dedicaban especialmente a la transmisión de una tradición precisa, hasta el momento en que Mateo dejó constancia de la historia por escrito. Como quiera que José era el personaje central de este drama de la natividad, se ha llegado a insinuar que fue él la fuente original de donde provino la información que aparece en la historia de Mateo. 

Esta explicación, sin embargo, resulta demasiado imaginativa como para aceptarla en nuestros tiempos modernos. En la actualidad, sólo en las leyendas y en los cuentos de hadas existen las mujeres vírgenes que dan a luz a un niño sin intervención de agente masculino alguno. Nuestros conocimientos de la astronomía y la astrofísica tampoco admiten la existencia de estrellas que deambulan erráticamente por el cielo. La presencia de un rey semijudío que pidió a sus escribas que investigaran las escrituras hebreas para decirle dónde nacería el mesías judío prometido resulta demasiado autocontradictoria como para creerla. Además, un rey que emprendiera una acción asesina, en un vano intento por destruir a un pretendiente a su trono, algo de lo que se había enterado por tres extranjeros montados en camellos, sería risible si fuera históricamente real. Sin embargo, ahí lo tenemos, iniciando la historia de Jesús en el Nuevo Testamento, hasta el punto de que, desde el siglo II hasta la Ilustración, se asumió generalmente que esta narración representaba la historia literal y se la consideraba incluso como la palabra literal de Dios. Cuando se afirma que las Escrituras contienen una verdad literal, es inevitable que se produzca una reacción contrapuesta: si no es literalmente cierta, tiene que ser falsa. Al investigar la fuente de Mateo, me propongo ofrecer otra alternativa que me parece mucho más original. 

Tal y como he sugerido, el autor del evangelio de Mateo se vio profundamente influido por el midrash judío. Este hecho exigía que también estuviera bastante familiarizado con el cuerpo de las escrituras judías. Escribió como judeocristiano que utiliza la tradición del midrash y que interpreta a Jesús buscando recontar historias extraídas de esas escrituras sagradas que él creía presagiaban o señalaban la llegada de este Cristo. Puesto que Mateo no disponía de verdaderos detalles sobre el nacimiento de Jesús con los que poder trabajar, creó su tradición de la natividad a partir del juego entre su propia imaginación y la Biblia hebrea. Eso significa que, para hacer comprensible su narrativa, tuvo que depender conscientemente de sus conocimientos religiosos, y de la memoria religiosa del público al que se dirigía. Si los lectores de este evangelio hubieran dejado de formar parte de la herencia religiosa del pueblo hebreo, o si sus recuerdos religiosos hubieran dejado de estar configurados por esa tradición histórica, sería inevitable la aparición de malentendidos y distorsiones. Al no disponer de los antecedentes necesarios para resonar con la historia, se produciría la literalización y eso, a su vez, provocaría el rechazo de la historia literalizada como algo evidentemente absurdo. 

Eso fue exactamente lo que ocurrió durante los primeros años del siglo II de la era cristiana, cuando la Iglesia dejó de ser fundamentalmente judía e inició el proceso por el que primero sería gentil, luego griega y finalmente occidental. Primero, no comprendimos; luego, lo tomamos todo al pie de la letra, y finalmente, en nuestro mundo moderno, lo rechazamos. La nueva puerta a través de la cual pudieron caminar los cristianos modernos no apareció hasta los primeros años del siglo XIX, cuando los eruditos del Nuevo Testamento empezaron a recuperar tanto el contexto como el marco de referencia en el que los evangelistas escribieron sus libros. Esa erudición permitió escapar del callejón sin salida de la literalización por un lado, y del rechazo por el otro. 

En los círculos actuales dedicados al estudio del Nuevo Testamento, el principal debate que se plantea no es si los acontecimientos descritos por Mateo son reflejos de cosas que ocurrieron verdaderamente en la historia literal. El debate gira más bien alrededor de cuáles fueron los textos hebreos que formaron realmente los fundamentos que utilizó Mateo para construir su narrativa sobre la natividad. No cabe la menor duda de que en los capítulos iniciales de Mateo encontramos evidentes recuentos de historias del Antiguo Testamento, y débiles ecos procedentes de ese texto sagrado. Clasificar esas referencias, investigar su significado y comprender por qué las eligió Mateo forman parte del moderno proceso interpretativo bíblico.

Mateo no estaba escribiendo historia. Estas narraciones no son episodios biográficos investigados. Toda la narración no fue más que un midrash cristiano, escrito para interpretar la vida adulta de Jesús de Nazaret en términos de una rica herencia religiosa que alimentaba a su vez la convicción de los cristianos del siglo I de que Jesús era el Mesías que cumplía las expectativas judías de todos los tiempos. El poder de la Biblia, en general, y de las narrativas de la natividad, en particular, se habrá perdido hasta que esta generación deje de hacerle a las Escrituras las preguntas propias de una humanidad posmoderna occidental. 

Dejemos de lado los prejuicios de este mundo moderno y los temores que surgen cuando la tradición religiosa insiste en que los fieles crean lo increíble, y busquemos una forma de entrar en la tradición del midrash. a medida que exploramos las raíces bíblicas de estas narrativas tan fascinantes como familiares. Entonces, quizás logremos recrear la experiencia que transformó a las primeras generaciones de cristianos, una experiencia que está pidiendo a gritos una explicación. ¿Fue posible que Dios hubiera sido encontrado y comprometido en Jesús? Esa fue la afirmación que hicieron entonces los cristianos, y la que aún siguen haciendo en la actualidad.

Aquellos primeros cristianos no tenían capacidad para cuestionar o dudar de esa experiencia. Ésa era una realidad por la que estaban dispuestos a ser perseguidos, encarcelados e incluso ejecutados. Su tarea fue sólo la de encontrar palabras, símbolos, frases y claves interpretativas a través de las cuales poder hablar de esta realidad. Así, los intérpretes cristianos se vieron arrastrados hacia las fuentes de su fe y, en ese proceso, utilizaron la tradición del midrash.   

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