martes, 6 de noviembre de 2018

La historia que contó Mateo- John Shelby SPONG-3


De hecho, hacia la época en que nació Jesús hubo dos señales celestiales. La primera se produjo en los años 12-11 antes de la era cristiana, cuando lo que ahora conocemos como el cometa Halley fue visible en la atmósfera de la Tierra durante el invierno. Este cometa constituía el único resplandor que se desplazaba por los cielos y que todavía conocemos en la actualidad. En los tiempos precientíficos, el cometa Halley se identificaba como una estrella y como una señal de cosas que iban a suceder. El cometa Halley procedía del este, recorría el cielo, se desvanecía sobre las cabezas y luego reaparecía antes de ponerse por el oeste. Este acontecimiento celestial bien recordado pudo haber otorgado una cierta credibilidad a la historia de una estrella que se desplazó por los cielos, desapareció y luego reapareció de nuevo. Resulta interesante observar que ese cometa habría surgido en las cartas astrológicas en el ámbito de Géminis, con su cabeza apuntando hacia Leo, signo que se asociaba en los tiempos antiguos con el león de Judá.

El segundo signo celestial que pudo haberse asociado con la época del nacimiento de Jesús fue una rara yuxtaposición de tres planetas, Júpiter, Saturno y Marte, que habría creado, por sí sola, un brillante resplandor que sólo se produce una vez en un gran período de tiempo. Este fenómeno celestial, representado en los espectáculos navideños de muchos planetarios del mundo occidental, ocurrió en el año 8 antes de la era cristiana, y pudo haber entrado a formar parte del folklore de la Iglesia primitiva. Cuando los cristianos trataron de imaginar el momento en que nació Jesús, tanto el cometa Halley como la yuxtaposición planetaria pudieron haber entrado en la estructura interpretativa.

Josefo escribió sobre embajadores extranjeros que viajaron a Jerusalén para aclamar al rey Herodes con ocasión de la terminación del palacio en Cesarea, lo que ocurrió en el año 9 antes de la era cristiana. Esto también pudo haber servido como antecedente de la historia de Mateo.8 En el año 66 de la era cristiana tuvo lugar otro acontecimiento que cautivó la imaginación de la gente en todo el imperio, y que fue registrado por Casio Dio.9 El rey de Armenia, un hombre llamado Tiradates, acudió a Italia acompañado por los hijos de tres gobernantes partos. La comitiva también viajó desde el este, en una procesión triunfal. Roma fue decorada para darles la bienvenida. La gente abarrotó las calles y los tejados de las casas para ver al visitante real, aunque sólo fuera fugazmente. mientras Tiradates seguía su camino para rendir homenaje a Nerón.10 Este rey tampoco regresó por la misma ruta por la que había llegado, sino que siguió otro camino. Plinio, el historiador romano que también menciona este acontecimiento, se refirió a este rey armenio y a sus acompañantes llamándoles magos.11 Es posible que Mateo, que escribió unos veinte años más tarde, hubiera podido dejarse influir en parte por este momento bien recordado de la historia romana. Si los magos procedentes de Oriente acudían a rendir homenaje al emperador Nerón, mucho más poderosos deberían haber sido los que acudieron para rendir homenaje al Rey de Reyes, al hijo de David, al hijo de Abraham, al Hijo de Dios.

Éstos no son más que algunos de los detalles que subyacen en la historia de Mateo sobre los acontecimientos que acompañaron el nacimiento de Jesús. Este escriba judeocristiano había entretejido muy bien los símbolos extraídos del tesoro de lo nuevo y de lo antiguo, para presentar a aquél a quien consideraba como el Salvador del mundo. Más tarde, los intérpretes leyeron en la narrativa de Mateo otros elementos consistentes con su propia fe en este Mesías, y añadieron el encanto y el poder de la historia de Mateo, al margen de que eso formara parte o no de la intención del evangelista.

