martes, 4 de diciembre de 2018

ROMANOS LA EPÍSTOLA MÁS PROFUNDA DE PABLO –John Shelby Spong


John Shelby Spong


Si hay un libro del Nuevo Testamento que pueda llamarse el evangelio de Pablo, éste es la Carta a los romanos. Esta Carta se diferencia de las otras por tres razones. En primer lugar, Pablo no había estado nunca en Roma y no tenía ninguna relación con la iglesia de allí. Pablo no era un desconocido para los cristianos romanos pero no tenía una relación especial con ellos. Ni Pablo ni ninguno de sus discípulos había fundado la iglesia de Roma. Así pues, a diferencia de sus otras cartas y del contexto de las mismas, Pablo, en este caso, no estaba al cargo de la iglesia a la que se dirigía ni tampoco era responsabilidad suya intervenir en sus problemas o decidir en sus disputas. En segundo lugar, y como consecuencia de lo primero, su Carta fue, en lugar de una respuesta a algunas cuestiones críticas, y por tanto locales, un tratado teológico razonado, sobre temas generales. En tercer lugar, no hay que olvidar que su Carta incluía una súplica. Pablo les pedía un favor a los romanos y le interesaba presentarse de forma favorable a fin de obtenerlo. Quería que la iglesia de Roma le ayudase en sus proyectos misioneros y que fuese para él una base desde la que poder expandir sus viajes a lugares tan lejanos como España. Para obtener este apoyo, Pablo se esmeró en exponer claramente su conocimiento teológico de la fe cristiana y en minimizar así la negatividad que siempre le perseguía, emitida por los sectores conservadores del cristianismo. Por estas tres razones, la Carta de Pablo a los cristianos de Roma es una declaración clara y concisa de su concepción de Jesús, del significado de la salvación como él la entendía, y de su visión acerca de qué es el cristianismo.

 Pablo da la mejor versión de sí mismo como pensador en esta Carta a los romanos. Entre los escritos suyos que conservamos, es el más largo y el más cuidadosamente organizado; es un tratado lógico, ordenado y sistemático. Comienza con unos versículos introductorios, a manera de salutación (1:1-15), y por un claro enunciado del tema básico de toda su obra: la salvación dice es el don de Dios y está al alcance de todo el mundo. Así lo afirma abiertamente en 1:1617. 

Pablo pasa, luego, a desarrollar esta idea. Primero, articula su percepción de la necesidad actual del don de Dios tanto en el mundo gentil como en el judío (1:18-3:30). Segundo, explica su comprensión de Jesucristo (3:21-4:25). Y, por último, termina esta sección con las palabras más cruciales y más cuidadosamente expresadas de toda su trayectoria, me refiero a cuando articula lo que la vida en Jesucristo es y puede ser (5:1-8:39). Pablo lleva su argumento a su cumbre y el "crescendo" alcanza su clímax en los dos versículos finales (8:38-39), en donde Pablo afirma su testimonio: Porque estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni  los príncipes, ni las cosas del presente, ni las cosas del porvenir, ni los poderes, ni las alturas, ni las profundidades, ni nada en toda la creación nos podrá separar del amor de Dios en Jesucristo nuestro Señor. 

Durante las próximas columnas y semanas, volveremos a la totalidad del argumento paulino y explicaremos esta comprensión global, que es, además, la primera que tenemos, sobre el papel de Jesucristo en el drama de la salvación. Ahora, en lo que resta, quiero ir rápido y proponer a mis lectores una imagen suficientemente clara de la totalidad de la Carta.

 Tras haber llegado a la poderosa conclusión final del capítulo 8, Pablo entra en lo que sólo podemos entender como un larguísimo paréntesis. Pablo aborda una cuestión próxima a su corazón de judío, en este gran inciso que ocupa nada menos que tres capítulos (del 9 al 11). Era una cuestión que aún desgarraba al movimiento cristiano como un conflicto no resuelto. Pablo se hacía esta pregunta: por qué el conjunto de la gente de su pueblo parecía rechazar el don prometido de la salvación, que Jesús el Cristo había venido a traer y que él creía que se les había prometido especialmente a ellos, a los judíos, tanto a través de las Escrituras como de toda su historia como pueblo, cuyo sentido era justo haber sido preparación de dicha salvación, a juicio de Pablo? El mensaje de Cristo resonaba tan hondo en el judío Pablo que encontraba inconcebible que todo el pueblo judío no lo viera como él lo veía. Así que Pablo decidió abordar públicamente esta cuestión en este gran inciso. 

Pablo comienza con unas afirmaciones que nos dejan claro lo dolorosa que era para él esta cuestión. Les dice a los romanos: estoy hablando la verdad en Cristo ; y les asegura: no estoy mintiendo ; e insiste: mi conciencia es mi testigo en el Espíritu. Nadie utiliza frases así si no está muy preocupado por que su argumentación llegue a convencer a quienes se esta dirigiendo. Después, Pablo prosigue con gran emoción y confiesa su gran pena y la angustia creciente de su corazón, y asegura que preferiría verse expulsado y apartado de Jesucristo para siempre, que encontrar a su pueblo y a su tribu en la postura negativa actual. Arguye que, al pueblo de Israel, se le ha otorgado una relación especial con Dios; relación a la que caracteriza con el término de filiación ; y enumera luego los tesoros que él ha encontrado en el judaísmo: la gloria de los pactos, la promulgación de la ley, el culto en el Templo y el anuncio de las promesas. Por último, evoca su herencia judía al hilo de cómo fue fluyendo por los siglos, desde los antiguos patriarcas, Abraham, Isaac, Jacob y José, hasta llegar a lo que Pablo cree que es el último gran regalo de Dios: la salvación encontrada en Jesucristo. 

