lunes, 10 de diciembre de 2018

MARCOS, EL PRIMER EVANGELIO -John Shelby Spong



John Shelby Spong


El primer evangelio, el que conocemos como el de Marcos, se escribió, en mi opinión, después de la caída y destrucción de Jerusalén por el ejército romano al mando de Tito, en el año 70 dc. Dicha destrucción fue el punto culminante de una guerra que había comenzado en Galilea en el año 66, y que terminaría, poco después, en el año 73, con el suicidio colectivo de los últimos defensores de la causa judía, en una fortaleza llamada Masada. 

Hay ecos de la destrucción de la ciudad eterna en numerosos pasajes del texto de Marcos, de los que enumeraré algunos. En primer lugar, las amenazas apocalípticas del capítulo 13, que no parecen ser tanto profecías cuanto descripciones del sufrimiento de los habitantes de la ciudad santa durante la catástrofe. Es además un dato significativo que el capítulo incluya, como un consejo a los supervivientes, que huyan a las colinas de Judea, e incluso a Galilea. En segundo lugar, la narración de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor, en el capítulo 9, también viene a sugerir que, en las mentes de los discípulos, Jesús pasó a sustituir al templo como lugar del encuentro entre Dios y la vida humana. En efecto, en opinión de los cristianos de la segunda generación, la Shekinah, es decir, la luz de Yahvé, que todos los judíos creían que envolvía el templo y que era señal de la presencia de Dios en él, había pasado a brillar sobre Jesús. Ahora bien, no creo que hubiera podido escribirse un relato como éste de la transfiguración si el templo no hubiera sido destruido previamente. 

Otro dato es la incorporación, en el relato común cristiano, de un traidor llamado Judas, elemento introducido por primera vez por Marcos y su evangelio pues, como dije, no está en Pablo. Esta incorporación parece provenir del deseo, por parte de los judíos que ya eran seguidores de Jesús, de interponer una cierta distancia entre ellos y las autoridades del templo. Para lograrlo, dieron al traidor el nombre de la nación recién derrotada y subrayaron que fue la jerarquía del templo la que maniobró y consiguió que Judas traicionara a Jesús. Éstas son sólo algunas de las cosas que, en mi opinión, apoyan fechar la redacción del primer evangelio en torno a los años 71-72 dc. 

Ya sugerí, en alguna columna anterior, que la sinagoga tuvo que ser el escenario en el que se recordó, al comienzo, el relato de la vida de Jesús; un relato rememorado y repetido durante el periodo que llamamos oral del primitivo cristianismo. Esta afirmación se basa en el hecho de que, cuando Marcos apareció, la historia de Jesús ya estaba envuelta en los ropajes de las sagradas Escrituras hebreas. Un proceso así sólo podía darse en las sinagogas, ya que sólo en ellas podía, la gente del siglo I, escuchar las Escrituras y captar su cumplimiento en Jesús. En aquel tiempo no habían Biblias familiares ni personales. Los libros tenían que copiarse a mano y eran demasiado caros como para poder ser propiedad de un individuo. Los rollos de las Escrituras eran un tesoro que la comunidad guardaba celosamente y que sólo se leía en el ámbito sagrado de la sinagoga. 

El texto del evangelio de Marcos indica que la memoria de Jesús ya había incorporado las Escrituras judías, y que el relato de Jesús ya se había transmitido oralmente en la sinagoga a través de las reuniones en la misma. Marcos da a entender esto desde el primer versículo, cuando anuncia que lo que empieza es el evangelio de Jesucristo según está escrito en los profetas. Inmediatamente después, viene una cita de Malaquías y otra de Isaías. Y, cuando Marcos presenta por primera vez a Juan Bautista, también deja claro que la figura de éste ya se ha interpretado como la de Elías, que era el personaje del Antiguo Testamento que debía preceder a la llegada del Mesías, según las expectativas judías. Marcos reviste a Juan con los ropajes de Elías: una piel de camello y un cinturón ceñido a la cintura; lo sitúa además en el desierto, que es donde tenía que habitar Elías; y le atribuye una dieta de langostas y de miel silvestre, es decir, la dieta de Elías en el desierto, según las Escrituras.