En primer lugar, no hay en la narrativa de Mateo nada que asocie específicamente a los magos con el número tres. Sin embargo, los villancicos de la Epifanía han introducido en la memoria popular la imagen de tres magos que se convierten en reyes. Una tradición posterior ha identificado a los tres como representantes de las tres razas de la humanidad: caucásica, negra y oriental. Se trata de una ampliación exacta, aunque no literal, de la sugerencia de Mateo de que una señal universal que aparecería en el cielo atraería a todo el mundo hacia el lugar del nacimiento de Jesús para adorar a aquél que había surgido de la semilla de David. La promesa hecha a Abraham era que él sería el agente a través del cual se bendeciría a todas las naciones del mundo. Mateo describió el cumplimiento de esa promesa, en la medida en que judíos y gentiles reconocían por igual a Jesús, y encontraban unidad en su adoración común de este Mesías judío. La narrativa de Mateo fue una historia poderosa que sigue creando su propia mitología interpretativa, incluso en la actualidad. 

En segundo lugar, los regalos de oro, incienso y mirra también han sido introducidos en una estructura interpretativa teológicamente y, sobre todo, homiléticamente. El oro y el incienso son parte de la contribución de Isaías a esta narrativa (Isaías 60, 6), pero ya resulta más difícil localizar el origen de la mirra, aunque he sugerido que podría haber surgido de las especias llevadas a Jerusalén por la reina de Saba. A pesar de todo, el folklore de la Iglesia ha tomado esos regalos y los ha interpretado. El oro era el regalo tradicional que se hacía a un rey. Mateo afirmaba que Jesús era el hijo de David y, por lo tanto, su heredero al trono judío. El incienso se utilizaba en el culto del templo y era una ofrenda apropiada para Dios. De ese modo se afirmaba la divinidad de este niño como aquel al que se dirigían oraciones que se elevaban al cielo como el incienso. La mirra es una resina aromática de color amarillento a marrón rojizo obtenida de un árbol en África oriental y en el Oriente medio. Tiene un sabor amargo y ligeramente picante y era una especia asociada con el embalsamamiento y, por lo tanto, con la muerte. Por ello, al aparecer en el evangelio de Mateo, se ha pensado que presagiaba la historia del sufrimiento y muerte de Jesús. Se la ha llegado a considerar como la primera sombra de la cruz sobre la vida de Jesús. 

Una vez terminada la visita de los hombres sabios, Mateo continuaba su historia dramática, entretejiendo elementos familiares extraídos de la conocida herencia de la nación judía. Jesús fue llevado a Egipto para que, como el Israel antiguo, Dios pudiera hacer salir de Egipto al Hijo divino. Para Mateo, la matanza de los niños inocentes recordaba la imagen trazada por Jeremías sobre Raquel, que lloró en Ramá por sus hijos que ya no existían (Mateo 2, 18), que evocaba para sus lectores las imágenes del exilio.

Finalmente, Mateo llegó a lo que quizás fuera el momento culminante de su historia de la natividad. En su vida terrenal, Jesús fue claramente identificado con el pueblo de Nazaret, en Galilea. Ese hecho constituyó un problema que la Iglesia cristiana tenía que explicar. Nazaret no podía ser el lugar de origen para el mesías. ¿Cómo es que el Cristo fue identificado entonces con ese lugar? «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Juan 1, 46). Así pues, Mateo lleva al lector desde Belén, la ciudad de David. hasta Egipto, el país de la opresión, a Ramá, con su evocación del exilio, y luego a Nazaret. Se trataba de un fascinante viaje teológico. No geográfico.

