Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
sábado, 24 de noviembre de 2018
«PIENSA DIFERENTE, ACEPTA LA INCERTIDUMBRE » una nueva serie de J . S . SP O N G-2
John Shelby Spong
Una carta reciente de un sacerdote anglicano de Canadá me informaba de lo que él creía que era la situación límite a la que el Cristianismo había llegado en aquel amable país que tenemos al norte del nuestro. «Muchas iglesias están vacías –me escribía– y las personas que aún asisten a ellas son mayores y están cansadas. El clérigo hace lo que puede pero nadie es realmente optimista con respecto al futuro». Y continuaba: «En este tiempo que nos ha tocado vivir, estamos asistiendo a la muerte de la Iglesia». Por lo visto, este sacerdote llegó incluso a urgir a los obispos que abordaran este asunto «…pero son reacios a hacerlo», me decía. Un obispo le llegó a decir que sus compañeros del episcopado «no querían seguir oyendo malas noticias».
Si uno mira la vida de las iglesias cristianas en otros lugares y no lo hace a través de unas lentes coloreadas, ve que un patrón similar se repite por doquier. Por supuesto, habrá quien ofrezca evidencias anecdóticas en sentido contrario. Se referirá a clérigos que demuestran talento, a clérigos cuyo éxito parece contradecir este análisis. A muchos también les gusta recordar el crecimiento estadístico de la iglesia en el Tercer mundo; pero este cristianismo reciente todavía tiene pendiente afrontar la revolución intelectual que ha hecho añicos las concepciones tradicionales en el mundo desarrollado. El cristianismo de estas regiones no podrá ignorar siempre esta cuestión. Puede que todavía sea reconfortante e incluso emocionalmente satisfactorio pensar que hay un padre celestial más allá del cielo que vela por nosotros y acude en nuestra ayuda, pero el mero deseo no hace que tal cosa sea cierta en el mismo plano en el somos parte de una humanidad que vive en la era espacial, que viaja por los cielos en naves espaciales y estudia las galaxias lejanas con telescopios. La imagen de Dios como un ser exterior, con poder sobrenatural y listo para venir en nuestra ayuda simplemente ha dejado de ser posible.
Elie Wiesel se enfrentó a esta imagen con ocasión de la terrible realidad del Holocausto. Una divinidad que, antiguamente, pudo rescatar a los judíos de la esclavitud en Egipto (tal como nos narran las Escrituras) no parecía disponible para rescatar a los judíos de los campos de concentración de Hitler en el siglo XX. Somos personas post-Galileo, post-Isaac Newton, post-Einstein. No podemos pensar en Dios del mismo modo que lo han hecho las generaciones anteriores. En América, la gente se rió cuando el evangélico Pat Robertson explicó por qué Dios no había detenido el ataque terrorista sobre el World Trade Center en 2001. Dijo que fue para castigarnos por legalizar el aborto, tolerar el feminismo y reconocer la homosexualidad como parte de lo que algunas personas son y no como algo que explicaría lo que estas personas hacen. Cuando después explicó que el huracán que azotó Nueva Orleans lo hizo porque allí nació la cómica lesbiana Ellen DeGeneres y que el terremoto que sacudió Haití fue la respuesta de Dios a los haitianos por hacer “un pacto con el diablo” cuando expulsaron a los franceses a principios del siglo XIX, sus palabras sólo sirvieron para que subiesen los índices de audiencia de los cómicos nocturnos.
Todas estas cosas son síntomas de la muerte de las ideas religiosas tradicionales. Sencillamente, ya no se puede creer en un dios que se concibe de un modo teísta. Y pensar que ésta es sólo una etapa, que los seres humanos hemos de superar, no nos ayudará. Tratar de hacer mejor (o gritando más) las mismas cosas que no han funcionado desde hace años es estar lo suficientemente desconectado de la realidad como para ser clasificado bajo la definición de enfermo mental. Si ya no es viable la concepción teísta de Dios, necesitamos preguntar: «entonces, ¿el ateísmo es la única alternativa?». Tal es la clara conclusión que la creciente ola de secularidad parece anunciar y asumir como propia. Si en el mundo religioso pudiésemos empezar a “pensar diferente” o a “aceptar la incertidumbre”, como hizo Steve Jobs en el mundo tecnológico, creo que el primer paso sería buscar una alternativa que vaya más allá del teísmo. Esto es lo que espero hacer en esta serie de columnas.
