jueves, 13 de diciembre de 2018

EL LIBRO DE LOS HECHOS Y EL AVANCE DEL UNIVERSALISMO-John Shelby Spong



John Shelby Spong 


El libro de los Hechos de los Apóstoles fue el diario de un viaje concebido por Lucas con el fin de llevar a su cumplimiento las palabras que él mismo puso en boca de Jesús, al comienzo del libro: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch. 1:8). Lucas presenta el movimiento de los seguidores de Jesús como algo que surge, de forma muy humilde, en las colinas de la remota Galilea, y que atraviesa luego Samaría en su camino hacia Jerusalén, donde sucede el primer momento culminante del relato, con la Crucifixión de Jesús. Después de afirmar que la muerte de Jesús no es el final del movimiento comenzado, Lucas relata el camino que lleva a este movimiento a extenderse desde Jerusalén, hasta alcanzar su segundo punto culminante en la capital del mundo conocido: Roma. 

Por consiguiente, Lucas conduce su relato en una única dirección y nunca hace que la narración mire hacia atrás, hacia el lugar de donde surgió este movimiento. Una prueba fehaciente de esto es que los mensajes a los discípulos tras la resurrección, en lugar de ordenarles regresar a Galilea tal como sucede en Marcos y en Mateo, les ordenan que «no se marchen de Jerusalén y que esperen la promesa del Padre» (Hch. 1:4). Para marcar el comienzo de una nueva etapa de su relato tras el evangelio, Lucas repite las palabras de la promesa que ya había formulado Juan Bautista: si él, Juan, bautizaba con agua, a los discípulos de Jesús les bautizaría el Espíritu, y el poder de este Espíritu será el que inaugure una gran misión universal. 

En rápida sucesión, Lucas, al empezar su segundo volumen (el libro de los Hechos), hace que las apariciones de Jesús resucitado cesen abruptamente. Luego saca a Jesús físicamente de escena con la Ascensión y por último inaugura la iglesia cristiana con la efusión del Espíritu sobre la comunidad reunida, en la que los pueblos del mundo pueden descubrir un nuevo sentido de unidad. Lucas no le permite al lector ignorar la relevancia mundial del acontecimiento de la efusión del Espíritu: entre los reunidos había Partos, Medos, Elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto, de Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Cirene, Creta y Arabia! 

Dado el conocimiento geográfico de aquel tiempo, se trata de una lista bastante impresionante. La idea de una nueva unidad para el vasto mundo, se simboliza mediante el hecho de que, por el poder del Espíritu, todos los apóstoles pudieran hablar y hacerse entender en la lengua de aquellos oyentes tan diversos. Tal como muchos han observado, el Pentecostés de Lucas es una reversión del relato de Babel en el cap. 11 del Génesis (vv. 1-9), donde la confusión de lenguas y de pueblos simboliza y explica el aislamiento y enfrentamiento entre los hombres, sus tribus y sus pueblos. 

El recurso de Lucas, para comunicar su mensaje, es poner en boca de Pedro (Hechos 1:15-20, 2:14-36, 3:12-26, 4:8-12) y de Esteban (7:2-56) sus propias ideas. Los discursos de Pedro y de Esteban anuncian que Jesús es el cumplimiento de las Escrituras judías; que a Jesús («a quien vosotros crucificasteis»), Dios lo ha hecho Señor y Cristo, es decir, que él es la presencia divina y el Mesías que los judíos esperaban. Por otra parte, con la elección de Matías en sustitución de Judas Iscariote (Hch. 1:22-26), la Iglesia Cristiana se configuraba como el nuevo Israel que, sin embargo, sigue el patrón de las doce tribus al tener doce líderes. Explicando todo esto, estamos dando una idea de cómo concebía Lucas el  primitivo movimiento cristiano. Los seguidores de Jesús se dedicaban a la enseñanza y a la fraternidad, a la fracción del pan y a la oración (Hch. 2:43). Eran capaces de signos y de prodigios pues el Espíritu moraba en ellos, y lo tenían todo en común (Hch. 2:44; 5:1-11). Asistían al templo cada día y, en la intimidad de sus hogares, celebraban la eucaristía y partían juntos el pan. Según Lucas, Pedro fue siempre el líder pues, aunque a veces lo acompañaba Juan, el verdadero portavoz del movimiento era él. 

Tras dejar sentado lo anterior, Lucas introduce el primer episodio de tensión entre los seguidores del camino y los líderes del judaísmo: Caifás, Juan y Alejandro, junto con todos los miembros de la gran familia sacerdotal. Según el libro de los Hechos, este conflicto alcanzó una solución en las palabras de Gamaliel, un dirigente fariseo que instó a que todos esperaran la prueba del tiempo. «Si este movimiento es de Dios dijo, nadie podrá pararlo, y si no lo es, él mismo fracasará, sin necesidad de vuestra intervención» (Hch. 5:33-42). El sabio consejo de Gamaliel prevaleció y la tensión entre la iglesia y la sinagoga empezó a desvanecerse. El dato es útil, además, para fechar el libro de los Hechos, porque su autor describe la vida en la iglesia primitiva desde al- rededor del año 88, en el que se expulsó de la sinagoga a los seguidores de Jesús, hasta antes del año 100.