Un ángel le habló a José en un sueño y le transmitió al pie de la letra las palabras que le dijo el Señor a Moisés sobre la muerte del faraón: «Pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño», le dijo el ángel a José (Mateo 2, 20). «Pues han muerto todos los que buscaban tu muerte», le dijo el Señor a Moisés (Éxodo 4, 19). La muerte del faraón dejó a Moisés libre para iniciar su misión de regreso a la tierra prometida. Así también, la muerte de Herodes condujo a Jesús al punto de partida de su ministerio. A José se le dijo específicamente que llevara a Jesús a la tierra de Israel, y él así lo hizo. Luego, el ángel le advirtió que no fuera a Judea, pues allí reinaba Arquelao, el hijo de Herodes. En lugar de eso, José fue dirigido a Galilea. Así lo hizo José, quien, de entre todas las ciudades de Galilea, eligió la de Nazaret para instalar el hogar de Jesús. Eso, dijo Mateo, se hizo en cumplimiento de la palabra profética de que «será llamado nazoreo» (Mateo 2. 23). 

Una vez más observamos los temas dominantes y unificadores de Mateo: ve a Israel pues eres hijo de David; ve a la Galilea de los gentiles, pues eres el hijo de Abraham, a través del cual serán bendecidas todas las naciones; ve a Nazaret, pues eres el Hijo de Dios, elegido para ser santo, como lo fueron los nazarenos.

Así pues, Nazaret fue el hogar de Jesús. Recordemos que Lucas supuso que Nazaret fue siempre su hogar, y de ahí que utilizara un censo o empadronamiento para explicar por qué el nacimiento de Jesús tuvo lugar en Belén. Después, Lucas hizo regresar a Jesús a Nazaret, tras los ritos de la circuncisión y la presentación. A Mateo, por su parte, le pareció necesario explicar por qué Jesús tenía que proceder de Nazaret. Se trataba, en parte, de una polémica de Mateo contra aquellos judíos que mantenían tenazmente la idea de que el mecías no podía proceder de Galilea. Mateo tomó el nombre de Nazaret y lo llenó con otros matices inteligentes, de tal modo que la ciudad, mencionada peyorativamente por los críticos judíos de Jesús, se veía ahora destacada y evocaba algo más que el simple nombre de un lugar. Mateo deseaba plantear a sus lectores los otros significados del título nazareo. Eso servía muy bien a sus propósitos literarios. En las escrituras hebreas, un nazirita era una persona santa, elegida y consagrada al servicio de Dios (como se ve, por ejemplo, en Números 6, 2). Sansón y Samuel eran naziritas, y no es ninguna casualidad que en las escrituras hebreas se contaran sobre ellos historias de anunciación y de nacimiento (Jueces 13). Asociar a un nazirita con la ciudad de Nazaret sería la clase de información que emplearía un escriba, instruido en la tradición del midrash. 

El título de nazoreo también recordaba al público lector de Mateo que Jesús era de la rama mesiánica. La palabra hebrea para rama es neser. En el evangelio de Mateo, la historia de la anunciación se cerraba cuando José daba el nombre de Jesús al niño. Para Mateo toda la narrativa de la natividad se cerraba cuando José llevó al niño Jesús a Nazaret, para que todos pudieran llamarle nazoreo, alguien especial para Dios, santo y elegido. Con ello. Mateo sugería que esto cumplía una profecía: «Será llamado nazoreo», pero los eruditos no saben con seguridad en qué parte de las escrituras hebreas se expresa esa profecía. La mejor suposición es un texto de Isaías (4, 3) que dice: «Se les llamará santos». La palabra hebrea es nazir que, traducida al griego. significa tanto santo como nazirita. Puesto que, para Mateo, Jesús era el único santo de Dios, bien pudo haber leído Isaías 4, 3 para que dijera: «Será llamado nazoreo». La palabra era diferente a la que se utilizaría para designar a un habitante de Nazaret, pero se le acercaba bastante, y Mateo no se dejaba impresionar por las discrepancias literales.

