lunes, 26 de noviembre de 2018

¿« PECADO ORIGINAL » ? - J . S . SPONG



John Shelby Spong

¿Qué significa ser “humano”? ¿Qué significa estar vivo? ¿Por qué estamos hechos como lo estamos? ¿Qué había –y qué hay- en la humanidad que llevó a nuestros antepasados a desarrollar una interpretación mitológica de nuestra condición, en la que ésta se presentaba como “caída” y contaminada con lo que llamaron “pecado original”? Me parece que responder a estas preguntas es el primer paso para la construcción de una nueva presentación de la historia de Jesucristo. Permitidme, pues, que profundice en cuestiones de antropología, que es el campo del que surgen estas preguntas.

Cuando preparaba mi libro de 2009, Vida eterna: una nueva visión, más allá de la religión, más allá del teísmo, más allá del cielo y del infierno, tomé una sencilla determinación. No indagaría en lo relativo a la vida después de la muerte. No me entrevistaría con personas que hubiesen hecho esa transición. No podía acceder al lugar en el que ahora están. Pero lo que sí podía hacer era estudiar la vida misma. Si tenía que decir algo sobre el mayor de los misterios, sería la vida antes de la muerte la que proporcionaría las pistas sobre la posibilidad de la vida después de la muerte. Así que me sumergí en el estudio de los seres vivos. 

Mi mujer y yo nos fuimos a estudiar la vida en la selva amazónica, en Sudamérica. Allí vimos enredaderas, algunas tan finas como cordones de zapatos, otras tan gruesas como la pierna de un atleta, pero todas ellas aparentemente movidas por el impulso de sobrevivir. Buscaban los lugares más oscuros de la jungla, pues parecían sentir que en esas zonas más oscuras crecían los árboles más altos, y si se enredaban en esos árboles altos conseguirían acceso a los rayos del sol, que resultan vitales. Las enredaderas no son seres pensantes, y aun así les impulsa la búsqueda de supervivencia.

También vimos hormigueros y avisperos que parecían haber firmado un pacto de defensa mutua. Cada árbol con un hormiguero en la parte baja tenía un avispero en las ramas altas. La razón es que el principal enemigo de las avispas era otra variedad de hormigas llamadas “hormigas legionarias”, que pueden trepar por el árbol y devorar a las larvas de las avispas, con lo que destruían el futuro del avispero. Las avispas, armadas sólo con sus aguijones, estaban indefensas ante estas criaturas diminutas. Sin embargo, las hormigas legionarias no suben más allá del lugar en el que haya un hormiguero de hormigas comunes, así que, al situar su avispero por encima del hormiguero de hormigas comunes, las avispas se ponían a salvo y podían sobrevivir. En el otro lado de esta ecuación, el enemigo natural de las hormigas es el oso hormiguero, que se encarama al árbol y devora a todas las hormigas del hormiguero de una sentada. Pero los osos hormigueros son blancos fáciles para los aguijones de las avispas: son grandes, visibles y de movimientos lentos. Así que las avispas ahuyentan a los osos hormigueros y protegen a las hormigas comunes, y éstas proporcionan a las avispas una línea de defensa contra las hormigas legionarias. Los intereses de ambas clases de insectos en la lucha por sobrevivir confluían pues. Viendo funcionar este pacto de defensa mutua, uno podía incluso imaginar que el mismísimo Henry Kissinger había ido a la selva para negociar el arreglo! 

En otra parte de la selva, encontramos periquitos a millares, puede que por decenas de miles. Los periquitos viven de las frutas de la selva, pero los nutrientes de la fruta están sobre todo en las semillas, que son tóxicas para estos pájaros. Así que si comen la cantidad que necesitan para vivir, mueren intoxicados. La selva, sin embargo, les proporcionaba una técnica de supervivencia. En ella hay lugares llamados “clay licks” cuyo suelo contiene un gran suministro de anti-toxinas. Cada día, nubes de periquitos descienden a los “clay licks” hasta que todos han recibido suficientes anti-toxinas del suelo para poder comer las semillas tóxicas de las frutas del bosque. La naturaleza, al servicio de la vida, ha proporcionado a los periquitos un alka-seltzer natural para fortalecerlos antes de darse su banquete de fruta. Este impulso de sobrevivir está en todo ser vivo. 

Fuimos a las islas Galápagos, siguiendo los pasos de Charles Darwin. Allí descubrimos que hace mucho, los piratas, al ocultarse en aquellas islas a la espera de su siguiente objetivo, habían traído cabras para poder tener carne fresca mientras estaban allí. Las galápagos no tienen suficiente agua potable para que en ellas vivan mamíferos. Los únicos mamíferos de aquellas islas son leones marinos, emparentados con sus primos del Pacífico (que viven cerca de California), y murciélagos capaces de recorrer considerables distancias para disponer siempre de agua dulce. Estas cabras, sin embargo, se adaptaron gradualmente al agua salada disponible en las Galápagos, a fin de sobrevivir. Como sobrevivieron, amenazaron con destruir el equilibrio ecológico de aquellas islas, ya que allí no tenían depredadores. La vida está poderosamente impulsada por la necesidad de sobrevivir. 

