jueves, 20 de diciembre de 2018

EL EPÍLOGO DEL EVANGELIO DE JUAN- John Shelby Spong




- John Shelby Spong 


Según la mayoría de los expertos, el último capítulo del Evangelio de Juan, conocido como su Epílogo, no perteneció al original. La lectura atenta del capítulo anterior, el 20, deja claro que el primer redactor de este evangelio decidió terminar ahí su historia. Escuchemos sus palabras de cierre: «Jesús hizo además muchas otras señales en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro, pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre». Después de algo así, uno no espera nada más y, sin embargo, el texto continúa con el capítulo 21, que es claramente un añadido pues no encaja con nada del capítulo anterior: la escena cambia de Jerusalén a Galilea; los discípulos no parecen estar nada motivados después de las apariciones de Jesús en el capítulo 20; y, además, el tiempo transcurrido parece ser considerable pues está claro que ya han superado la etapa de duelo, que ya han regresado a su tierra y a su hogar, y que ya han retomado, en parte, su vida anterior pues han vuelto a pescar para ganarse la vida. Otra característica del capítulo 21 es que copia con bastante exactitud detalles de un relato de pesca recogido antes en Lucas (5:1-16). Sólo que, en la versión de Lucas, el milagro no lo realiza el Cristo resucitado sino Jesús cuando comienza su ministerio en Galilea. A pesar de estos problemas, siempre me ha atraído este Epílogo, que jugó un papel muy importante en mi comprensión del acontecimiento de la Resurrección. Voy a concluir mis columnas sobre el Evangelio de Juan contando cómo surgió esta conexión. 

Al comienzo de mi carrera como escritor, hice un estudio exhaustivo de todos los relatos de la resurrección en el Nuevo Testamento. El resultado fue un libro titulado Resurrección: Mito o realidad?, en el que traté de ordenar los elementos que parecían estar en el origen del enorme poder vinculado al momento de la Resurrección. Me planteé cuatro preguntas: quién estuvo en el centro de la experiencia; dónde estaban los discípulos cuando la experiencia de la resurrección; cuándo, en qué momento caló realmente en ellos el significado de la Resurrección; y cuál fue el contexto en el que se dio dicha experiencia? Entonces, empecé a explorar qué pistas del Nuevo Testamento podían dar lugar a nuevas conclusiones sobre esta experiencia central en nuestra historia de fe. Al trabajar no sólo con los textos específicos sobre la Resurrección sino también con cualquier otro que pudiera arrojar alguna luz sobre la experiencia de Pascua pues daba por sentado que todas y cada una de las palabras de Pablo y de los Evangelios eran de suyo post pascuales llegué a las siguientes conclusiones.

 Pedro es la figura crucial en el relato de la Resurrección. Fue el primero que «vio». Según Pablo, Jesús «se apareció primero a Cefas». En el evangelio de Marcos (el primero en escribirse), hay un ángel que dice: «id y decidles a los discípulos y a Pedro, etcétera». Lucas incluye la exclamación de los discípulos: «El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Pedro». Juan presenta a Pedro como el primero que entra en el sepulcro y lo ve vacío, incluida la ropa funeraria cuidadosamente colocada donde, presumiblemente, habían estado las manos y los pies de Jesús. En Mateo y en los lugares paralelos de los otros evangelios, Pedro es quien hace la primera confesión en Cesárea de Filipo. Siempre se le menciona el primero cuando se habla de los discípulos. En el evangelio de Juan, Jesús dice a Pedro: «Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». Es como si Pedro tuviese que ser el primero en ver y tuviese que ser él el que hiciese capaces de ver a los otros. Creo que la primacía de Pedro, a lo largo de toda la tradición evangélica, se basa en el hecho de que él fue el primero cuyos ojos se abrieron para ver lo que significaban Jesús y su Resurrección. Entonces, busqué las pistas de la resurrección en todos los relatos de los evangelios que tuvieran que ver con Pedro. Desde el relato de Juan en el que Pedro, después de alimentar Jesús a la multitud, le dice: «Señor, a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna», hasta aquél en el que Jesús lava los pies de los discípulos y Pedro se resiste primero y luego se ofrece a Jesús para que lo lave entero. Al final, concluí que todas las historias de Pedro deben leerse como historias de resurrección ya que todas muestran a Pedro llegando a la fe. Así fue como llegué a mi primera conclusión: Pedro estuvo en el centro de la tradición de la Resurrección. 

En segundo lugar, encaré la cuestión del «dónde». En este punto, las afirmaciones del Nuevo Testamento se dividen entre las que dan la primacía a Galilea y las que se la dan a Jerusalén. Marcos hace que el mensajero de la Resurrección aconseje a los discípulos que vayan de vuelta a Galilea, con la promesa de que «allí lo veréis». Según Mateo, Cristo resucitado sólo se apareció a los discípulos en Galilea. Lucas, en cambio, afirma que las apariciones de Cristo resucitado tuvieron lugar sólo en Jerusalén y en sus alrededores; con lo que refuta abiertamente la tradición de Galilea. Juan, por su parte, apoya a Lucas e insiste en la primacía de Jerusalén. Pero, entonces, al final del Cuarto evangelio, viene el añadido del Epílogo, que torna a situar de lleno la resurrección en Galilea. Ahora bien, un análisis más profundo de estos textos enfrentados revela que la tradición de Galilea no sólo era anterior sino que era la más primitiva y original. Es de destacar que, en las visiones o apariciones de Jesús, las percepciones más físicas de su cuerpo, la presencia de su carne y el contacto con sus heridas se asocian a la tradición de Jerusalén, que es posterior y segunda. Por tanto, «Galilea» es la respuesta que este estudio me ofrecía a la cuestión de dónde estaban los discípulos cuando la experiencia de la Resurrección. Partiendo de esta conclusión, me fijé en otros relatos que, de algún modo, pudiesen evocar la Pascua: los discípulos que confunden a Jesús con un fantasma que viene a ellos saliendo de la oscuridad, Jesús caminando sobre las aguas, o el pasaje de la Transfiguración, que muestra a un Jesús luminoso Y me di cuenta de que todos estos pasajes estaban situados en Galilea. 

