Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
lunes, 17 de diciembre de 2018
CARTAS PASTORALES A TIMOTEO Y A TITO«NOSOTROS SOMOS LOS QUE TENEMOS LA VERDAD!»-John Shelby Spong
John Shelby Spong
Nosotros tenemos la verdad! Si no estáis de acuerdo con nosotros, la verdad no está en vosotros. Dios nos ha dado esta misión: definir, defender e imponer la verdad. Hasta ahora, mientras explorábamos los orígenes de los distintos libros del Nuevo Testamento, no habíamos encontrado estas expresiones, tan conocidas en la religión. Hasta este momento de la historia bíblica, el movimiento cristiano, que había disfrutado de la experiencia maravillosa de Cristo, se había limitado a buscar palabras con las que transmitir esta poderosa experiencia a los demás; el único reto que había tenido había sido intentar aclarar qué significaba realmente para los creyentes la experiencia de Cristo. Con todo, dado que las construcciones religiosas casi siempre acaban siendo suministradoras de seguridades mediante el expediente de concluir que mi idea de Dios y Dios son una misma cosa, no debería extrañarnos ver aparecer este elemento negativo en el seno del movimiento cristiano. Esto es lo que ocurre cuando llegamos a las así llamadas «Cartas Pastorales», las que también llamamos Cartas primera y segunda a Timoteo y Carta a Tito. La idea de que cualquier persona puede poseer la verdad última en sus declaraciones proposicionales impregna casi todos los versículos de estos peculiares escritos. Este empeño, tan evidente en estas Cartas, es el dato que nos ayuda, por un lado, a fecharlas y, por otro, a estar completamente seguros de que Pablo no fue el autor de las mismas. Las Cartas Pastorales pertenecen, sin duda, a un periodo posterior de la historia de la Iglesia.
Pertenecen al tiempo en que, a los misioneros, profetas y maestros, los sustituyeron las figuras jerárquicas de los obispos, sacerdotes o presbíteros y diáconos: todos ellos, como su nombre indica, funcionarios institucionales. En el tiempo de estas Cartas, la función y la tarea principal de un obispo mayor o de un anciano o de un arzobispo ya se había desarrollado y consolidado: consistía en imponer orden en la vida de las comunidades de una región geográfica determinada, y en garantizar la ortodoxia en el culto y la enseñanza de aquella zona. Gracias a otras fuentes, podemos situar esta estructura eclesiástica en un periodo de la historia de la Iglesia no anterior al año 90 dc y no posterior al año 120 dc. Si bien estas fechas, por sí mismas, descartan la autoría de Pablo, ellas mismas también nos hacen saber que ya había pasado suficiente tiempo como para que Pablo fuese una autoridad respetada y no una figura controvertida, tal como lo fue el Pablo histórico.
En estas Cartas, Pablo es un anciano y venerable apóstol, cuyo nombre confiere una autoridad indiscutida a las palabras cuya escritura se le atribuye. Timoteo y Tito habían sido los compañeros más jóvenes del Pablo histórico, que los menciona en sus cartas auténticas: a Timoteo, en la Carta a los Romanos, en las dos Cartas a los Corintios y en la 1ª a los Tesalonicenses; y a Tito, en la 2ª a los Corintios y en la Carta Gálatas. Sin embargo, para la siguiente generación, ambos se han convertido ya en el prototipo del líder cristiano que escucha atentamente los consejos del anciano Pablo, cuyo papel ha cambiado. Mientras el Pablo histórico podía escribir un himno al amor en el capítulo 13 la 1ª Carta a los Corintios, y podía hablar de su propia conversión en la Carta a los Romanos (8, 38-39), el Pablo de las Cartas Pastorales sólo escribe y se interesa por el orden, la sana doctrina, la obediencia debida y la necesidad de extirpar errores y falsas enseñanzas. La ortodoxia, en las Cartas Pastorales, se define, pues, en términos poco flexibles.