Sin embargo, Pablo es consciente de que la mayoría de sus semejantes se está apartando de este don e incluso se está oponiendo a él. Acaso se ha equivocado la palabra de Dios?, se pregunta. Entonces, encuentra un cierto consuelo en los puntos de la historia bíblica en los que se ve que no todos los descendientes de Abraham estaban destinados a formar parte de la promesa. Dios escogió a Isaac, segundo hijo de Abraham, antes que a Ismael, el primogénito. También escogió a Jacob, el mellizo más pequeño y no a Esaú, el mellizo mayor. No son ejemplos de injusticia por parte de Dios arguye sino del hecho de que nadie tiene la promesa como un derecho de nacimiento sino sólo como un don gratuito que acoger. Es prerrogativa divina tener misericordia con los que Dios decide tener piedad, arguye. La cuestión es ser receptivo; como la arcilla, que no le dice al alfarero qué puede moldear con ella. Pablo invoca a Moisés en su ayuda y sugiere que Israel aún sigue atrapado en su identidad tribal y no reconoce que ya no hay diferencia entre el judío y el griego pues Dios es Señor de todos y no limita su gracia a una nación o incluso a una religión. Sin embargo, siendo esto crucial, Pablo no quiere que nadie piense que Dios ha rechazado a los elegidos. Por eso les recuerda que él mismo es un israelita, descendiente de Abraham y perteneciente a la tribu de Benjamín. Con todo, les recuerda, también, que las Escrituras judías cuentan que Yahvé envió tanto a Elías como a Eliseo no sólo al pueblo judío sino a otros pueblos.

 Por último, como si la respuesta que había estado buscando le hubiese venido mientras escribía, Pablo llega a una nueva comprensión y a una nueva conclusión. El rechazo de Jesús por parte de los judíos es simplemente una parte del plan de Dios. Debido a la aparente incapacidad de Israel para escuchar y para ver, la puerta de la salvación se había abierto a los gentiles para que entraran en el reino de Dios y así el mensaje de salvación pudiera alcanzar a todo el mundo. La negatividad de Israel se debía interpretar como un elemento más en el drama divino. La dureza de corazón de los judíos hacia el don de la salvación era el medio por el que Dios ofrecía la salvación al mundo. 

En muchos sentidos, no dejaba de ser éste un argumento extraño, pero así Pablo se las arregló para dar solución a lo que suponía un conflicto enorme para él. La Salvación era el don libre de Dios a todos, más allá de cualquier división; y el sentido del rechazo judío era servir a dicha apertura. Pablo, tranquilizado por esta nueva idea, llega al final de esta parte de su Carta a los Romanos y prorrumpe en una doxología: Oh profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! Cuán insondables son sus juicios y cuán inescrutables sus caminos. Es admirable. Incluso cuando escribe sobre la insondabilidad divina, Pablo es capaz de ofrecer su propia explicación de cómo funciona la mente de Dios.

 Tras este largo paréntesis, la expresión por lo tanto engarza el argumento teológico de sus primeros ocho capítulos con las implicaciones éticas de dicho argumento, que es lo que va a desarrollar en el capítulo 12. Pablo recuerda a los cristianos de Roma que deben tratar sus cuerpos como una ofrenda viva y aceptable a Dios. Les insta a no dejarse modelar por el mundo sino a transformarse de manera que no tengan una opinión de sí mismos más alta de la que deben tener. Repite su analogía del cuerpo y de la iglesia, que debe ser una única entidad con muchos miembros; por eso los cristianos deben alegrarse de los dones de todos los miembros. Y les insta a que su amor sea verdadero, a aplicarse con afán a lo que es bueno, a contribuir a las necesidades de los santos y a practicar la hospitalidad. Los seguidores de Jesús no deben ser vencidos por el mal, sino vencer el mal con el bien.

 Pablo aborda después la responsabilidad de los cristianos no de cara a la iglesia sino de cara a la sociedad; entonces, surge el tema de cuál es la actitud debida ante las autoridades civiles. Pablo no hace sino enunciar aquí el principio de que toda autoridad proviene de Dios y su consecuencia: que no se debe resistir al poder político. Todos los gobernantes son servidores de Dios en la tierra. Este fragmento es una variante del más antiguo argumento de legitimación de los reyes: son tales por derecho divino. De paso, podemos observar cómo éste u otros fragmentos similares se han utilizado, a través de los siglos, contra cualquier movimiento revolucionario. Los británicos lo utilizaron contra los americanos en 1776; el Norte contra el Sur, en 1860. Martin Luther King Jr. lo tuvo que dejar de lado para ser líder del Movimiento Pro Derechos Civiles. Apelar al orden divino es una táctica perenne de la autoridad establecida, en contra de cualquier aparición de una nueva conciencia.

 Por último, Pablo introduce la idea de la relatividad en las cosas cuando dice que nada es sucio en sí y por sí, pero que sin embargo lo está para los que creen que lo está. Esta idea surge en medio de la exhortación de Pablo, a los seguidores de Jesús, de ser respetuosos de los valores de los otros. Jesucristo concluye estuvo dispuesto a convertirse en siervo de los circuncisos para que los gentiles pudieran glorificar a Dios. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...