miércoles, 5 de diciembre de 2018

EL ANCIANO PABLO FILEMÓN Y FILIPENSES–John Shelby Spong


John Shelby Spong 


El paso de los años obra maravillas en el ánimo del hombre. Las batallas que a veces eran tan apasionadas que parecían ser a vida o muerte, con el tiempo pierden su radicalidad y las dife- rencias que antaño dividían tan profundamente a los pueblos, con el paso de los años se debilitan. La edad trae madurez y perspectiva. Esto fue lo que seguramente le pasó a Pablo. En las entregas anteriores he intentado leer a Pablo siguiendo el orden de redacción de sus cartas. No es un método exacto pero confío en que, gracias a él, haya podido verse la forma como se iban sucediendo los cambios. 

En la primera carta a los Tesalonicenses, escrita en torno al año 51 y por tanto la primera de Pablo, vimos cómo le preocupaba el hecho de que la segunda venida de Cristo aún no se hubiera dado. Por qué Jesús no había vuelto aún, para inaugurar el deseado Reino de Dios en la tierra? se preguntaban los cristianos de entonces. Pablo trató de explicar este retraso y se nota su ten- sión al hacerlo. En la dirigida a los Gálatas, que fue su segunda carta, pudimos ver la ardiente ira con que Pablo se separaba de los que él llamaba "judaizantes", representados nada menos que por Santiago, el hermano del Señor, y por Pedro, cuya tesis era exigir que los conversos cumplieran la Torá y sólo accedieran al cristianismo a través del judaísmo incluso aunque fueran gentiles. Pablo, profundamente conmovido por lo que llegó a llamar "la gracia", nunca se sometió a este punto de vista legalista, del que se había liberado y huido: no, la salvación no provenía de las propias acciones y de la obediencia a la Torá. 

En los años centrales de su vida, Pablo fue, sin embargo, más considerado, metódico y eficaz a la hora de resolver los conflictos. En esta etapa es cuando escribió sus cartas a los Corintios y su obra maestra, la carta a los Romanos. En las de los Corintios, supo describir, de forma magnífica, el significado del amor: "Si hablase lenguas humanas y angélicas pero no tuviera amor, sería un gong que resuena o un platillo ruidoso". También escribió en ellas la más completa interpretación de la resurrección de Jesús que tenemos. Y luego, en la dirigida a los romanos, fue donde llegó a expresar mejor el significado de Cristo para él, incluidas aquellas palabras tan bellas, que aún resuenan a través de los siglos: "nada podrá separarme del amor de Dios que está en Jesús el Cristo".

 Los años pasaron para Pablo, como pasan para todos, y suavizaron su carácter. Ya no estaba convencido de que volvería a ver a Jesús en vida y por eso hizo planes de futuro e incluso empezó a considerar la idea de su propia muerte. En esta fase de su vida (por la que por otra parte pasamos todos) Pablo vivió más el presente y menos el futuro y así creció en él el valor de las relaciones personales. De esta etapa son las dos cartas que vamos a comentar hoy, la de Filemón y la de los Filipenses. Ambas reflejan un Pablo más contemplativo. Con este examen de estas dos cartas, Filemón y Filipenses, habremos profundizado en las siete epístolas que nadie cuestiona que sean originales suyas. Luego veremos otras que aunque rebosan esencia paulina cada vez más los expertos consideran que son pseudopaulinas, es decir, escritas en nombre de Pablo pero no por él mismo. Me refiero a Tesalonicenses II, Colosenses y Efesios. Hay tres más, que también llevan el nombre de Pablo (I y II a Timoteo y Tito) pero éstas forman una tercera categoría pues se coincide en considerarlas no auténticas y, por su fecha, son posteriores incluso a alguno de los evangelios. Trataremos de estas "epístolas pastorales" más adelante porque, como nuestra idea es estudiar el Nuevo Testamento en la secuencia en la que se escribieron sus textos, Marcos y por lo menos Mateo deberían pasar por delante. Por tanto, ahora nos centraremos en Filemón y en Filipenses, las cartas de Pablo ya cercano a su final pues, según la opinión mayoritaria aunque no unánime de los expertos, éste las escribió desde la cárcel, ya en Roma y sólo un par de años antes de morir mártir. 

Ya es de por sí asombroso el simple hecho de que se haya conservado la carta a Filemón. Y también lo es que formara parte de la colección de cartas que circulaba entre las iglesias, antes incluso de que se escribiera el evangelio de Marcos. En esencia, esta carta es totalmente diferente a cualquier otra. La de Filemón es una carta personal, de menos de una página. Pablo se dirige a un individuo y no a una comunidad. Es una petición suya a Filemón para que éste conceda la libertad a Onésimo, un esclavo huido que se había convertido en un valioso compañero a su servicio. Pablo espera que así Onésimo pueda volver a cuidarlo, una vez más. Pablo formula esta petición a Filemón al tiempo que le devuelve a Onésimo. Tal era la conducta correcta en la cultura de entonces. Sin embargo, Pablo espera que, el hecho de cumplir lo establecido por la ley sea favorable a la concesión de su petición de que Onésimo regrese. Pablo habla a su amigo Filemón sobre la conversión de Onésimo y sobre su inestimable fidelidad mientras ha estado a su servicio. Quiere el perdón y la libertad de Onésimo para que éste pueda volver libremente a ser su asistente. Parece extraño que una carta así se haya incluido en el mismo grupo de las escritas a diferentes iglesias, entre las se cuenta, como vimos, el cuidadoso y razonado argumento de la de los Romanos. Y, sin embargo, ahí está. 