 Luego, Marcos narra el bautismo de Jesús por Juan, en el río Jordán. Marcos presenta el bautismo como el momento en el que el poder de Dios, bajo la forma del Espíritu, entra en el hombre Jesús al que aclama como hijo de Dios. Marcos no debió de haber escuchado nada de un nacimiento virginal, por el que la presencia divina habría llegado a Jesús de una forma diferente a la del bautismo y antes de éste. Marcos menciona después las tentaciones durante cuarenta días, de Jesús en el desierto, pero no describe el contenido de éstas, que será un desarrollo posterior de Mateo y de Lucas, que expandirán así el texto conciso de Marcos.

 Puede entreverse en todo esto la actividad del periodo "oral : en la sinagoga, el primer Sábado, se leía la Ley y luego los Profetas; y después, los discípulos de Jesús relataban historias de éste apropiadas a las lecturas escuchadas. De este modo, poco a poco, los judíos seguidores de Jesús empezaron a ver las Escrituras hebreas como una anticipación de lo vivido por el Mesías. Dicho de otra manera: cuando los discípulos se convencieron de que Jesús era el Mesías esperado, empezaron a interpretar las Escrituras como el vaticinio de su llegada; de suerte que la vida de Jesús se convirtió, cada vez más, en la vida de aquél a quien apuntaban las Escrituras.

 La segunda pista que revela que la sinagoga era el lugar en el que se recordaba, leía y releía la vida de Jesús, es que el evangelio de Marcos refleja el año litúrgico judío y presenta unas historias acerca de Jesús que son especialmente aptas y que están como diseñadas para ser leídas en cada uno de los grandes momentos litúrgicos del año judío. Ahora bien, como no podemos ver si esto es así si no estamos informados del transcurso de conmemoraciones y de fiestas que los judíos revivían cada año en la sinagoga, permitidme que pase a enumerar brevemente, aunque sólo sea en titulares, los principales eventos conmemorados en el calendario litúrgico del año judío. 


El principal evento litúrgico era la Pascua, que marcaba el nacimiento del pueblo judío como tal. Cada año, por Pascua, los judíos revivían la huida de la esclavitud de Egipto y su comienzo como pueblo. La Pascua es, para los judíos, como el 4 de julio para los norteamericanos. La fiesta se celebraba el 14 y 15 del mes de Nisán, que, según el Levítico, era el primer mes del calendario aunque, en la práctica, no había unanimidad sobre cuándo comenzaba el año, cosa que podemos situar, según nuestro calendario, entre la segunda quincena de marzo y la primera de abril.

 El segundo evento importante del año judío era el Shavuot o Pentecostés, que en griego significa "cincuenta días" y que, por tanto, se celebraba un mes y tres semanas después de Pascua. En el Shavuot, los judíos conmemoraban el momento en que Dios entregó la Torá a Moisés en el monte Sinaí. Consistía en una vigilia de 24 horas, dedicada a recordar y a celebrar la belleza y la maravilla de la Torá pues la Ley era el mayor regalo hecho por Dios a su pueblo.

 Después del Shavuot, transcurrían cuatro meses sin ninguna fiesta importante. Luego, en el séptimo mes de su calendario, el mes de Tishrí, que coincide aproximadamente con la segunda quincena de septiembre y la primera de octubre de nuestro calendario, se producían tres celebraciones principales, en rápida sucesión. El primer día de Tishrí era el Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío. En esta celebración del Rosh Hashaná se soplaba el shofar, el cuerno de carnero ritual, para reunir al pueblo. Una vez reunido, se le anunciaba que el Reino de Dios estaba cerca y se le instaba a prepararse para dicha llegada. La promesa de cada año nuevo era, pues, que el Reino de Dios llegaría algún día. 