En su contenido, las Cartas Pastorales son muy parecidas a las cinco cartas de Ignacio de Antioquía, escritas por él de camino a su martirio, que podemos fechar entre el año 110 y el 113 dc. Unas Cartas y otras reflejan parecidas estructuras eclesiásticas y relaciones de autoridad y ofrecen advertencias también parecidas contra los falsos maestros, y con ello demuestran de nuevo que se han escrito en una misma época. La función principal de un obispo, según ambas fuentes, es defender la fe e implantar la ortodoxia o, lo que es lo mismo, defender e implantar la forma correcta de pensar. Palabras como doctrina y enseñanza son la preocupación principal de todos estos escritos que favorecen las fórmulas de la ortodoxia-católica.
Es evidente que algo o alguien está amenazando la sana doctrina. Los historiadores han identificado a este enemigo: se trata de un grupo de cristianos que se llamaban a sí mismos gnósticos. Las Cartas Pastorales exhortan a los líderes más jóvenes a proteger la fe verdadera, a enfrentarse al mal, a condenar o silenciar a estos falsos maestros que tachan de impostores, incrédulos y engañadores. La disputa debió de crecer en hostilidad tal como lo demuestra el uso en ella de palabras insultantes como estúpido, inútil e insignificante. Los líderes establecidos reivindicaban que su autoridad provenía de Dios. Sólo ellos tenían autoridad para determinar lo que constituía la verdadera doctrina y sólo ellos tenían el poder de ordenar nuevos líderes, que, para acreditarse a sí mismos de cara a la ordenación, hacían voto de fidelidad a las tradiciones establecidas. Quienes, hacía apenas una generación, habían sido reformistas en la sinagoga, ahora, estaban decididos a no permitir ninguna otra reforma en la Iglesia. El lenguaje de las Cartas Pastorales está repleto de la hostilidad religiosa más típica. Tito (1, 13) califica a los cretenses como mentirosos, malas bestias, glotones y perezosos. La 1ª Carta a Timoteo (1, 10) califica, a los que se oponen a la sana doctrina, como libertinos, homosexuales, secuestradores, estafadores y perjuros. La 2ª Carta a Timoteo (2, 16) dice de sus enemigos que se enzarzan en charlatanerías paganas y compara su enseñanza a la gangrena. Las peleas internas en la iglesia son todo menos cristianas, sin embargo, parece que, ya en esta época, los discípulos de Jesús se habían apartado de forma notable del mandato de amad a vuestros enemigos. Sin embargo, en medio de esta violencia desmesurada, nos sorprende encontrar frases familiares y apreciadas, que quizá hayamos escuchado pero sin conocer su origen. Me refiero a frases contenidas en estas Cartas Pastorales, como: un poco de vino es bueno para el estómago, el amor al dinero es la raíz de todos los males, nada trajimos al mundo y nada podremos llevarnos. Como vemos, el cristianismo mezcla lo bueno y lo malo con frecuencia.
Alguien dijo alguna vez que probablemente el Cristianismo no habría sobrevivido si no se hubiera institucionalizado pero puede que también sea verdad que no sobrevivió justo por haberse institucionalizado. Las instituciones y, desde luego, entre ellas, la Iglesia siempre supeditan la verdad a sus necesidades institucionales. Por eso siempre surgieron en la Iglesia reivindicaciones irracionales de poder del tipo de decir: mi Papa es infalible o mi Biblia no tiene errores o sólo hay una Iglesia verdadera y es la mía", o nadie viene al Padre si no es a través de mi Iglesia, es decir, de mi fe y de mi tradición".
Estas afirmaciones siempre surgen en los movimientos religiosos cuando deciden que la maravilla, la verdad y el misterio divinos tienen que caber en palabras humanas desarrolladas en mentes humanas. Dios y mi idea de Dios se convierten en lo mismo. La necesidad de poder de las instituciones religiosas y el bienestar de sus líderes terminan por identificarse con la verdad de Dios. Esta mentalidad común ha generado, inevitablemente, guerras, persecuciones, la Inquisición y la increíble crueldad que los cristianos hemos vertido sobre nuestras víctimas a lo largo de los siglos. Algo que también se manifiesta en la habitual rudeza actual de los debates religiosos.