¿Fue el teísmo, alguna vez, una concepción adecuada de Dios? Esta es la primera cuestión que hemos de plantear. El teísmo, ¿no es, más bien, un reflejo de la idea que tenemos de nosotros mismos?, ¿no es la divinidad teísta un dios creado a nuestra propia imagen, para ponerla al servicio de nuestras necesidades? El estudio del origen de la religión parece indicar que el nacimiento de la autoconciencia fue simultáneo con el nacimiento de la religión. Fue el trauma del despertar a una conciencia de la propia identidad, en medio de un mundo vasto y con frecuencia hostil, lo que provocó que los humanos comenzasen a postular, por primera vez, la existencia de un poder más grande que ellos mismos, al que podían dirigirse para pedir ayuda. Este poder tenía que ser como nosotros, pero libre de todas nuestras limitaciones. Esta concepción todavía se refleja en las palabras que usamos para describir al Dios teísta al que nos dirigimos en la liturgia. Si se analiza bien, esta divinidad no es algo muy distinto de un ser humano, pero, eso sí, liberado de nuestras limitaciones. Los seres humanos son mortales y finitos; Dios trasciende este límite y, por tanto, se le considera “inmortal” e “infinito”. Los seres humanos tienen un poder limitado; Dios no está limitado y, por tanto, es “omnipotente”. Los seres humanos están dentro de los límites de un espacio y de un tiempo; Dios no tiene estos límites, de modo que lo llamamos “intemporal” y “omnipresente”. El conocimiento humano es limitado, pero suponemos que Dios lo conoce todo, de modo que lo llamamos “omnisciente”. Podríamos continuar, pero parece que el patrón está claro. Nosotros, los humanos, creamos la concepción teísta de Dios como una forma de pensar nuestro anhelo de que Dios fuese lo que necesitábamos que fuese. Fue así, y no fue al revés. Y nunca nos detuvimos a pensar que la idea de Dios como un ser que está fuera de los límites del tiempo y del espacio, y dispone de un poder sobrenatural para venir a nosotros en tiempos de necesidad, no fue una verdad revelada sobre la naturaleza de Dios sino ¡una construcción humana! Y ninguna construcción humana dura siempre. El teísmo, una idea humana, puede, por tanto, morir sin que Dios muera. Nuestra definición y la realidad que tratamos definir nunca son la misma cosa. Creo que lo que hoy estamos experimentando es la muerte del teísmo. Y, si ésta es la única concepción de Dios que conocemos, ¡será inevitable que experimentemos la muerte del teísmo como la muerte de Dios!
A esto hay que añadir que también hemos creado criaturas intermedias que ocupan un lugar intermedio entre lo humano y lo divino, y que llamamos ángeles. Se suelen representar como figuras humanas a las que se les añaden alas. Se suele pensar en los ángeles como varones: la Biblia les da nombres masculinos. En el relato bíblico, uno de los nombres de Dios es «El», palabra con la que se forma el nombre de los ángeles: Miguel, Gabriel, Rafael… Así que pensamos en los ángeles como en seres que, de algún modo, participan del ser de Dios. El añadido de las alas a los cuerpos de los ángeles también es fascinante. Las alas, por supuesto, se tomaron del mundo de las aves, que podían ascender por encima de los límites fijados para los humanos. Así que, presumiblemente, las alas hacían subir a estos seres por encima de los límites en los que se prescribió que se desarrollase la vida humana, lo que significa, otra vez, que los ángeles participan del poder divino. Sin embargo, hemos de preguntarnos ahora si hubo palabras y conceptos no teístas en el relato bíblico para definir a Dios. Una búsqueda en la Biblia nos revela que sí que los hubo aunque fue la concepción teísta la que predominó hasta el punto de que estas otras ideas nunca pasaron de ser minoritarias. Sin embargo, quizá sea en estas interpretaciones minoritarias donde puede encontremos algo que nos ayude a distinguir entre “Dios” y “nuestras definiciones de Dios”. Merece la pena que echemos un vistazo para comprobarlo.