 A esta tensión, propia del origen, la remplazó otra dentro del mismo movimiento de los seguidores de Jesús. Por eso el libro de los Hechos centra su atención en esta disputa que podemos considerar el primer conflicto en el seno del cristianismo. Fue entre los judeocristianos, partidarios de una interpretación más estricta de lo que había que hacer en continuidad con lo anterior, y los conversos posteriores, cristianos helenistas o grecocristianos. El libro de los Hechos gira en torno a este conflicto. Pedro defendía el punto de vista judío estricto, que sostenía que Jesús no había anulado la Torah sino que le había llevado a su plenitud, lo cual comportaba que los cristianos aún tenían que observar la Ley judía, incluida la circuncisión, las prescripciones alimenticias Kosher y la tradición del Sabat. Esta facción sostenía asimismo que la única vía de acceso al cristianismo, para los griegos convertidos, era hacerse primero judíos y luego cristianos. Pablo aparece, en los Hechos, como el dirigente que encabeza, al final, la facción cristiano-gentil. Lucas introduce a Esteban como uno de los diáconos que amplía el cuadro de los dirigentes para poder atender mejor a las necesidades de los «helenistas». 

Según Hechos, Pablo empezó como defensor de la autoridad de la Torah y como perseguidor de los que relativizaban sus exigencias. Para dejar más clara la tensión interna de la comunidad, Lucas introdujo, además, a otro diácono, de nombre Felipe, que era partidario también de las obligaciones que imponía la Torah. Felipe, sin embargo, bautiza a un eunuco etíope, lo cual suponía una doble violación de la Ley según la estricta interpretación judía. En primer lugar, el etíope era un gentil que, por su bautismo, se integraba en el movimiento cristiano sin pasar previamente por el judaísmo. Y, en segundo lugar, por ser eunuco desafiaba frontalmente la interpretación literal de la Torah que en el Deuteronomio no podía ser más clara al establecer la siguiente restricción: «quien tenga los testículos aplastados o el miembro viril amputado no debe entrar a la asamblea del Señor» (Deut. 23:2).

 Tras el episodio del etíope, Lucas pasa a narrar el episodio de la conversión de Pablo en el camino de Damasco, después del cual, en rápida sucesión, recibe el bautismo y, terminada su ceguera, comienza su carrera misionera. Por los escritos de Pablo (cap. 1 de la Carta a los gálatas), ya conocemos el conflicto que tuvo con los "judaizantes" y su enfrentamiento con Pedro, que era el portavoz de esta facción. Sin embargo, cuando Lucas escribe el libro de los Hechos, esta tensión ya no existía sino que pertenecía al pasado. Lucas explica, incluso, cómo se superó la tensión y cómo Pedro se convirtió a la perspectiva de Pablo. Este dramático pasaje constituye el final de la sección de Pedro en el Libro de los Hechos, y abre la sección de Pablo (Hch. 10:9-16). La conversión de Pedro sucedió un mediodía, en una azotea y estando en oración. Al sentir hambre, Pedro cayó en un trance y vio los cielos abiertos y descender de ellos un gran lienzo cargado de criaturas animales, reptiles y aves comestibles, pero no kosher, que incluían, tal vez, cerdo y marisco. Una voz celestial invitó a Pedro a matar alguna criatura para comer y aliviar así su hambre. Pedro declinó la invitación: «nunca he comido nada impuro o inmundo». Pero la voz del cielo respondió: «Pedro, lo que Dios ha purificado, no debes llamarlo impuro» (Hch. 10:15). Según Hechos, la visión se repitió tres veces antes de que Pedro entendiera el mensaje y se fuera a casa de «un gentil recto y temeroso de Dios» llamado Cornelio, donde bautizó a él y a toda su familia. Este fue el momento, según Lucas, en el que el Espíritu Santo vino a los gentiles. Las palabras de Pedro en aquella ocasión se convirtieron en el nuevo mantra del movimiento cristiano: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas sino que es grato para él el que lo teme y practica la justicia, de cualquier nación que sea (Hch. 10:34-35). 

Lo que estaba en juego en esta disputa era si el cristianismo se iba a convertir, o no, en un movimiento universal. Precisamente Pedro, campeón de la "interpretación estricta", fue quien trazó el nuevo camino a seguir. Lucas presenta, pues, a Pedro, no sólo como el que inicia el movimiento cristiano sino también como el que rompe la barrera que separa a judíos y a gentiles y como el que inaugura la nueva y universalista versión del cristianismo. Entonces, terminado ya su trabajo, Pedro desaparece y Pablo pasa a ocupar el centro de la escena. En última instancia, el carácter inclusivo del cristianismo se forjará a hombros de Pablo; sería un cristianismo que acogiese, tal como dice Pablo en la Carta a los gálatas, a «judíos y griegos, hombres y mujeres, esclavos o libres».

 Así pues, Lucas vuelve al relato de Pablo, a través de cuya vida el cristianismo alcanza Roma y «los confines de la tierra». Las fronteras tribales que separaban a los judíos de los gentiles eran enormes y la batalla interna en el cristianismo desencadenada por esto fue intensa. Pero no sería la última ni la más amarga de las que jalonarían el viaje del cristianismo hacia el universalismo. Habría otras de cara a que los cristianos fueran capaces de considerar plenamente humanos a las mujeres, a las personas de color, a los seguidores de otras religiones, a los homosexuales, a los enfermos mentales e incluso a los zurdos! También habría otros que jugarían el papel de Pedro de ayudar al movimiento cristiano a cumplir su vocación de ser vida en abundancia para todos. Sólo entonces se respondería de verdad a la invitación de Jesús: «Venid a mí, todos vosotros» y no sólo «algunos». El libro de los Hechos es la crónica del principio de la marcha del cristianismo hacia aquello para lo que nació. Nosotros, hoy, estamos escribiendo nuestro propio capítulo en una historia que aún no ha terminado.

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