En el Libro de los Jueces (13, 5), un ángel se le apareció a la madre de Sansón en una anunciación y afirmó que el niño que sería concebido en su seno estéril «será nazir de Dios desde el seno de su madre. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos». En Mateo, el ángel dijo de Jesús que «salvará a su pueblo de sus pecados« (Mateo 1, 21). El evangelista tomó el nombre de Nazaret, donde se había instalado el hogar de Jesús, una ciudad desdeñada y criticada por aquellos judíos que deseaban rechazar a Jesús, y lo abrió a los significados del pasado. Neser, la rama que surgiría de Josué; nazir, la palabra hebrea para santo, y nazirita, el término hebreo que designaba a alguien a quien Dios había elegido para un propósito especial, todas ellas se convirtieron en parte de la afirmación de Mateo de que aquel que fuera natural de Nazaret, y en el que creía este escriba judío, era el hijo de David, hijo de Abraham e Hijo de Dios. Para la mente moderna, estas referencias representarían una lógica muy forzada. Para un estudiante del midrash judío, todo esto pudo hacerse en un solo día de trabajo dedicado a escudriñar las Escrituras para hacerlas revelar su verdadero mensaje. 

Para Mateo, las escrituras hebreas y el evangelio cristiano se encontraban en la narrativa sobre la infancia. Adscribió a la concepción de Jesús la confesión de Filipo en Cesarea: «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo». Mantuvo la cohesión de la narrativa de la natividad a través de su creación del personaje de José, a quien describió como un judío recto, fiel a la Ley, y que protegió a Jesús una y otra vez de las autoridades hostiles. José, de la casa de David, reconoció a Jesús como hijo al darle el nombre en Belén. José permitió que Jesús repitiera el ciclo vital de Israel, al llevárselo a Egipto para salvarle la vida y cumplir así la promesa de Dios. José fue el patriarca que, como Israel, fue llamado por Dios para que saliera de Egipto; y Jesús, lo mismo que Moisés, pudo iniciar su tarea de salvación cuando murió el rey malvado que intentó arrebatarle la vida. José se llevó a Jesús a Nazaret, una ciudad situada en la Galilea de los gentiles. Era un judío fiel que llevó gentiles a Jesús para cumplir la Ley y las palabras de los profetas. Con ello, el autor estaba diciendo que los judíos fieles eran aquellos que veían en Jesús el cumplimiento de las escrituras judías, y una apertura de la tradición judía que permitiría a los gentiles participar en Jesús, que era, y sigue siendo, el regalo que los judíos hicieron al mundo. Jesús era el medio a través del cual encontraría cumplimiento la promesa hecha a Abraham de que todo el mundo sería bendecido por medio de su semilla. No es sorprendente que las palabras finales de Jesús en el evangelio de Mateo fueran lo que denominamos la misión divina: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28, 20). Así, el judío Jesús se había convertido en el Cristo universal, que unía a judíos y gentiles en una comunidad santa. Ésta fue la vida cuyo nacimiento se vio marcado, según dijo Mateo, por símbolos tales como la concepción virginal, luces celestiales, magos exóticos, reyes malvados, una huida a Egipto y la instalación en Nazaret. 

Se trata de una historia hermosa y poderosa, no literal pero cierta, que nos ofrece a todos nosotros, en cada generación, la oportunidad de seguir nuestras estrellas hasta el lugar y el momento en que se encontraron lo divino y lo humano. Allí, arrodillados en homenaje, podemos presentar nuestros regalos y ver esta vida como hijo de David, hijo de Abraham e Hijo de Dios. En la actualidad, poseemos esta visión de Jesús y de su nacimiento porque un escriba judío escribió el evangelio que llamamos Mateo, e introdujo en ese evangelio una referencia autobiográfica al ensalzar a aquellos escribas que habían sido instruidos para el reino de los cielos, diciendo de ellos que «son como un padre de familia, que va sacando de su repuesto cosas nuevas y cosas antiguas, según conviene». Pues, evidentemente, eso es lo que ha hecho por nosotros el autor de Mateo. 

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