El décimo día de Tishrí, era el día del Yom Kippur o día de la Expiación. Era un día de honda penitencia, que incluía la confesión y el sacrificio. Litúrgicamente, ese día el pueblo se limpiaba de sus pecados y alejaba el peso de los mismos de él, lo cual lo ponía en condiciones de entrar en la presencia de Dios tal como sólo el Sumo Sacerdote podía hacer realmente una vez al año, en el Yom Kippur. Luego, en el decimoquinto día del mes de Tishrí y durante ocho días más, se celebraba el Sukkoth o Fiesta de las tiendas o tabernáculos. Era la Fiesta de la Cosecha, el "día de acción de gracias" judío en el que, al plantar las tiendas, se recordaban los años de errar por el desierto sin un hogar fijo, entre Egipto y la tierra que ellos consideraban como el destino que se les había prometido. El Sukkoth era la fiesta más feliz y la más esperada de todo el año. También era la última fiesta, tras la que transcurrían dos meses más. 

Cuando llegaba el mes de Kislev, ya en pleno invierno como nuestro diciembre, los judíos celebraban el Hannuká o la Fiesta de las luces o de la Dedicación. Esta celebración, instituida en el tiempo de los Macabeos (167-63 ac), recordaba la restauración de la luz de Yahvé en el Templo, después de haber sido éste profanado por el rey de Siria, el seléucida Antíoco Epífanes, derrotado en combate por Judas Macabeo más tarde. Por último, el final del año judío llegaba con el principio de la primavera en el mes de Adar, que traía al pueblo de vuelta, de cara al nuevo comienzo litúrgico del mes de Nisán, la Pascua y el nacimiento de la nación. 


Cada año, la gente revivía este ciclo de fiestas y de ayunos, en torno a la sinagoga. De modo que los seguidores de Jesús, dado que aún formaban parte de la sinagoga, pensaron en él y hablaron de él inmersos en este marco litúrgico; y esto fue así año tras año, desde la muerte de Jesús, durante al menos cuarenta años. Cuando se escribió el primer evangelio, es decir, el de Marcos, este marco litúrgico aún estaba vigente y fue él probablemente, aunque quizá no deliberada sino inconscientemente, el principio organizador de dicho evangelio. La consecuencia es que fue el marco litúrgico judío el que acabó siendo el principio organizador de los tres evangelios dado que Mateo y Lucas construyeron sus evangelios sobre el de Marcos. 

Ahora bien, sabemos que fue Marcos el primero en situar la crucifixión de Jesús en el contexto de una Pascua, y que, por eso, la muerte de Jesús pasó a interpretarse, cada vez más, hasta llegar a ser una costumbre hacerlo, como la muerte del cordero pascual que, con su sangre sobre el dintel, consiguió que el poder de la muerte pasara de largo. Sin embargo, no sabemos tanto ni vemos tan claro que, una vez situado el relato de la pasión de Jesús en el tiempo de la Pascua, tal como hace Marcos, podamos recorrer después el evangelio hacia atrás, desde la pasión hasta el bautismo, de manera que podamos descubrir que el orden de los acontecimientos de la vida pública de Jesús coincide con el orden del calendario judío. Para ello, cada uno de los acontecimientos debería caer en el lugar del evangelio que hiciera ver que éste, realmente, se compuso moldeado por el calendario litúrgico judío; lo cual implicaría que los acontecimientos de la vida de Jesús pudieran iluminar las fiestas y los ayunos que componían dicho calendario y, al mismo tiempo, que las fiestas judías y su significado fueran lo que ayudó a los seguidores de Jesús a comprender el significado de la vida y de la muerte de éste. 

Desarrollaré esta correlación y confío en que quedará claro, entonces, que el evangelio de Marcos se compuso no como un libro histórico sino como un libro litúrgico; un libro para leer en la sinagoga, con el propósito de revelar que Jesús fue el cumplimiento de la Ley y de los Profetas. Marcos no es, por tanto, un libro de historia. Su fin no es la exactitud de la crónica sino incorporar la memoria de Jesús de un modo eficaz, en el transcurrir litúrgico de la sinagoga. Si ustedes, mis lectores, son como yo, el evangelio de Marcos ya no será el mismo para ustedes en cuanto esta llave que les digo les dé la clave de la unidad del relato contenido en este evangelio.

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