miércoles, 5 de diciembre de 2018

NACE EL EVANGELIO DE MARCOS, EL PRIMERO DE LOS CUATRO-John Shelby Spong


John Shelby Spong


Es difícil estudiar los evangelios con rigor a no ser que nos situemos fuera del cristianismo, que es desde donde los leemos habitualmente. Aunque esta afirmación pueda parecer extraña, cada vez me parece ser más verdadera. Hemos leído los evangelios dentro del culto litúrgico durante dos mil años. A ellos pertenecen los fragmentos sobre los que se ha predicado siempre, en todos los templos, cualquiera que haya sido la circunstancia histórica de cada una de las iglesias. Unas padecían persecución mientras otras eran tan estables que participaban en la persecución de las primeras. Los sermones predicados sobre los fragmentos evangélicos seleccionados se escucharon en templos que vivieron la ruptura de la Edad Media, que atravesaron tanto la reforma protestante como la contrarreforma católica y que aún dan su testimonio tanto en el mundo moderno como en el postmoderno. El mensaje de los evangelios está tan profundamente atrapado en la liturgia, traducido en himnos y arraigado en los edificios, que la mayor parte de nosotros no puede separar el contenido del evangelio de los artefactos culturales que lo contienen. Debemos sacar los evangelios fuera de este marco tan familiar para poder recuperar así su poder original. La familiaridad litúrgica genera infravaloración e incomprensión porque lo que se ha llamado a veces la "verdad evangélica" con frecuencia resulta no ser en absoluto verdadera. 

Es sorprendente ver cómo la gente usa la Biblia para justificar sus prejuicios sociales y ver, asimismo, hasta qué punto es totalmente inconsciente de su propia ignorancia cuando lo hace. Los prejuicios se ven reforzados por la presunción de que su mezcla de conocimientos culturales tiene realmente una base bíblica. Es muy significativo que la mayoría conozca el relato de la Navidad no por la lectura de la Biblia sino sólo por las anuales representaciones litúrgicas navideñas, en las que las licencias poéticas y dramáticas se practican con toda normalidad. Por eso la gente se sorprende cuando descubre no sólo que sólo dos evangelios (Mateo y Lucas) empiezan por los relatos del nacimiento sino que ambos se contradicen entre sí en muchos detalles. Acaso saben muchos cristianos que, en los textos evangélicos sobre los Reyes Magos, no hay camellos, ni tampoco hay un burro en el que María pudiera viajar embarazada, camino de Belén poco antes de tener a Jesús, ni tampoco un establo en el que éste naciera, ni animales en dicho establo, por otra parte inexistente incluso en los textos? 

Si seguimos adelante y nos adentramos en el relato cristiano, lo primero que deberíamos constatar es que las siete últimas palabras que Jesús pronunció en la cruz no están juntas en ningún evangelio. Marcos y Mateo sólo registran su grito desesperado: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?. Lucas omite este grito por considerar que es demasiado humano para dicho por el "hijo de Dios. En cambio, Lucas añade otras tres palabras, de su propia cosecha. Y Juan, por su parte, omite las cuatro anteriores y cita otras tres completamente nuevas. 

Si dejamos la escena de la Cruz y seguimos adelante, constataremos que casi todos los detalles del relato de la Resurrección recogidos por cada uno de los cuatro evangelios se contradicen con otros, recogidos por los otros tres. Con todo, lo más importante que la mayoría de la gente tiene que reconocer, en lo que atañe a la Biblia, es su propia ignorancia al respecto, que es tan profunda que ni siquiera sabe, esa mayoría, que de suyo la desconoce. En las entregas de esta serie que versarán sobre los evangelios, trataré de despejar esta niebla culturalmente impuesta, de manera que pueda escucharse el mensaje de cada uno de los cuatro evangelios tal como lo escucharon sus primeros oyentes. 

Para llevar a cabo esta empresa, necesitaremos descartar muchos de los presupuestos que aún arrastramos en la audición actual de las narraciones evangélicas. El primero que hay que descartar es el más importante, y es que los evangelios no son biografías de Jesús ni son tampoco relatos de lo que Jesús hizo contados por testigos oculares, ni tampoco grabaciones literales de lo que él dijo. En este sentido, nunca olvidaré lo ocurrido, años atrás, en una charla nocturna por radio, durante una gira de promoción de mi libro Rescatar la Biblia del fundamentalismo.

 Mi anfitrión, aquella noche, fue Tom Snyder y ambos estuvimos grabando en un estudio en Burbank, California. Ya avanzada la entrevista, comenté, de paso, que la redacción de los cuatro evangelios no fue anterior al año 70 ni posterior al año 100 dc., según los especialistas. Entonces, él, cuya formación había sido católica, se alteró y me dijo: Un minuto, obispo! Estoy haciendo números y, si los evangelios se escribieron tan tarde, ningún testigo ocular pudo haberlos escrito. En efecto respondí. Sólo el cuarto evangelio afirma haber sido escrito por un testigo presencial. Sin embargo, hoy en día, ningún especialista cree que lo escribiera Juan, el hijo del Zebedeo. Juan fue un «hombre sin formación» según Hechos de los apóstoles (4:13), en cambio el Cuarto evangelio está lleno de extensos y complejos discursos de teología bien sofisticada. Además, este evangelio se escribió en griego y no en arameo, lengua, hasta donde sabemos, de Juan y de los apóstoles". Entonces, Tom Snyder me dijo, sinceramente afectado: Esto no es lo que las monjas me enseñaron en la catequesis! Me dijeron que los discípulos seguían a Jesús a todas partes, que anotaban todo cuanto decía y que así se escribieron los evangelios! Un comentario tan ingenuo como éste, formulado por un adulto más bien de mundo, me animó a preguntarle: "Las monjas, también os dijeron si los discípulos utilizaban cuadernos y bolígrafos?" Entonces, su rostro reflejó haber comprendido al fin. 