Dos anécdotas servirán para clarificar esta afirmación y para explicar por qué no aprecio demasiado estas Cartas Pastorales; las primeras en introducir estas actitudes en la vida del cristianismo organizado y también en servir para justificarlo. La primera anécdota es personal, la segunda me viene de otra fuente. He estado varias veces en Australia presentando mis libros. En la archidiócesis anglicana de Sidney, predomina un fundamentalismo protestante que proviene de Irlanda del norte y del siglo XVIII, y que se ha quedado congelado en el tiempo, allí, en el Pacífico Sur. Para ellos, la Biblia debe entenderse literalmente, las mujeres no pueden ordenarse ni tener autoridad sobre los hombres y la homosexualidad es una abominación. Así que mi presencia allí parece que asustó a las autoridades anglicanas y las movilizó en contra del Anticristo. Cuando llegué para dar unas conferencias sobre mi libro Resurrección, mito o realidad?, estos líderes sacaron enseguida un libro de bolsillo de corte fundamentalista que llegó a las librerías justo el mismo día en que mi avión aterrizaba. Además, algunas páginas del periódico de la archidiócesis The Southern Cross (la cruz del sur) se dedicaron a pertrechar a su gente con los hechos necesarios para resistir el ataque de aquel cristiano no fundamentalista que, por tanto, era un no creyente. Por último, formaron un escuadrón de la verdad encabezado por uno de sus obispos, Paul Barnett, que me seguía por toda Australia para corregir mis errores públicamente y evitar que la gente se corrompiese. Contactaron, además, con todas las radios y televisiones en las que yo iba a intervenir, para solicitar el mismo tiempo y poder exponer la verdad. Un programa matinal de televisión decidió juntarnos en el mismo espacio en lugar de darnos dos de igual duración. La conversación fue bien (al menos desde mi punto de vista) hasta que Paul Barnett estalló con estas palabras: Jack, tú lo que eres es un gnóstico!. A lo que le respondí: Lo mejor de tu ataque, Paul, es que el 99% de los telespectadores no sabe si me has insultado o felicitado con ello. La conclusión de esta anécdota es que, por lo visto, yo molesté a Paul Barnett tanto como los gnósticos molestaron a quienes escribieron las Cartas Pastorales.
La segunda anécdota me llegó a través de un miembro de un grupo de lectura de una iglesia episcopaliana muy conservadora de las afueras de Louisville, Kentucky. Este grupo de lectura se había estado reuniendo durante algún tiempo para comentar textos de algunos escritores religiosos modernos y bastante populares como Marcus Borg, John Crossan y hasta Rowan Williams. El clero de la parroquia se enteró de que el grupo estaba debatiendo ideas que no se ajustaban a su definición de lo que era la ortodoxia y, en consecuencia, decidió que uno de ellos debía estar presente en las reuniones para proteger de la herejía a los participantes. En adelante, además, tal como se informó al grupo, el clero sería el que escogería los libros a leer, y se les sugirió que leyeran vetustos campeones de la ortodoxia como Tom Wright y Luke Timothy Johnson. Por último, si el grupo no estaba de acuerdo con estas condiciones, ya no podría disponer de un sitio para reunirse en la parroquia. La conclusión fue que pronto este grupo encontró otra iglesia que los acogió y a la que se marcharon.
Los líderes religiosos necesitan aprender que la verdad última nunca puede captarse totalmente en las declaraciones proposicionales de un momento puntual de la historia humana: ni en las Escrituras, ni en las creencias, ni en las doctrinas. Esta extraña y destructiva idea apareció, por primera vez, en el movimiento cristiano, en las Cartas Pastorales, y desde entonces, el cristianismo ha tenido problemas con ello, hasta el día de hoy.
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