lunes, 17 de diciembre de 2018

HECHOS III: LA HISTORIA DE PABLO-John Shelby Spong


John Shelby Spong


Cuando el Libro de los Hechos llega al tiempo de después del conflicto entre cristiano-judíos y cristiano-griegos, está listo para contar cómo el cristianismo llegó a ser una religión universal. Su línea narrativa va, desde la capital del judaísmo, hasta la capital del Imperio Romano. El héroe de esta nueva etapa del movimiento cristiano es Saulo de Tarso, luego conocido como el apóstol Pablo. En columnas anteriores hemos examinado el contenido de sus Cartas, pero ahora Lucas, en el Libro de los Hechos, ahonda en el retrato de su vida y de su personalidad tal como los demás lo conocieron. Con frecuencia es difícil dilucidar, en este relato, qué es histórico y qué es producto de la fértil imaginación del autor. Lucas escribió Los Hechos unos cuarenta años o, lo que es igual, dos generaciones después de la muerte de Pablo y ya sabemos que las leyendas sobre los héroes tienden a crecer tras la muerte de éstos. Muy bien puede haber sucedido así con Pablo en el Libro de los Hechos. Mi criterio, de cara a dilucidar entre lo histórico y lo legendario, es preferir los escritos reales de Pablo allí donde éstos entren en conflicto con lo que se cuenta en Hechos, que es, como digo, un relato muy posterior. Este criterio cuestiona, por ejemplo, la historicidad de todos los detalles de la conversión de Pablo en el camino de Damasco. Es muy notable que Pablo mismo no escribiese nada sobre su conversión. En sus Cartas, su conversión y su actividad anterior como perseguidor de los cristianos son un hecho pero sin ningún tipo de detalle al respecto, y la consecuencia es que el Libro de los Hechos resulte poco fiable desde el punto de vista histórico. 

Sin embargo, Los Hechos aportan la única imagen cohesionada que tenemos de los viajes misioneros de Pablo y de sus aventuras, las cuales, además, encajan bien con los detalles que contienen las Cartas. Este sentido coherente se fortalece cuando, a partir de Hechos 16:10, empieza una sección que pasa a ocupar la mayor parte del resto del libro y en la que la narración del viaje ya no emplea el pronombre «ellos» sino el «nosotros», que es más autobiográfico. Es como si Lucas hubiera encontrado un diario de los viajes de Pablo, escrito por alguno de sus compañeros, y se hubiera limitado a incorporarlo en el relato mayor. Un gran número de expertos del Nuevo Testamento, aunque ciertamente no todos, otorgan, a estas secciones del «nosotros», mayor importancia y autoridad que a otras de Los Hechos, por lo que simplemente llamo la atención sobre estos pasajes, de cara a su estudio posterior. 

Cuando trato de profundizar en el retrato histórico de Pablo recibido de la antigüedad, siempre encuentro de gran ayuda las "notas personales" incluidas, casi por descuido, en Los Hechos. La razón es que ofrecen una vía no premeditada de acceso a la persona. Pienso, por ejemplo, en aquel episodio, de su primer viaje misionero, en que él era el número dos de Bernabé y que nos da una idea de la apariencia física de Pablo. Los dos misioneros entran en la ciudad de Listra (Hch. 14:6 y ss) y los habitantes los confunden con dos Dioses procedentes del Olimpo. Mirándolos a los dos, comienzan a referirse a Bernabé como Zeus, el rey de todos los Dioses, y a Pablo como Hermes, el Dios mensajero. Según los patrones culturales tradicionales de entonces, Zeus era alto y de presencia imponente y Hermes, el Dios mensajero, era pequeño, delgado, fuerte y de habla incesante. Conforme a esto, podemos deducir que Bernabé debió de ser de talla notable y Pablo de talla menor, como Hermes, y, sobre todo, muy hablador. Otra fuente del siglo II describe a Pablo delgado y de cejas oscuras y juntas, lo cual no se aleja de la descripción en Los Hechos.


En el capítulo 13:13-15, Bernabé y Pablo están en Perge de Panfilia y asisten a la sinagoga, cuya práctica litúrgica se nos describe como de paso. Es el pasaje que nos brinda la mejor idea que tenemos del funcionamiento del culto en la sinagoga, en el siglo I. Así nos enteramos de la prioridad de la lectura de la Torah, desde el Génesis hasta el Deuteronomio, y que se atribuía a Moisés; lectura que, en las sinagogas más tradicionales, tenía que hacerse entera en los Sabats de un año mientras que en otras, menos tradicionales, se leía en un ciclo de tres años aunque la centralidad de la Torah era la misma. Después venía la lectura de los Profetas, que significaba dos cosas. Primero, estaban los «profetas tempranos», es decir, los libros de Josué hasta Reyes II que, como ya he señalado anteriormente, narran la historia del pueblo judío tras la muerte de Moisés, el fundador de Israel. En segundo lugar, se refería a los «profetas tardíos»: Isaías, Jeremías, Ezequiel y el «Libro de los Doce», es decir, lo que hoy llamamos los Profetas Menores, desde Oseas hasta Malaquías. Daniel no se consideraba uno de ellos porque se escribió más tarde, hacia el año 168 ac., y no se había incorporado aún al texto sagrado. Las lecturas de los primeros o de los últimos profetas no tenían el mismo peso que las de la Ley, y consistían en secciones más cortas, durante un período de tiempo indeterminado. Por último, se invitaba a los miembros de la congregación a compartir sus ideas a partir de las lecturas. Mi convicción es que en esta circunstancia es donde los discípulos de Jesús comenzaron el proceso de comprender y de mostrar que las Escrituras apuntaban a Jesús en casi cada versículo. En el tiempo en que se escribieron los evangelios, este patrón interpretativo debía de ser algo asumido y operativo. El autor Los Hechos sitúa así la intervención de Pablo en Perge (13:16-41) y nos permite formarnos una idea de la forma en la que los cristianos usaban las Escrituras e iba emergiendo su conciencia de sí, en medio de la sinagoga. 