John Knox, uno de los principales especialistas paulinos del siglo XX, ofrece una explicación plausible de por qué se incluyó esta carta en dicha colección. Su argumento se basa en una carta posterior, escrita por Ignacio de Antioquía, uno de los primerísimos "padres de la iglesia" pues vivió a principios del siglo II. En dicha carta, Ignacio dice que alguien llamado Onésimo fue obispo de Éfeso tras la muerte de Pablo. Y Knox piensa que se trata del mismo Onésimo al que Pablo se refería en su carta a Filemón. Tal sería la razón de haberse añadida esta carta a la colección, según Knox: contener información significativa para la iglesia de Éfeso. La teoría es interesante y digna de tenerse en cuenta aunque no pase de ser pura especulación porque, de hecho, fuera del hecho de ser una prueba de la relación de una iglesia con el tiempo de Pablo, no pare- ce haber ningún otro motivo por el que esta breve carta privada haya sido una preciada propiedad de las iglesias.

 Cuando pasamos a la Carta a los filipenses, llegamos a la más emotiva de todas las escritas por Pablo. En ella podemos captar, además, a un Pablo consciente de que su vida está llegando a su término. La comunidad de Filipo siente gran afecto por Pablo. Sin embargo, el afecto es recíproco además. Pablo se dirige a ellos como a "los santos" por los que da gracias cada vez que los recuerda. Filipo fue la primera ciudad europea que Pablo visitó y en la que comenzó una primera iglesia. Los filipenses le acaban de enviar algunos regalos a la cárcel y le han hecho llegar su gran preocupación por su seguridad personal y por su bienestar. Por eso la carta es de agrade- cimiento y de mirar de tranquilizarlos acerca de su situación. Sin embargo, Pablo no esconde el temor de que nunca más volverá a verlos al tiempo que promete enviarles a Timoteo para tranquilizarlos sobre su estado. La carta está llena de palabras de júbilo, de esperanza y de consuelo. Pablo ya no espera ver el regreso de Cristo y se enfrenta a su propia muerte, que presiente inminente. Se pregunta en voz alta si es mejor dejar esta vida para estar con Cristo o perseverar en ella por el bien de las iglesias. Su pensamiento es que, a medida que uno se sitúa en presencia de Jesucristo, la vida terrenal se torna cada vez menos valiosa. Y su conclusión es que la muerte es una ganancia para quien vive en Cristo. Hay una alegría de fondo en toda la carta. "He aprendido a estar contento en cualquier circunstancia en que me halle" dice. "Todo lo puedo en Cristo, que es quien me fortalece" les asegura. En la conclusión de la carta, Pablo no entra en un gran debate ético tal como hiciera en otras anteriores. En ellas el movimiento de las ideas consistía en ir, de una explicación de su propia comprensión del misterio de Cristo, a un análisis de las implicaciones de esto en quienes intentan vivir la vida de Cristo. En Filipenses, Pablo concentra su enseñanza ética en un sólo versículo: "por último, todo lo que es verdadero, todo lo noble, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable y honesto, cualquier virtud o mérito que haya; todo eso, tenedlo por vuestro (4:8).

 Sin embargo, el pasaje más memorable de esta carta es, además, uno de los más misteriosos y citados de todos los de Pablo. Está en el capítulo 2, en los versículos 5 a 11. Es el "pasaje del anonadamiento". Mi impresión es que este pasaje contiene una fuerte afirmación de Pablo de que Cristo vivió todo lo que nosotros entendemos que es Dios. Sin embargo, al traducir el pasaje a nuestras lenguas, parece que éste refleje las antiguas disputas de la iglesia acerca de cómo Jesús pudo ser a la vez humano y divino. Ahora bien, yo no creo que el judío Pablo haya pensado según estas categorías que, de suyo, son muy posteriores. La forma de leer hoy el pasaje es que Cristo no acabó asumiendo la divinidad como algo propio sino que, más bien, se anonadó y tomó la forma de siervo, y que por ello Dios lo exaltó a la forma que realmente se merecía. De donde Pablo extrae la conclusión de que "toda rodilla se doblará ante el nombre de Jesús".

 Numerosos especialistas creen que Pablo cita, en este pasaje del "anonadamiento", los versos de un primitivo himno cristiano. Y puede que así sea. Sin embargo, yo creo que este pasaje refleja, más bien, la visión de Pablo de que Jesús es "el nuevo Adán". El primer Adán pretendió para sí la dignidad de ser como Dios. La tentación de la serpiente, en el relato del Paraíso, fue prometer a Adán que, si comía del fruto prohibido, "sería como Dios". Los miembros de la iglesia de Filipo disputaban entre sí sobre cómo adorar, qué creer y cómo actuar. En cada disputa, cada bando reclamaba la superioridad. Pablo, entonces, les urge a que permitan que la mente de Cristo sea su mente y es cuando les explica que Cristo no pensó ser de una naturaleza superior sino que se vació de sí mismo. Fue de la plenitud de su humanidad de donde Jesús extrajo su libertad de dar la vida a los demás y así fue como Dios se hizo visible en él. El propósito final de la vida humana es el amor y no el odio, el perdón y no el dolor, la vida y no la muerte. Al hacer estas cosas, nos liberamos de la necesidad de auto exaltación. Esto es lo que significa revelar lo divino en lo humano. Fue esta concepción la que convenció a Pablo de que Jesús experimentó la presencia de Dios. El camino hacia la divinidad es a través de la humanidad. El camino hacia la eternidad es a través del tiempo. Éste es el tema que cierra la que, por ahora, creemos que fue la última carta auténtica de Pablo. 

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