Los cuatro evangelios no se escribieron hasta la segunda generación de discípulos, y el cuarto evangelio en la tercera. Se escribieron además en griego, lengua que ni Jesús ni los discípulos llegaron a hablar con fluidez. Los textos estaban sin puntuación y ni siquiera se dividían en capítulos, párrafos y versículos o frases. Conforme al estilo de entonces, no había espacios entre las palabras sino sólo líneas y líneas de escritura. Al final de una línea, no se usaba el guión para advertir al lector de que la palabra continuaba en la línea siguiente. Y tampoco había mayúsculas. Los signos de puntuación, las separaciones entre palabras y las divisiones en versículos, párrafos y capítulos fue posterior y se superpuso cientos de años más tarde. 

Es difícil determinar qué se sabía de la historia de Jesús antes de que se escribieran los evangelios, uno detrás de otro. Sin embargo, lo más probable es que la mayoría de la gente oyera hablar de Jesús por primera vez al escuchar la lectura en grupo de algún evangelio y de las historias que éstos contenían. Antes de la redacción de Marcos, es decir, antes del primer evangelio, la gente sólo sabía de Jesús las escenas transmitidas vía la predicación y la tradición oral, cuyo escenario debió de ser probablemente la sinagoga y el culto del Sábado. Este procedimiento significa que una misma historia muy bien pudo utilizarse en distintas ocasiones, no sin añadir nuevos detalles o sin suprimir otros según las veces. Por eso cualquier intento nuestro de pretender alcanzar cierta exactitud histórica para dichos relatos es imposible, simplemente. Cuando nos imaginamos esta forma de tradición oral multiplicándose a lo largo de un período de 40 a 70 años, la dimensión del problema de pretender dar con una recreación fiable de lo realmente ocurrido empieza a ser patente. Por eso es probable que lo mejor que podemos hacer es mostrar cuán diversos fueron los relatos sobre Jesús que entraron en la tradición escrita de los cuatro evangelios.

 Para entender cómo se debió de recibir, al comienzo, el primer evangelio, debemos aceptar el hecho de que, antes de que Marcos se pusiera a escribir, los detalles de la crucifixión de Jesús sólo ocupaban una única línea de la Carta a los corintios: Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Esto es todo lo que Pablo dijo y esto es todo lo que los cristianos tenían por escrito al comienzo de los 70. Marcos fue quien introdujo, en el acervo cristiano, la escena de la última cena en la noche antes de la crucifixión, la escena del huerto de Getsemaní, la traición de Judas a medianoche, el papel del Sanedrín de cara a decidir la culpabilidad de Jesús, las negaciones de Pedro, la huida de los discípulos, el juicio ante Pilato, la puesta en libertad de Barrabás, la tortura y la corona de espinas, así como la escena de los ladrones crucificados a su lado. Ningún detalle de estos se escribió antes de que Marcos lo hiciera.

 En cuanto a la sepultura de Jesús, lo único que constaba por escrito, antes de Marcos, era lo escrito por Pablo: fue sepultado. Esto era todo. Marcos introduce el relato de la tumba, el personaje de José de Arimatea y los diversos detalles del entierro. En cuanto a la Resurrección, lo que los cristianos tenían por escrito, antes de Marcos, era un breve relato paulino, de una sola frase: resucitó al tercer día, según las Escrituras. Luego, Pablo continúa contando que Jesús se "apareció" a Cefas, a los doce, a quinientos hermanos a la vez, a Santiago, a los apóstoles y, finalmente, a él. Pablo no da ningún detalle de cualquiera de estas apariciones, de modo que el significado de aparición vemos queda abierto a una gran variedad de interpretaciones. El propio Pablo se cuenta a sí mismo entre aquellos a los que Cristo resucitado se apareció. Ahora bien, como la conversión de Pablo ocurrió entre uno y seis años después de la crucifixión, la aparición de Cristo a Pablo difícilmente pudo ser igual de física que las que ubicamos y nos solemos imaginar a sólo unos días de la muerte. Por otra parte, tened en cuenta que, antes de que Marcos escribiera a principio de los años 70, tampoco había ninguna constancia escrita ni de una tumba vacía, ni de unos ángeles, ni de una visita a la tumba por parte de las mujeres, ni de un mensajero que les anunciara la resurrección. Marcos añadió estos detalles a medida que la tradición se fue desarrollando. 

Marcos también parece haber sido el primero en introducir bastantes otras cosas en el conjunto de la historia de Jesús. Es el primero en hablarnos del bautismo de Jesús en el Jordán por obra de Juan el Bautista, y es también el primero en introducir algunos milagros dentro del relato de la vida pública de Jesús. Otras dos ideas introducidas por Marcos fueron que Jesús fue un maestro notable y que enseñó mediante parábolas. Nada de esto estaba en Pablo, de modo que, cuando aceptamos todo esto, empezamos a entender un poco la forma en que empezó a evolucionar la fe cristiana y qué dramático debió de ser todo aquello para que el primer evangelio apareciera justo en la octava década de la era cristiana. La próxima semana empezaremos situando el mensaje del evangelio de Marcos dentro del contexto mental judío propio del siglo I. Con ello, el evangelio se verá de forma muy distinta a como solemos verlo en las liturgias aún vigentes. Con todo, pese a ser todo esto poco conocido, creo que el conjunto resultará ser una historia igual de hermosa que la que tradicionalmente conocemos.

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