miércoles, 12 de diciembre de 2018

INTRODUCCIÓN A LUCAS-John Shelby Spong


-John Shelby Spong 


El tercer Evangelio, que llamamos de Lucas, se escribió al final de la década de los 80 o a comienzos de los 90 del siglo I. Superados los traumas y las tensiones de los comienzos, al movimiento cristiano le preocupaba ahora su legitimación dentro del Imperio. Sitúo la redacción de Lucas entre los años 89 y 93, aunque estas propuestas de datación son objeto de debate. En cualquier caso, este Evangelio refleja una transición en el cristianismo: del judaísmo al mundo gentil. Se escribió para una comunidad que parece compuesta, sobre todo, por judíos de la Diáspora que ya no observaban rígidamente las tradiciones y que, por tanto, atraían a un número creciente de conversos de entre los gentiles. A estos, que llegaron a denominarse prosélitos gentiles, les preocupaba muy poco la circuncisión, las prescripciones kosher sobre alimentación u otras prácticas litúrgicas que les eran realmente extrañas, como la vigilia de 24 horas en el Shavuot (Pentecostés) y los ocho días de celebración de las Fiestas de la Cosecha o Shukot. No pretendían abolir estas prácticas, ni olvidar el significado de estos días santos, pero está claro que tendían a relativizar la importancia y preponderancia que habían tenido en el pasado. 

Desconocemos quién fue el autor del Tercer evangelio, pero la tradición siempre lo ha atribuido a «Lucas», el médico acompañante de Pablo que se menciona en la Carta a los Colosenses (4:14) y en la Segunda a Timoteo (4:11). De todas formas, hay que recordar que la autoría paulina de Colosenses se discute (y la mayoría de los expertos la niega) y que ningún especialista importante atribuiría la IIª de Timoteo a la pluma de Pablo; de modo que esta atribución es, en el mejor de los casos, muy débil. En cambio, sí sabemos que el autor del Evangelio de Lucas fue también el autor del Libro de los Hechos, que es como una segunda parte de un único texto. También sabemos que fue, muy probablemente, de origen gentil, y que posteriormente lo atrajo al judaísmo el monoteísmo ético característico de éste. Parece que Lucas se convirtió primero al judaísmo y se unió a la Sinagoga, y que luego, a través de esto, llegó al cristianismo. Muy bien pudo ser Pablo quien lo convirtiese pues es claro que se identifica con su punto de vista y lo defiende vivamente, tanto en el Evangelio como en el Libro de los Hechos.

 Abundan los datos que apuntan en esta dirección. Primero, tenemos la genealogía de Lucas en el capítulo 3, que, a diferencia de la de Mateo, remonta la ascendencia de Jesús no sólo hasta Abraham, padre del pueblo judío, sino hasta Adán, padre de la raza humana, incluidos los gentiles, según la visión de la época. También cabe destacar que, si bien el vínculo de Jesús con el rey David se encuentra tanto en la genealogía de Mateo como en la de Lucas, Lucas, a diferencia de Mateo, no hace pasar la línea sucesoria por los monarcas del reino del Sur, es decir, no va de David a Salomón sino de David a Natán. Las fuentes bíblicas no mencionan ningún hijo de David que se llame Natán; sin embargo, David tuvo varias esposas y pudo tener muchos hijos cuyos nombres no conocemos. De dónde sacó Lucas el nombre de Natán y por qué lo escogió? Es algo difícil de explicar; sin embargo, el héroe de la historia de David y Betsabé es un profeta llamado Natán. En otros pasajes, Lucas parece tomar los nombres de sus personajes del Antiguo Testamento si éstos se adecuan al mensaje que él trata de articular; así que la conexión con Natán el profeta puede ser una buena hipótesis. Además, también sabemos que Lucas no se dejaba impresionar por la realeza o por los «reyes magos», cuya presencia desaparece en este Evangelio. 

Entre otros rasgos que pueden arrojar luz sobre el valor singular de Lucas, cabe observar que este Evangelio es el primer texto que habla de los samaritanos con sensibilidad y espíritu inclusivo. Sólo Lucas nos cuenta la parábola del «Buen Samaritano» y ello es un indicio más de que la comunidad en la que nació este evangelio desbordaba los límites judíos. En el segundo capítulo del Libro de los Hechos, cuando se narra la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana reunida, vuelve a ponerse de manifiesto la perspectiva universal de Lucas. Éste pone mucho énfasis en que Pentecostés fue un acontecimiento universal pues el Espíritu no descendió sólo sobre los judíos sino sobre todos los pueblos, a los que se proclamaría el Evangelio en cualquiera de las lenguas habladas por los allí congregados. Para asegurarse de que sus lectores captaban su idea, Lucas nombra uno por uno a los pueblos presentes: partos, medas, elamitas, habitantes de Mesopotamia, Capadocia, Ponto, Asia, Egipto y Roma (2:9-10). Es evidente que Lucas piensa en un cristianismo que rebasa los límites étnicos del judaísmo y que está llamado a convertirse en una fe universal.