El Libro de los Hechos también narra, con cierto detalle, la reacción hostil del mundo judío ortodoxo contra Pablo y sus enseñanzas. En sus viajes a cualquier ciudad, lo primero que Pablo hacía era visitar la sinagoga pues no se vio nunca, a sí mismo, sino como judío. En aquellas sinagogas, siempre lejos de la patria, tres grupos distintos se reunían para el culto: el grupo ortodoxo de judíos tradicionales que creía que toda la verdad de Dios estaba en la Torah y que, en consecuencia, no estaba dispuesto a acoger ninguna desviación o adición al texto tradicional; los judíos de tendencia liberal dispersos y cada vez más en contacto e influencia con sus vecinos gentiles, y, por último, los «prosélitos de entre los gentiles», es decir, la gente atraída a la sinagoga por el monoteísmo ético del judaísmo pero a la que no atraía adoptar una práctica de culto como la circuncisión o las dietas kosher o la observancia del Sabat. 

El mensaje de Pablo atraía a los prosélitos gentiles y, de manera especial, a los judíos liberales de la diáspora, pero generaba la hostilidad de los ortodoxos, cuya seguridad creían amenazada por cualquier cambio. Así que ellos fueron los más hostiles contra Pablo y los que más lo importunaron allí donde éste fuera. Hechos 15 habla de un consejo de líderes de la iglesia reunido en Jerusalén para examinar esta hostilidad. Según el relato, Santiago, el hermano del Señor, que parece encabezar la comunidad de Jerusalén de los judíos creyentes en Jesús, elaboró un compromiso que daba carta blanca a Pablo para continuar su obra entre los gentiles, de forma que sus conversos no tuvieran que cumplir las prácticas rituales judías. Sin embargo, se pidió a los conversos su asentimiento en abstenerse tres cosas: de comer carne que hubiera sido ofrecida a los ídolos, de uniones impuras y de sangre de cualquier animal que hubiera sido estrangulado y que, por tanto, no fuera ceremonialmente limpio. Es difícil juzgar si los detalles de esta reunión reflejan exactamente lo que se habló allí pero sí que queda claro que este "concilio" sirvió para que el movimiento cristiano se liberara de la limitación de las prácticas judías y comenzara su separación respecto del judaísmo en el que había nacido. 

Cuando Pablo y Bernabé se estaban preparando para su segundo viaje, hubo una disputa entre ellos que los llevó a la ruptura. El problema, según Hechos, era si debían llevar consigo a Juan, apellidado Marcos, que, al parecer, los había abandonado en el regreso a casa del primer viaje. Al romper con Bernabé por estar en contra de esto, Pablo pasó a ser el miembro más antiguo de un segundo grupo misionero y escogió a Silas como compañero. Bernabé tomó a Marcos y así se extendió el movimiento. Durante el segundo viaje, se nos cuenta que Pablo tuvo un sueño en el que un macedonio le imploraba acudir a su tierra. Pablo obedeció a la visión y así fue como el cristianismo entró por primera vez en lo que hoy consideramos geográficamente como Europa. Pablo tuvo algunas aventuras en Grecia, incluido un debate en Atenas que claramente no ganó. El rumbo de Pablo estaba ya claro y, a partir de entonces, enfocó sus esfuerzos hacia el amplio mundo de los gentiles, lo cual seguía despertando, cada vez más, la hostilidad de los judíos ortodoxos. 

Pablo regresó a Jerusalén con dinero para aliviar a los seguidores de Jesús residentes allí y para su viaje de regreso. Su condena por parte del judaísmo ortodoxo, su apelación a Roma gracias al privilegio de ser ciudadano romano y su posterior viaje en barco a Roma, constituyen la mayor parte del resto de este libro. Cuando cuenta ambos viajes, tanto a Jerusalén como a Roma, el Libro de los Hechos se convierte en un relato de emocionantes aventuras. En una ocasión, Pablo comenzó un sermón a medianoche y predicó tanto tiempo que un joven llamado Eutico, que estaba sentado en una ventana, se quedó dormido y cayó al suelo y pareció como si estuviera muerto. Pablo lo revivió pero, desde entonces, la advertencia contra los sermones largos y soporíferos pasó a tener una base en las Escrituras. De viaje a Roma, hay episodios de tormentas, naufragios y muchas otras aventuras como la supervivencia a la picadura de una víbora venenosa.

 Al final del capítulo 28, en el versículo 16, Pablo llega por fin a Roma y el Libro de los Hechos se cierra de una forma más bien brusca cuando se limita a decir que Pablo vivió allí por su cuenta durante dos años, bajo una vigilancia más bien laxa y acogiendo a todos los que venían a él. Aunque Lucas no narra la muerte de Pablo, su propósito ya se ha cumplido. El mensaje cristiano había viajado desde Galilea a Jerusalén y desde Jerusalén hasta Roma, y en ese momento ya está firmemente implantado en plena capital del mundo conocido de entonces. Tal como suele decirse: «lo demás es historia». El Libro de los Hechos, es, tal cual, una historia fidedigna? Nunca estaremos seguros de ello. Pero lo cierto es que la Iglesia se había extendido por todo el mundo conocido gracias a Pablo. 

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