Llegué así a la cuestión del «cuándo» y afronté el tema de esos simbólicos «tres días» que nos son tan familiares. Un estudio del Nuevo Testamento revela que este símbolo es, en el mejor de los casos, ambiguo. Pablo y Marcos dicen «al tercer día». Mateo y Lucas cambian la expresión por «después de tres días», que suena similar pero que, sin duda, no dice lo mismo, pues «al» y «después de» no indican el mismo día final. Si hacemos una lectura literal de los evangelios, el tiempo transcurrido desde el entierro el Viernes Santo hasta el hallazgo de la tumba vacía en el amanecer del Domingo de Gloria, sólo son treinta y seis horas, es decir, un día y medio. Marcos, sin embargo, se limita a hacer decir al mensajero que verán a Jesús en Galilea. Pero debemos saber que el viaje hasta Galilea, desde Jerusalén, duraba entre siete y diez días, de modo que el «ver a Jesús» no pudo ser durante literalmente esos «tres días», ya sea que haya que interpretarlos como «al tercer día» o «después de tres días». En el relato de Lucas, además, las apariciones se prolongan durante cuarenta días y culminan con el primer relato de la Ascensión. Juan tiene relatos de apariciones tras la resurrección y éstos se producen en Jerusalén durante un período de ocho días. Pero después, en el Epílogo, las apariciones parecen suceder en un período de varios meses. Estos fueron los datos que me llevaron a la conclusión de que «tres días» no sólo es un símbolo sino que no pretendió nunca designar una medida de tiempo. Al entender esto, me abrí a la posibilidad de que el tiempo entre la Crucifixión y la experiencia de la Resurrección durase, como mínimo, varios meses. Así llegué a mi tercera conclusión: necesitaba flexibilizar y desliteralizar la simbólica indicación temporal de «tres días», dilatar de forma significativa el tiempo transcurrido entre la Crucifixión y la Resurrección. 

Por último, cuando buscaba el contexto en el que acaeció la Resurrección, encontré la frase clave en Lucas: «lo reconocimos al partir el pan». Esta pista me llevó a buscar rastros de la Resurrección en todos los relatos evangélicos en donde se da de comer. Examiné los relatos en que se alimenta a la multitud con un número limitado de panes y de peces; repasé los diversos relatos de la Última Cena e incluso miré en las parábolas de Jesús que se refieren a un gran banquete. Todos estos pasajes tenían elementos que los mostraban como comidas a través de las cuales se interpretaban momentos en los que Jesús resucitado se dio a conocer y se hizo presente. 

Así pues, mi estudio me llevó a las siguientes conclusiones. En primer lugar, fuese lo que fuese la Resurrección, Pedro ocupó en ella el lugar central; fue el primero en «ver» y, por tanto, fue él quien abrió los ojos de los demás para que también pudieran ver. En segundo lugar, Galilea fue el escenario original en el que emergió el significado de la Pascua; la tradición de Jerusalén era posterior y por eso los relatos de Jerusalén describían a un Jesús "sobrenatural" y entendían la resurrección como una "resucitación" física de Jesús. En tercer lugar, concluí que el momento de la Pascua fue un periodo de tiempo, más o menos largo, que abarcó varios meses tras la Crucifixión. Finalmente, llegué a la convicción de que la comida en común de la comunidad se pensó como una recreación litúrgica de lo que fue la experiencia original de la Resurrección; por tanto, la comida litúrgica debió de jugar un papel relevante en el comienzo. Teniendo presentes estas conclusiones, volví a los Evangelios en busca de un relato de la Resurrección que se basase en estas cuatro conclusiones. Y este relato sólo lo encontré en el Epílogo del Cuarto evangelio, que ahora me parece el más auténtico y tal vez incluso el más temprano de los relatos de la Resurrección del Nuevo Testamento. Se habla de Pedro, que lucha en su camino hacia una nueva comprensión. Se sitúa en Galilea. Está claro que sucede algún tiempo después de la Crucifixión. Y concluye sugiriendo que fue, una mañana temprano, en una comida en la playa, cuando la experiencia del Señor Viviente se abrió paso en Pedro primero y después en los doce. 

Así fue como el Epílogo de Juan se volvió mucho más significativo para mí. El estudio que vino luego me abrió a la posibilidad de que este relato procediese de una tradición anterior, que flotaba libremente durante el periodo de la transmisión oral y que encontró dos lugares de asiento muy diferentes: primero uno en Lucas y luego otro en el Epílogo de Juan. Mi sospecha es que alguien, quizás un miembro de la escuela joánica, reconoció su autenticidad y decidió añadirlo al Cuarto Evangelio. Esta decisión preservó, según creo, la memoria más temprana y más auténtica del nacimiento de la Pascua. Fiel al principio joánico, este relato deja claro que esta experiencia no puede entenderse literalmente pues no está ligada al tiempo ni al espacio. Cabe afirmar que, con este relato, el Cuarto Evangelio llega a su segunda conclusión. Por eso Juan dice que «conocer a Jesús es la vida eterna». 

1 comentario:

  1. No creo que seas sacerdote, muy intelectual y todo pero esas fotos del blog imitando a Jesus con un hombre desnudo? irrespetuoso con el Señor, respeto con el hijo de Dios! asi como todos merecen respeto el mas!

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