Fuimos al norte de Queensland, en Australia, cerca de la Gran Barrera de Coral. Allí, en un viaje en barca por un río con mareas, cerca de la ciudad de Cairns, encontramos algo que la gente de allí llamaba “hoja del sacrificio”, que era de un árbol llamado mangrove. A lo largo de las orillas de este río había bosques de este árbol, una planta de agua dulce con hojas de color verde oscuro y con manchas. En la cuenca de este río, sin embargo, vivían en un lugar en el que las mareas del océano traían grandes cantidades de sal con el agua. Para sobrevivir en este entorno, estos árboles tenían que hacer algo con aquella sal. E hicieron dos cosas. Primero, desarrollaron un enorme sistema de raíces con tentáculos vellosos que se extienden en todas las direcciones, las cuales hacían de filtros para la sal. A pesar de esto, los árboles seguían recibiendo demasiada sal para vivir, por lo que necesitaban hacer algo más si querían sobrevivir. Así, en segundo lugar, el mangrove desarrolló un sistema que dirige la sal que recibe a determinadas hojas. Estas hojas primero absorben la sal, después, se vuelven de color naranja y finalmente caen. Se llaman “hojas sacrificadas”. Estas hojas mueren para que el árbol pueda vivir. La supervivencia empuja a todos los seres vivos. 

Fuimos al parque Kruger, en Sudáfrica, la reserva natural de caza más grande del mundo. Allí pudimos ver, a muy corta distancia, las técnicas de supervivencia de los animales superiores, todos ellos con el síndrome de: “pelea o huye”. Cuando aparecía un depredador, las manadas huían, todos a una, para sobrevivir. Cuando un individuo se separaba de la manada y el depredador lo perseguía sólo a él, huía hasta que no podía correr más. Entonces, se volvía y se encaraba con su enemigo, en una última y desesperada lucha por sobrevivir. Ninguna criatura sacrifica su vida sin luchar. El suicidio no es una opción en el mundo animal no humano. Incluso descubrimos que en las manadas de impalas o de gacelas, de las que los grandes felinos de la jungla obtenían cada día su comida, el grupo tendía a organizarse para que los miembros más viejos y menos fértiles ocuparan los lugares más expuestos, en el exterior de la manada. Era una suerte de “tribunal de la muerte” natural, aunque no creo que nadie le hablase de esto a Sarah Palin (*).

Mirásemos donde mirásemos, encontrábamos que la vida de los insectos, las plantas o los animales estaba dirigida, incluso motivada, por el impulso y el deseo de sobrevivir. La esencia de la vida consiste en sobrevivir. Dado que los seres humanos somos parte del mundo animal, no debería sorprendernos que también nosotros seamos criaturas orientadas a la supervivencia. Hay, sin embargo, una importante diferencia en el caso de los humanos. Somos autoconscientes y, por tanto, capaces de planificar racionalmente nuestra propia supervivencia. No sólo nos adaptamos a un entorno, como una enredadera que no es pensante o como el árbol mangrove. Ni siquiera nos adaptamos por un instinto natural, como los animales que sobreviven y prosperan en la jungla. Más bien, ponemos el instinto natural de supervivencia en el centro de nuestra vida consciente e inteligente. En nuestras vidas, nuestra propia supervivencia es el más alto valor. Siendo esto así, lo vemos todo (incluidas las otras personas) desde un determinado punto de vista: ¿cómo afectará a mi supervivencia? Estamos, pues, biológicamente sujetos a ser criaturas egocéntricas. Nuestro egocentrismo no es el resultado de algún tipo de caída con respecto a una perfección primera, está biológicamente presente en nosotros, lo llevamos en el mismísimo ADN. En nuestra evolución, por el hecho de compartir esta condición biológica, adquirimos la competitividad en la lucha por la supremacía. Éste es el comportamiento que nuestros antepasados religiosos observaron y denominaron “pecado original”, definiéndolo como una predisposición hacia lo que ellos consideraban malo.

De nuestro instinto de supervivencia surge el mal. Por eso tememos y odiamos a los que son diferentes. Por eso somos tribales, racistas, homófobos o xenófobos. Nos relacionamos con las cosas que no entendemos como si amenazasen nuestra supervivencia. Mataremos cuando creamos que nuestra vida está en peligro; derribaremos a otros para mantenernos nosotros, para aumentar nuestras posibilidades de sobrevivir. Así es la naturaleza humana. Como todos los seres vivos, somos criaturas orientadas a la supervivencia pero, como somos autoconscientes y capaces de pensar racionalmente nuestro propio destino, el instinto de supervivencia es mucho más fuerte y cala mucho más hondo en nosotros que en cualquier otra criatura viviente. 

Así que si esto es lo que una vez se llamó “pecado” o “pecado original”. Entonces, ¿qué pensar de la salvación, si es salvación de este “pecado”? ¿Puede una divinidad invasiva salvarnos de esta realidad? ¿Se nos puede liberar de un elemento esencial de nuestra biología? ¿Podemos evolucionar más allá de nuestra mentalidad de supervivientes? ¿Qué tiene que ofrecer la figura del Jesucristo ante esta interpretación de la vida humana?. 

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