El primer «informe sobre ideas minoritarias» relacionadas con una interpretación no teísta de la naturaleza de Dios se encuentra en el inicio mismo del relato bíblico. Allí se identifica a Dios primero con el aliento y después con el viento. Dios sopló sobre Adán en el momento de su creación y le hizo cobrar vida. En esta metáfora, la idea es que Dios debía interpretarse no como un ser sino como una presencia que lo penetra todo, que vive en nosotros y a través de nosotros. El efecto de la presencia de Dios en nosotros era hacernos capaces de cobrar vida. En segundo lugar, el aliento sobre los seres vivos se identificó con el viento, pero su función fue idéntica a la del aliento. El viento era la fuerza de la vida que animaba y vitalizaba todo el orden natural. El viento era misterioso. Su presencia se podía experimentar pero no se podía apresar. Podemos ver los efectos del viento pero no al viento mismo. No sabemos de dónde viene el viento ni a dónde va. Nunca lo podemos tener aferrado. Todo lo que sabemos decir es que el viento mueve los árboles y los bosques. Así que el viento se concibió como el aliento de Dios que fluye a través de todo y que todo lo vivifica. No era más que una analogía, pero era una analogía no teísta y, como tal, nos abre a nuevas posibilidades. Con el tiempo, el viento se convirtió en un sinónimo del Espíritu Santo, es decir, el aspecto más misterioso de Dios. En el sueño de Ezequiel, recogido en el capítulo 37 del libro que lleva su nombre, se dice que el viento de Dios sopló sobre un valle lleno de los huesos muertos y secos del pueblo judío, que en aquel momento estaba derrotado y sin esperanza, y que dicho viento devolvió la vida a los huesos: «los huesos se juntaron unos con otros». En el relato de Pentecostés, que se encuentra en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu se derrama sobre la comunidad de los creyentes reunidos y los llama a una vida otra, una vida más allá de los límites que sus miedos tribales y su instinto de conservación les imponían. Así, por el poder del Espíritu, fueron un solo pueblo y pudieron comunicarse en la lengua que cada uno entendía. Nuestro Credo todavía define al Espíritu Santo como “Señor y dador de vida”. Así que Dios, ya incluso en la Biblia, no fue siempre concebido como un ser exterior a la vida e invasor, no fue siempre un dios teísta. Dios era la vida misma. El teísmo no es, pues, la única forma en que los humanos podemos pensar a Dios. También Dios se imaginó como aquél que fluye a través de todos los seres vivos y los unifica y los guía; como quien fluye desde las células originales de la vida hasta las criaturas autoconscientes que pueden entrar en comunión, con esa fuerza de vida, en esas actividades a las que llamamos “culto”; pues el culto no consiste sólo en unos actos rituales y es también vivir de forma autoconsciente y en plenitud.
El progreso del conocimiento humano ya no se ajusta al antiguo Dios teísta que responde a nuestras oraciones y viene en nuestra ayuda. Sin embargo, la "muerte" del teísmo, ¿no nos llama a desarrollar una nueva forma de entender lo que, siendo ilimitado y trascendente, es, sin embargo, real? Mientras mueren las antiguas concepciones de Dios, ¿es posible que sigamos teniendo inoculado dentro a Dios? ¿Es posible ser creyentes plenamente vivos sin ser teístas? Creo que sí y creo que éste es el primer paso para “pensar diferente” y para “aceptar la incertidumbre” en nuestra vida religiosa. De momento, limitémonos a tomar nota de estas reflexiones. Retomaremos la exploración.
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