El autor del Tercer evangelio no afirma haber sido un testigo presencial, sino que se refiere a la indagación que ha tenido que hacer para documentarse e informarse antes de hacer su trabajo. Dice en su preámbulo que «muchos han intentado poner en orden el relato de las cosas que se cumplieron entre nosotros, tal y como nos las transmitieron los que, desde el principio, fueron testigos presenciales y servidores de la palabra» (Lucas 1:1-3). Es seguro que Marcos fue una de esas fuentes porque Lucas reproduce la mitad del de Marcos. Bastantes estudiosos sugieren que Lucas y Mateo tenían una fuente común: una colección de dichos de Jesús que ambos citan frecuentemente y casi de forma idéntica. Es la célebre hipótesis de un libro desconocido denominado Q (de Quelle, fuente en alemán). Hay otros estudiosos, una minoría, que desechan la hipótesis de Q y, en cambio, sostienen que Lucas escribió teniendo presente a Mateo. Según estos estudiosos, Lucas usó una serie de añadidos que Mateo hace a Marcos (a pesar de su preferencia por éste último), y de ahí las similitudes entre Lucas y Mateo, comúnmente atribuidas a Q. Por mi parte, nunca me ha convencido la existencia de Q por más que la mayoría de los estudiosos aún mantienen esta hipótesis. Pero este debate no es relevante ahora; simplemente lo enuncio y dejo la cuestión abierta. 

Lucas, además, introduce nuevos datos, de los que antes no se tenía noticia, en el desarrollo de la narración cristiana común. El primero es el relato del nacimiento de Juan Bautista (Lucas 1). Relato fascinante desde muchos ángulos, sin embargo es evidente que no es histórico. Me recuerda una canción popular de mi adolescencia: Cualquier cosa que tú puedas hacer, yo puedo hacerla mejor (Anything you can do, I can do better). Juan Bautista nació de padres ya menopáusicos y, aunque es algo maravilloso, se vuelve insignificante ante el relato de que Jesús va a nacer de una virgen. Cuando nace Juan, los vecinos se reúnen para celebrarlo; pero, cuando nace Jesús, no sólo son los vecinos los que se reúnen para celebrarlo sino también los ángeles los que vienen desde el cielo estrellado de medianoche. Es evidente que, cuando Lucas escribía, aún había cierta tensión entre los seguidores de Jesús y los de Juan. Esta tensión es la razón del gran esfuerzo de los Evangelios por mostrar que Juan Bautista, a pesar de entrar antes en escena, estaba por detrás de Jesús, subordinado a él: Él debe crecer y yo menguar, ponen en boca del propio Juan. Lucas lleva la subordinación al extremo cuando hace que Juan salte en el vientre de Isabel para saludar a Jesús, en el vientre de María (1:39-45). Lucas parece tomar prestado un pasaje del Génesis y aplicarlo a su relato (Gen. 25:12-23). En ambas historias, un bebé salta en el vientre de su madre. En el Génesis, Rebeca, la mujer de Isaac, está embarazada de unos gemelos que se pelean en su vientre. Entonces, para entender lo que pasa, Rebeca va a buscar el consejo de un oráculo que sólo le dice que el hijo mayor (Esaú) servirá al más joven: Jacob. En Lucas, los bebés no son gemelos aunque el evangelio los hace parientes y tal vez primos. Sin embargo, el sentido es el mismo: el mayor (Juan) servirá al más joven: Jesús. 

La costumbre de tomar material de fuentes conocidas del Antiguo Testamento como el Génesis, para narrar la historia de Jesús, se aprecia igual en otros pasajes. En la narración del nacimiento de Juan, Lucas dice que sus padres, Zacarías e Isabel, lo concibieron cuando ambos ya habían sobrepasado la menopausia. Está claro que el relato se inspira en la historia de Abraham y de Sara, que tienen a Isaac muy mayores. Los nombres de Zacarías y de Isabel se tomaron, muy probablemente, de fuentes del Antiguo Testamento también. Lucas presenta a Juan no como a Elías sino como «la voz que clama en el desierto», frase que procede del libro de Malaquías cuyo predecesor inmediato en la Biblia es el libro de Zacarías; por eso Lucas llama Zacarías al padre del Bautista, por ser el predecesor inmediato de Jesús. Identificar la fuente del nombre de Isabel es más difícil. Sólo hay una Isabel en el Antiguo Testamento: la mujer de Aarón, hermano de Moisés y de Miriam. Isabel (en hebreo, Eliseba) y Miriam (en griego, María) serán cuñadas y, por lo tanto, sus hijos, primos hermanos. Sólo Lucas sugiere este parentesco entre Jesús y Juan, y creo que lo hace gracias a un uso creativo de estos dos nombres, extraídos de la historia de Moisés y de sus hermanos. 

Cuanto más profundicemos en la forma peculiar de Lucas, de narrar la historia de Jesús, más veremos que su objetivo es interpretar a Jesús a la luz de las Escrituras Hebreas y no contar lo que pasó con fidelidad histórica. A menos que entendamos esto claramente y que liberemos así nuestras mentes de las cadenas del literalismo, que distorsionan nuestra capacidad actual para estudiar las Escrituras, nunca podremos captar el vigoroso mensaje de Lucas. Esta nueva forma de ver las cosas introduce el estudio de la Biblia en unas especulaciones que nos llevan a profundizar cada vez más en la verdad. A medida que avancemos en nuestro análisis de Lucas, esto será cada vez más claro y evidente.

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